La cuestión religiosa y el Frente Popular
A raíz de la Revolución francesa y la caída del Antiguo Régimen, los ejércitos napoleónicos quisieron imponer sus principios a las monarquías europeas con la fuerza de sus bayonetas. Como bien sabemos, España no fue una excepción, y el 2 de mayo de 1808 ha quedado escrito en nuestra Historia con letras de bronce.
Las guerras Carlistas del siglo XIX -nuestras guerras civiles-, contenían sin duda un componente claramente religioso, que amainaría con el Concordato de 1851. La Restauración Monárquica, tras el Sexenio Revolucionario de 1868, recuperaría la plena oficialidad católica del Estado, hasta la proclamación de la Segunda República en 1931.
La beligerancia anticatólica de las fuerzas republicanas de izquierda se puso de manifiesto apenas transcurrido un mes desde aquel 14 de abril. El 11 de mayo ardían total o parcialmente un centenar de iglesias, templos y otros edificios religiosos. Para Azaña «ninguna iglesia valía la vida de un republicano», mientras en el Ministerio de la Gobernación, Miguel Maura permanecía impasible ante aquel atropello.
En este clima se celebraron elecciones constituyentes y se debatió el texto que vería la luz el 9 de diciembre de 1931. Azaña había proclamado durante estos debates que «España había dejado de ser católica». En efecto, la Segunda República convirtió la «cuestión religiosa» en la enseña de su Constitución, cuyo artículo 26 concentraba todo ese odio anticatólico contra las órdenes religiosas en general, y los jesuitas en particular.
Una persecución anticatólica que acabaría provocando una guerra civil, convertida por la Iglesia en una cruzada frente a sus perseguidores. Lo sucedido a continuación es suficientemente conocido como para no ser necesario recordarlo. Tras la muerte de Franco, la «cuestión religiosa» estuvo entre los puntos más sensibles del debate constituyente.
La libertad religiosa y la separación entre la Iglesia y el Estado, que habían quedado establecidas por el Concilio, no debían ser por tanto, motivos de especial disputa. Triunfó la sensatez y el artículo 16 -que es para la libertad de la Iglesia y de los católicos a profesar su fe, el equivalente del artículo 27 para la libertad de educación- sancionó un modelo de aconfesionalidad cooperadora entre la Iglesia y el Estado, reconociéndose a la primera un marco de actuación muy satisfactorio para desarrollar su actividad: «Una Iglesia libre en un Estado libre». Finalmente, parecía quedar pacificada una cuestión que había dividido profundamente a nuestro país durante los últimos siglos.
De hecho, con los Gobiernos socialistas de Felipe González y aún de Rodríguez Zapatero, se pudieron alcanzar acuerdos en ámbitos muy significativos. Ejemplos singulares son la educación concertada con el primero y el 0,7% del IRPF con el segundo. Aunque hay que reconocer que no faltaron momentos delicados, en los que estuvo en riesgo el equilibrio alcanzado, la sangre no llegó al río pues la libertad de la Iglesia como tal no estuvo nunca amenazada. Otra cosa es la legislación promulgada durante ambos mandatos claramente anti católica, contra la vida, el matrimonio y la familia.
Con el Gobierno socialcomunista de Sánchez e Iglesias entramos en una nueva etapa de esta sensible cuestión. Hoy están al mando de la nación los sucesores de los mismos partidos que conformaron aquel infausto experimento histórico del Frente Popular de 1936.
Es evidente que ni el mundo, ni Europa, ni España son y están en ese 1936, pero lo inquietante es que algunas cabezas al mando sí parecen estarlo, empeñadas en ganar la Guerra Civil ochenta años después y reescribir la Historia a base de leyes, imponiendo una «memoria democrática» falsaria y selectiva de la misma.
Ya sabemos lo que significa la democracia con los comunistas en el Gobierno. Su derrota en la guerra interrumpió el martirio de los católicos, pero hoy la muerte es civil e incruenta, al perseguir la abolición del «patriarcado católico», como deja entrever Sánchez huyendo como de la peste, para no asistir a un funeral por más de 40.000 compatriotas fallecidos a causa de ella. En esas estamos con el tándem Sánchez-Iglesias.