Cuando un presidente democrático está a las órdenes de un narcodictador
Sostenía el gran Torrente Ballester, falangista de primera hora y disidente de última, que “el poder más peligroso es el del que manda y no gobierna”. Cualquiera diría que el coruñés autor de Los gozos y las sombras, dramaturgo excelso y novelista sublime, estaba pensando en esta España contemporánea de Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno vive mucho y muy bien, con el Falcon, el Airbus y el Super Puma a su permanente disposición, pero mandar, lo que se dice mandar, manda más bien poquito. Los verdaderos jefes son otros: golpistas, filoterroristas, comunistas y narcodictadores.
Es lo que pasa cuando te has de comer el marrón de ganar unas elecciones pero a años luz de la mayoría absoluta, formar Gobierno y tejer una coalición con un tío al que tienes un asco sideral. Nosotros no tenemos experiencia en la materia a nivel nacional pero es lo que ha ocurrido toda la vida de Dios en Europa con esos gobiernos imposibles a dos, tres, cuatro o cinco bandas: que las minorías son las que dictan el devenir del Ejecutivo por la sencilla razón de que el primer ministro depende de que el dedo pulgar del socio de turno o el aliado de guardia tome el camino del suelo o el del cielo. Cada votación es una cesión, un vía crucis para ser más precisos. Una desconsideración con el que te mantiene en el machito con alfileres y adiós muy buenas.
Aquí mismo vaticiné hará cosa de un par de meses quién iba a ser el baranda de este Gobierno tan legal ordenamiento jurídico en mano como bastardo si lo pasamos por el tamiz de la moralidad: Pablo Iglesias Turrión, alias El Coletas. Con la obvia e inestimable colaboración de los golpistas que hace un par de años declararon la independencia de Cataluña y del partido que representa a quienes asesinaron a 856 compatriotas, 11 de ellos, por cierto, socialistas. Ellos son los que deciden qué se aprueba, qué no se aprueba, a quién se persigue, a quién no, quién es bueno, quién es malo y a quién echa una manita la Fiscalía y a quién se la echa pero al cuello.
Lo de ERC es ya un cante jondo. Da asco moral contemplar al presidente de la undécima potencia económica mundial y del cuarto país de la zona euro rendir pleitesía permanente a los que perpetraron el segundo golpe de Estado de la democracia. Jamás pensé que tan alta magistratura como el Gobierno de España se postrase de hinojos ante delincuentes. Aún recuerdo el espectáculo de hace dos semanas cuando OKDIARIO anticipó en primicia que Sánchez estaba sopesando la posibilidad de cancelar su cara a cara con ese racista con cara de neandertal y delincuente que responde al nombre de Quim Torra. Fue ir el rufián de Rufián a Moncloa y cuadrarse el inquilino de Palacio, que no tuvo más remedio que echar mano de ese “sí bwana”, que se ha convertido en el mantra presidencial, en lugar de ejecutar la cobra que le pedía el cuerpo.
Lo de los proetarras fue sencillamente ignominioso. Un golpe bestial, y no sé si letal, a la libérrima España constitucional que los españoles nos regalamos en 1978 tras cuatro décadas de oscuridad. Si me llegan a pronosticar hace dos años que el presidente del Gobierno sería elegido con el apoyo pasivo de ERC y Bildu, hubiera pensado que mi interlocutor se había metido un tripi de esos que te hacen ver dibujos animados. Pero no, desgraciadamente, lo que en la peor de nuestras pesadillas pensamos que pudiera suceder es una realidad. No es una ensoñación como el 1-O, que diría Marchena. No. Es tan real como esa sentencia que allanó el camino para el indulto encubierto a los tejeros del siglo XXI.
El masoquismo de Pedro Sánchez parecía finito pero no. Nueva equivocación. Es tan infinito como su demagogia o como esa mentira que será su gran estandarte en los libros de una Historia que lo condenará como el peor presidente de la historia democrática de un país que no está precisamente para experimentos con champán. Intuíamos que la liaison del PSOE en general y del Gobierno en particular con el narcochavismo era una posibilidad pero desde el miércoles sabemos que es una certeza. Al presidente no le traicionó el subconsciente, o sí, qué más da, cuando calificó en sede parlamentaria de “líder de la oposición” a Juan Guaidó, presidente legítimo de la República de Venezuela.
La cara B de un presidente cuya cara A quedó rayada hace ya un porrón de meses por culpa de su patológica adicción al embuste. El Pedro Sánchez de este 12 de febrero es el mismo, no un sosias, un doble, ni un clon, que el 4 de febrero de 2019 fue el primer jefe de Gobierno mundial en reconocer a Juan Guaidó “presidente” de Venezuela con un “encargo” bien concreto: la celebración de comicios democráticos. Su estela la siguieron luego 60 países, los más importantes del mundo, excepción hecha de una Rusia y una China que no son lo que se dice un paraíso de libertad. El speech que soltó ese lunes fue inequívoco: “Apostamos por la libertad, la prosperidad y la concordia en Venezuela a través de elecciones libres y democráticas”. “No vamos a dar un paso atrás: España va a estar a la altura de lo que se espera, Venezuela puede contar con España”, remachó en su solemne intervención en Moncloa. Un año y diez días después, el Pinocho más Pinocho que conocieron los tiempos ha dicho “digo” donde dijo “Diego”.
Que en España manda el dueño del casoplón de Galapagar y su súperjefe, Nicolás Maduro, no lo afirmo yo. Lo afirman los hechos en forma de giro de 180 grados en la política exterior: la negativa a no recibir oficialmente a Juan Guaidó en su world tour, todo lo contrario de lo que han hecho desde Johnson hasta Merkel pasando por Emmanuel Macron o el mismísimo Donald J. Trump en el Despacho Oval. El socio de Pablo Iglesias y ahora también mayordomo de Nicolás Maduro no sólo dio con la puerta en las narices a Guaidó sino que lo humilló mandando a la novata titular de Exteriores a agasajarle no en el Ministerio sino en ¡¡¡la Casa de América!!! Yo soy Guaidó y los hubiera mandado a tomar por todos los vientos con cajas destempladas.
El numerito de Barajas habla por sí solo. La narcovicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, se plantó en Madrid para demostrar quién manda en el Gobierno de España. Tan cierto es que su jet tenía que efectuar una escala técnica camino de Estambul como que esa parada y fonda se podía haber ejecutado en Lisboa, en Rabat, en Marrakech o en Argel. Vino a España para Dios o el diablo sabe qué pero no era imprescindible desde el punto de vista aeronáutico. Los mandamases bolivarianos son narcotraficantes, asesinos y ladronazos, pero no tontos. Y saben que un Gobierno de España débil les viene bien para blanquear su tiranía a los ojos del mundo y para colar su satánico modelo político en el Viejo Continente.
La prueba del algodón definitiva de cuanto digo fue el show del viernes del narcodictador con Delcy a su vera. Lamentables y significativas mofas al Ejecutivo aparte, Maduro dejó bien claro que el de Pedro y Pablo es ahora un “Gobierno amigo”. Más claro, agua.
No hace falta ser Rappel, tampoco haber ido a Harvard, ni desde luego gozar del coco de Einstein, para colegir el recadito que le ha dado Iglesias a su teórico jefe Pedro Sánchez: “Si tocas el tema de nuestra financiación o no obedeces a Maduro, caes”. Palabra arriba, palabra abajo, ésa es la cuestión. Y Sánchez, al que le gusta el Falcon más que a un tonto un lápiz, responde obediente “amén”. No es sólo la financiación de Podemos, venezolana, ecuatoriana, boliviana y no sé si cubana y nicaragüense. La investigación a Raúl Morodo, histórico socialista y embajador del Reino de España en la etapa presidencial del ahora gran blanqueador del narcorrégimen, José Luis Rodríguez Zapatero, apesta. ¿Se cree alguien que un país va a dar 35 millonacos en mordidas a un simple representante diplomático, por muy embajador que sea? Venga ya. Ahí hay tomate. Ahí puede salir hasta el tato de Ferraz. Y Sánchez lo sabe. Ni este sujeto podía llegar más alto ni la Presidencia del Gobierno más bajo. Depender de la diabólica voluntad de gentuza no invita precisamente a la tranquilidad. Yo no quiero que me gobierne ni un narcodictador ni un comunista resentido con ansias de vendetta. Hasta ahí podíamos llegar.