Entre dos Papas: el temor que hacía sufrir a Benedicto
La desaparición física, sólo física, del Papa Benedicto XVI ha venido a demostrar que en el sentir del pueblo creyente y en parte del no creyente, Ratzinger no era tan rottweiler como le pintaron, ni tan impopular, facha y reaccionario (qué fáciles son las descalificaciones ad hominem y sin conocimiento) como desde esa «progresía» (sic) irredenta e instalada en el detritus moral machaconamente propalan.
Para los primeros, los creyentes, existen pocas dudas acerca de que el Papa fallecido esté disfrutando de la tranquilidad y paz que su amado Jesucristo (¡Signore, ti amo!, últimas palabras antes de expirar) no le concedió en vida. El Papa Ratzinger -al que conocí un instante durante su visita a España con ocasión de la JMJ 2011- aparece hoy ante el mundo, tan sólo horas después de irse con su Creador, como un coloso intelectual, un cristiano hasta las últimas consecuencias, como un hombre fiel a sí mismo y que vivió su vida como pregonaba. No tengo ninguna duda de que más pronto que tarde será declarado por la Iglesia como eximio doctor de la misma. Y que pasados los años verá junto a Juan Pablo II compartiendo la gloria de Bernini.
Escrito lo anterior, recomendaría al lector que se zambulla en una extraordinaria película/documental (Netflix) rodada tras la elección del cardenal argentino Bergoglio e interpretada magistralmente por el grandísimo Anthony Hopkins (Ratzinger), y por Jonathan Pryce (Bergoglio). Es un documento excepcional y revelador. Tanto es así que destroza todas las insidias esparcidas en la relación de Benedicto XVI y Franciscus. Resumiendo, que fue Ratzinger quien llama al cardenal de Buenos Aires para que acepte sustituirle en la cátedra de Pedro. El relato de Entre dos Papas ha bebido, sin duda, en fuentes primigenias, esto es, con la información ofrecida por ambos. Ahí radica la virtualidad de la obra.
Son dos líderes espirituales distintos, pero no tanto. Con estilos diferentes -¡faltaría más, no exigen pluralidad en la Iglesia!-, pero con las mismas percepciones básicas respecto al dogma. Sólo hay diferencia: que uno y otro son en lo humano producto de su tiempo y circunstancias. Por lo tanto, me parece un error, dicho con toda modestia, contraponer a los personajes.
El gran problema para la Iglesia Católica no es de sus pontífices. Es la evaporación de valores esenciales que el cristianismo ha aportado a la civilización y al mundo. El relativismo, que sentenció el Papa muerto. Desde esa posición la Iglesia camina a velocidad de crucero hacia una religión minoritaria en la sociedad. Otra cosa es que pastores y rebaño metan la cabeza bajo el ala.