Europa vota instalada en la excepcionalidad

Europa vota instalada en la excepcionalidad

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí…” Tres años después de la convocatoria del referéndum sobre la salida del Reino Unido del Grupo de los 28, el fantasma del Brexit sobrevuela con más fuerza que nunca enfangando y sembrando el caos a su paso: dos primeros ministros dimitidos, los partidos desnortados, la sociedad británica fracturada y un halo de incertidumbre e inestabilidad que amenaza, al menos en términos de percepción, con la parálisis institucional del club comunitario. Resultado pírrico para todos el de aquel histórico 23 de junio de 2016. Para todos menos para los euroescépticos de UKIP y el esperpéntico Nigel Farage quien, a todas luces, será el gran vencedor de estos comicios europeos, sacando rédito de la hemorragia de Westminster.

Si hay algo, además del Brexit, que ha marcado con fuerza esta cita electoral determinante para el Viejo Continente es el auge de los nacionalpopulismos. Europa, lejos de recuperarse del virus del euroescepticismo, asiste con desasosiego a las urnas. El efecto arrastre de las consecuencias de la gran crisis económica y financiera de 2008, ejemplificado en la fractura del contrato social, las enormes cotas de desigualdad, el desempleo juvenil y la respuesta descoordinada a la avalancha de los flujos migratorios, constituyen, sin duda, la mejor puerta de entrada para los jinetes del apocalipsis. Por primera vez en la historia de la Eurocámara desde 1979, populares y socialistas no tendrán mayoría, los euroescépticos podrían imponerse en la mitad de los países fundadores de la UE y lograr un porcentaje de representación cercano al 30% del Parlamento Europeo. Un hecho inédito que debería concitar, cuanto menos, reflexión. En todo caso, su nivel de influencia final dependerá de su capacidad real para dialogar y coaligarse en torno a una familia ideológica común.

En el marco de todo este contexto que ejerce como telón de fondo catastrófico y fatalista, algunos datos esperanzadores: según el último Eurobarómetro, el 68% de los ciudadanos de los 28 considera que pertenecer a la UE les ha beneficiado (un 75%, en el caso de España). Bajo esta premisa, las instituciones europeas no podían dejar de aportar su granito de arena a esta campaña excepcional. Con la plataforma #estavezvoto.eu, el Parlamento Europeo ha orquestado una campaña paneuropea, inédita a nivel comunitario, con el objetivo de alentar la participación y crear una red de voluntarios para animar al voto, especialmente entre los jóvenes, el motor regenerador del futuro, pero también el colectivo tradicionalmente más abstencionista.

Europa representa un 22% del PIB mundial, un 50% del gasto social y un 7% de la población total. Europa es, sin duda, la mejor manera de generar equilibrio geopolítico y retener cierto protagonismo en un contexto global marcado por la deriva proteccionista de un aliado occidental clave, la amenaza rusa y una guerra comercial devastadora de la mano del gigante asiático.

Cuando vaya a votar, piénselo. Nos jugamos una Europa más protagonista en un mundo más polarizado. El resultado, por todo este puñado de buenas razones, es determinante y el desafío, mayúsculo. Tejer pacientemente es un trabajo, en ocasiones, arduo y extenuante, pero incendiar y destruir es sencillo y reduccionista. Por delante: culminar la unión económica y monetaria, consolidar una política exterior y de seguridad común, hacer frente al desafío climático con una política alineada con la Agenda 2030 y los objetivos ODS, combatir el reto de la despoblación y potenciar la adaptación del empleo a la revolución digital, entre otros.

“Europa es nuestro futuro. Europa es nuestro destino”, que diría el histórico canciller alemán Helmut Kohl. En unas horas, conoceremos el diagnóstico.

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