Los eufemismos diabólicos del mercado financiero
Quizá sea que uno nació en otra época y suma años. Tal vez sea a causa de que la concepción de un balance contable esté basada en activos puros, en pasivos exigibles y en patrimonios netos de pura cepa. Pero lo cierto es que asisto con sorpresa a ese nuevo lenguaje financiero que en el mundo bursátil se va imponiendo con todos esos acrónimos que, a veces, cuando se profundiza en los guarismos empresariales, chocan con su realidad. Nunca he sido partidario de manejar el EBITDA; es más, me cuesta explicarlo a mis alumnos por mi incredulidad hacia esas siglas tan en boga en la literatura económica y financiera. Tampoco he sido partidario de ese otro concepto que arrasa en la información contable de muchas empresas: deuda financiera neta.
Me cuesta entender y descifrar a qué se refiere el emisor de la información financiera cuando maneja el término de resultado operativo. Este tipo de cábalas me atormentan cuando atino que en un punto de la información financiera presentada por alguna compañía se da rienda suelta a elogiar los llamados resultados ajustados… De hecho, ese escepticismo ha propiciado que algunos colegas arremetan en mi contra. Y por más que me hayan soltado lecciones magistrales, al concluir sus relatos mi escepticismo seguía incólume.
Hasta que por fin la Comisión Nacional del Mercado de Valores lanzó algunas precisiones al respecto que posteriormente ha refrendado la Asociación Española de Contabilidad y Administración (AECA), a cuya Comisión de Principios Contables tengo el honor de pertenecer. Así que hoy me pronuncio al respecto y admito abiertamente que nunca he sido amante de ese término tan utilizado en la información económica conocido por el acrónimo de EBITDA. Lo digo modestamente y sin aspavientos: la verdad es que mi actitud sobre el EBITDA es la de tomadura de pelo en estado puro. El EBITDA responde al acrónimo del concepto inglés de beneficio antes de intereses, impuestos, depreciaciones y amortizaciones… un lío para desfigurar el auténtico resultado de explotación de una empresa.
Toda empresa genera a través de su actividad económica y su negocio ordinario unos ingresos que son los que identificamos como de explotación e incurre en unos gastos, se paguen o no se paguen —por ejemplo, las amortizaciones y determinadas dotaciones a provisiones que se efectúan—, en pos de obtener sus ingresos. La comparación entre ambas magnitudes desemboca en el resultado de explotación. Y éste ni es bruto ni es neto; es el que es, sin aditivos, ni monsergas, ni ajustes ni tampoco depuraciones. Después, la actividad financiera de la empresa proporciona ingresos y gastos de carácter financiero. Estos últimos por lo general tienen su razón de ser en las deudas contraídas por la entidad y, en definitiva, muestran el coste de la misma en cada ejercicio.
Y la suma del resultado de explotación con el resultado financiero confluye en lo que damos en llamar resultado ordinario o, en términos más ortodoxos, resultado de las actividades ordinarias de la entidad. Luego aparecen los resultados excepcionales o extraordinarios que, como su nombre indica, son atípicos y se salen de la normalidad empresarial. Se llega así al resultado antes de impuestos y, a continuación, irrumpe el impacto del impuesto sobre beneficios devengado que descontado del resultado antes de impuestos arroja el resultado neto del ejercicio. La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) ha puntualizado que en las cuentas anuales de las empresas cotizadas no hay que incluir indicadores engañosos. También considera engañosos otros indicadores con los que uno no comulga.
Así, por ejemplo, el eufemismo de endeudamiento financiero neto siempre oculta la auténtica cuantía del endeudamiento. Es decir, la suma de pasivos exigibles de una compañía. La deuda se tiene que presentar por el montante que se ha de desembolsar y no vale restar de los compromisos de pago determinados activos que se vayan a percibir. Por tanto, el activo es el activo, la suma de bienes, derechos y recursos económicos controlados por una entidad; el pasivo se corresponde con la totalidad de los compromisos pendientes de pago, o sea, con el montante global de las deudas; y el patrimonio neto viene dado por la diferencia entre lo que se tiene, activo, y lo que se debe, pasivo. Igualmente, la CNMV alude a otro término cada vez más frecuente en la información financiera: el resultado operativo, susceptible de englobar resultados extraordinarios y otros mejunjes en la concreción del verdadero resultado de explotación… Y también, la CNMV alerta sobre eso que se desliza en la documentación contable y que hace referencia a “medidas de resultados ajustados”… ¡Qué saben los diablos lo que se esconde detrás de tan pomposa expresión!