El deseo expansionista de Putin y la complicidad europea

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En pleno siglo XXI, en una situación geopolítica en la que hemos regresado a una Guerra Fría entre democracias y autocracias, Rusia se mantiene como líder del eje autoritario bajo la sombra de Vladimir Putin. La muerte en sospechosas circunstancias de Alexei Navalny no deja lugar a dudas de que el líder opositor ha sido asesinado por el régimen de Putin en una clara muestra de la brutalidad con la que el régimen silencia a aquellos que se atreven a desafiarlo.

El régimen ruso, enemigo declarado de la democracia y la libertad, y culpable de constantes violaciones de los derechos humanos, no sólo reprime a su propia población, no hay más que ver cómo se está deteniendo a aquellos que osan rendir tributo a Navalny en suelo ruso, o recordar a los más de 15.000 detenidos durante las protestas contra la invasión de Ucrania; sino que tiene como objetivo destruir las democracias que le rodean e impedir el establecimiento de nuevos regímenes democráticos, desestabilizando gobiernos en Latinoamérica y en Sahel. Y, para ello, no duda en utilizar todas las armas a su alcance.

La presunta (pero segura) participación de Rusia en ciberataques y campañas de desinformación para desestabilizar procesos electorales y socavar la confianza en las instituciones democráticas es motivo de gran preocupación en Europa. Y en España ya hemos sufrido sus consecuencias: el caso de Cataluña es un ejemplo flagrante de la injerencia rusa. Putin ha encontrado en el independentismo catalán una oportunidad para socavar la estabilidad de la Unión Europea, fomentando la discordia y debilitando la unidad de sus miembros.

Pero en Europa hemos caído en la trampa de la dependencia energética rusa, lo que nos impide plantar cara como realmente deberíamos a un régimen dictatorial que pretende nuestra destrucción.

España es líder en compra masiva de gas ruso, habiendo aumentado las compras un 30% respecto a 2022. Este ingreso de capitales no solo perpetúa la autocracia de Putin, sino que subvenciona las atrocidades que comete en casa y en el extranjero. La Unión Europea se comprometió a reducir su dependencia energética de Rusia tras la invasión de Ucrania, pero en España parece que hayamos olvidado este compromiso.

Es nuestro deber como ciudadanos reflexionar y comprender que no se trata sólo una transacción económica, sino que supone un respaldo indirecto al régimen de Putin, asesino de opositores y firme enemigo de la democracia. Cada euro que fluye hacia Rusia contribuye a la maquinaria de represión y corrupción que mantiene al líder ruso en el poder. ¿Cómo podemos pretender ser defensores de la democracia mientras financiamos a un régimen que atenta contra ella? Necesitamos una política energética eficiente, que diversifique las fuentes y proveedores de energía, para tener la libertad de romper lazos comerciales con cualquiera que amenace nuestro modo de vida.

La Unión Europea debe unirse enérgicamente para condenar las acciones del régimen ruso y tomar medidas concretas para frenar su influencia nefasta. En un año electoral sin precedentes, donde 400 millones de europeos están llamados a las urnas para elegir la nueva composición del Parlamento Europeo, no podemos permitir que ni Putin, socave los cimientos de nuestra democracia.

La batalla de Navalny no ha sido solo una batalla por la democracia y la libertad en Rusia. Ha sido una batalla por los rusos, por nosotros, los europeos, por Ucrania y por nuestros amigos opositores de Bielorrusia. Ha sido una lucha contra la tiranía de Putin y su ofensiva expansionista. Por ello, los europeos debemos mantener vivo su recuerdo y mantener nuestro firme compromiso con la defensa de nuestra libertad y nuestro modo de vida.

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