Tras el empacho, dieta…

Tras el empacho, dieta…
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Los excesos siempre se acaban pagando. Cuando nos atiborramos más de la cuenta – por ejemplo, en Navidades – los kilos que ganamos obligan luego a someterse a una cura de adelgazamiento para recuperar el peso ideal. Cada vez somos más mayores y el entusiasmo laboral no es el mismo cuando acumulas años que cuando eres un chaval; ergo, la productividad laboral se resiente. Nuestra tasa de fertilidad no va sobrada: cada vez hay menos chavales. Además, vivimos más años y la longevidad ya es una impronta de nuestras vidas. El envejecimiento de la población, con lugares donde hay más pensionistas que cotizantes a la Seguridad Social, es una realidad. Aumentar las pensiones cada año según el IPC es una bonita promesa, quizá realizable a corto plazo, pero que a medio plazo implicará falta de dinero para poder pagar pensiones in crescendo. El empacho llevará a la dieta: las pensiones se recortarán en mayor o menor medida.

En todo caso, hablar de que las pensiones se actualicen al IPC y de que tal propuesta sea insertada en la Constitución, es un arma de doble filo. Por lo pronto, porque un precepto constitucional que hoy se acuerde, mañana puede echarse atrás. Más que nunca, ahora las cosas no son para siempre, como sucede con el trabajo. Y segundo, prometer que las pensiones se actualicen al IPC, en tiempos como los presentes, es apostar por un crecimiento excesivamente progresivo del gasto público cuando precisamente es indispensable reajustarlo porque de lo contrario su obesidad nos conducirá a una situación harto delicada. Ésa tendría que ser la labor de los responsables de nuestras finanzas públicas que se encuentran, indiscutiblemente, en una situación frágil y vulnerable.

Ahora bien; el déficit público no es solo un porcentaje sobre el producto interior bruto (PIB), sino la diferencia entre lo que se gasta de más y lo que se ingresa, en millardos de euros… Así que, si gastamos mucho más de lo que ingresamos, la pérdida es mucho mayor y para pagarla se ha de recurrir nuevamente a la deuda. Y como ya hace tantos años que nuestra senda es deficitaria y que nuestra deuda se multiplica, el panorama se tuerce.

Por tanto, el déficit público es un valor absoluto que se referencia sobre el PIB. Aumentar el gasto en pensiones con recesión económica – entendida ésta como el período ulterior a la fase expansiva del ciclo económico, cuando la actividad económica se encoge, se frena el consumo y la inversión, decrece el empleo y aumenta el paro -; dispara el déficit sobre el PIB y más en términos porcentuales. ¡Pan para hoy, hambre para mañana!, aunque uno entienda que, ante la proximidad de las elecciones del 10-N, sea el momento propicio para pescar votos en un caladero muy valioso: los 8.862.296 de pensionistas de la Seguridad Social, en septiembre de 2019, son votos potenciales en favor del gobierno que está pagando ahora sus pensiones y que cobran religiosamente cada mes; son, pues, 8.862.296 de explicaciones en pro de las promesas de aumento de pensiones, sustentados por 19.223.638 de afiliados ocupados a la Seguridad Social que están cotizando.

En 2008, los pensionistas eran 7.700.749 frente a 18.305.613 afiliados ocupados. De un ratio, en 2008, de 2,37 afiliados ocupados a la Seguridad Social sobre cada pensionista, hemos pasado a un ratio de 2,16, con un detalle significativo: los salarios de 2008 y los de 2019, no son exactamente los mismos y las condiciones de contratación laboral, tampoco. Otrosí, la pensión media de jubilación entonces se situaba en 822 euros mensuales y hoy es de 1.139 euros.

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