Els Joglars actúan en Tarragona: acompáñenlos

Els Joglars actúan en Tarragona: acompáñenlos

Els Joglars actúan en Tarragona el 29 de febrero y no tienen claro que vayan a llenar. Me dirán que ésta es una cuita común en todas las compañías teatrales. Que, si para el pescadero o el panadero la clientela no está garantizada, tampoco para el artista. Que todo el mundo tiene sus problemas y la competencia es igual para todos.

Pero esto no es exactamente así. Qué les voy a contar yo de subvenciones y prebendas públicas. Tuve el placer de departir durante una agradabilísima comida en casa de amigos comunes con Joan Fonseré y su mujer, Dolors Tuneu. Y son sangrantes los recuerdos de una época en la que las instituciones nacional-progreístas (digo “progreísta”, si) les contaban entre los suyos y cómo a partir de volverse muy poco complacientes con el nacionalismo y la panoplia de tics políticamente correctos las tornas (¡La torna!) cambiaron.

Els Joglars juegan con las cartas marcadas, pero en su contra. Porque el público no nacionalista tiene escaso sentido de la congregación: va muy por libre. Por eso les es muy difícil compensar el público perdido por el supuestamente ganado: porque no se dan las mismas condiciones. Y eso es algo que nos debería hacer reflexionar. Mientras el elenco de Els Joglars, con un Ramon Fontseré magistral, en un papel para la historia, bailaba sobre la tarima inclinada del escenario del Teatre Juventut de Hospitalet, el más reciente lugar de Cataluña donde llevaron su “Sr. Rusiñol”, mi fascinación ante semejante virtuosismo fue dando paso a la consternación por un teatro, bastante lleno, sí, pero que debería haber estado a rebosar. Y más a un tiro de metro de Barcelona.

Ahí estaban, encarnados en una cuadrilla de burócratas francamente reconocibles, todos los arquetipos del auca del procés, un clan de trasuntos personajes del Polònia, cuyo patetismo ponía en evidencia la mirada escéptica del bedel jubilado de un museo, tremendamente parecido a Santiago Rusiñol. No faltaba nadie: el periodista británico ganado con mimos para la causa, más catalán que nadie y siempre dispuesto a tirarse a las canillas de quien no rinda culto a la nación; la charnega conversa, que cree que logra un ascenso en su estatus apuntándose a toda manifestación, a toda Uve en la Diagonal, y que se hace la ilusión de ser “una de ellos” cuando despotrica contra los que dejó en su tierra.

Tiene mucho mérito este desfile de chorradas supremacistas, que publicitan historiadores y arqueólogos mantenidos que ya no pueden tener más público que el de nuestros davidianos. Cráneos con circunvalaciones únicas que remiten al Dr. Robert y que tienen su reflejo en los pliegues del ano del catalán de mil apellidos, que uno podría examinar, quizá, con una lupa en el del eterno y doméstico “Caganer”.

Esa obra se ha representado con éxito en diferentes lugares de la geografía hispana. Porque es sátira política, sí, pero sobre todo es exaltación y alabanza del Arte universal, este que nos une con los más cercanos y con el resto de la Humanidad. Y debería ser cemento para los catalanes no independentistas, pues no es suficiente con sacar la pancarta y la indignación en días concretos del año, sino cuando nos reunimos en lo cultural y creamos tradición propia.

Pero no es fácil. Los nuestros son muy dispares y están divididos. Y ya no hablo de los “equidistantes”, los mega prudentes. Los que abominan del prucés en la intimidad o en lo semi público, pero que en una ciudad de provincias prefieren que no les vean participando de nada que les pueda “comprometer”.

En fin, amigos, que está en nuestras manos. El día 29 acudan a emocionarse con la poesía, con la belleza, con la sensibilidad. Y muestren que Tarragona resiste y que abraza el Teatro y la Cultura libres. Es, no lo duden, la forma más sólida, duradera y bella de ser activistas.

 

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