La crisis de Gobierno o el reconocimiento de un fracaso

Eduardo Inda

Históricamente, las crisis de Gobierno afectaban a unas poquitas carteras. Un 20% del total como mucho. Eso sí: siempre eran sinónimo de que algo no iba bien. Como dicen los anglosajones, “lo que funciona no se cambia”. Sensu contrario, eso significa tanto como que cuando se retocan es que no funcionan. Y perdón por recurrir a Perogrullo pero la megacrisis de ayer es sinónimo de tragedia, de que el barco hace aguas por todas partes, de que es la última oportunidad para no perder el tren de la historia, para no acabar siendo el Ejecutivo más corto de la democracia con la salvedad del presidido por el gran Leopoldo Calvo-Sotelo. Lo único que tiene seguro Pedro Sánchez es que el suyo será más longevo que el del ucedista, que apenas duró un año y ocho meses tras su constitución el 27 de febrero de 1981, cuatro jornadas después de ese 23-F que a punto estuvo de llevarse por delante nuestras recién recobradas libertades.

Pedro Sánchez echó ayer a ocho miembros del Gabinete, contando a un Iván Redondo que mandaba más que las vicepresidentas, y cambió nueve carteras en total. Ahí es nada. No recuerdo una remodelación tan bestia en medio siglo de democracia. Sí puedo asegurar y aseguro que no al menos en los Ejecutivos mandatados por José María Aznar, periodo que seguí en primera línea como corresponsal político de El Mundo en Moncloa. El número de ministros que salen es siempre directamente proporcional a la gravedad del estado de salud del Gobierno. Sobra decir, pues, que ésta es una crisis muy gorda, gordísima.

Uno, que se conoce ya todas las tretas de nuestra inempeorable clase política, se desternillaba ayer observando la patética nueva modita: no los largan, se largan. Buena parte de los ministros salientes juraba y perjuraba que lo dejaban por “voluntad propia”. Jajajajajajaja. No he conocido jamás un miembro del Consejo de Ministros sea del signo que fuere al que le apetezca dejar la poltrona, el coche oficial, las comilonas, los viajazos, los edecanes, los mil y un pelotas y las decenas de guardaespaldas. Ni uno. Y los que verdaderamente pidieron el cambio fue porque estaban muy malitos, porque la enfermedad les impedía continuar con la vida normal o porque les acababan de detectar una de esas terribles patologías que impiden compatibilizar trabajo y tratamiento. Estoy por conocer la excepción que confirma esta regla.

El nivel Dios de idiocia lo protagonizó ayer, para variar, un Iván Redondo que pasó a los medios una nota pueril en la que, entre otras chorradas, afirmaba con lamentable sintaxis que “en la política, como en la empresa, como en la vida, además de saber ganar y saber perder, hay que hacer algo más importante: saber salir”. Mi hijo pequeño escribe cosas más serias que esta infantiloide parrafada.

Que no les engañe el mercachifle del sospechoso tupé: con su destitución el presidente del Gobierno le hace implícitamente responsable de ese 4-M en la Comunidad de Madrid que ha cambiado no sólo el curso de la legislatura sino tal vez el curso de la historia. Todos en el PSOE culpabilizaron en masa al antaño asesor del PP del apocalipsis madrileño que los periodistas del pensamiento único argumentaban que no era extrapolable a la política nacional. Pues menos mal que no lo era porque si lo llega a ser las encuestas otorgarían ahora 50 escaños a Pedro Sánchez en lugar de los noventa y tantos que, salvo el secuestrado CIS, le conceden unánimemente todas las empresas de demoscopia privadas, incluida la que trabaja para OKDIARIO. Conviene no olvidar que tras el 4-M el PP supera los 130 escaños en todos los sondeos.

Gracias, presidenta Ayuso, ya no te debemos tres sino más bien cuatro, cinco o seis. Son tantas que hemos perdido la cuenta. Gracias, en cualquier caso. Redondo ya figura por derecho propio entre los cadáveres ajenos que guardas en el armario. Bueno, y Carmen Calvo, la todopoderosa vicepresidenta primera que, todo hay que decirlo, no pasa por su mejor momento en lo que a salud se refiere. Cualquiera diría que Redondete continúa siendo asesor del PP porque todo lo que hizo por periodistas de cámara interpuestos para cargarse a Ayuso y recuperar la Comunidad ha tenido un efecto bumerán con la megacrisis de ayer como punto culminante.

Su campaña para destrozar a Ayuso fue sencillamente diabólica, de un ruin que deja a Satanás reducido a la condición de buena gente. Su obediente legión de plumillas le llamó “tonta”, dijo que estaba “gorda”, jugó con las iniciales de su apellido “IDA” —aunque en realidad es INDA, Isabel Natividad Díaz Ayuso— argumentando que padece “una enfermedad mental” y le imputó los ancianos muertos en las residencias de Madrid pese a que el mando único de la lucha contra la pandemia correspondía en esa época a Moncloa. Son tan miserables que incluso le llegaron a tildar de “corrupta” porque Kike Sarasola le había alquilado por 80 euros la noche una habitación de un apartahotel vacío en la etapa más dura del confinamiento total.

Claro que, amén de convertir a Ayuso en el personajazo que es hoy día, ha perpetrado otros patinazos de padre y muy señor mío. A saber: las mociones de censura en Murcia y Castilla y León, que degeneraron en gatillazo en ambas regiones y sorpasso en las encuestas a nivel nacional, y esa cumbre bilateral de 29 segundos Sánchez-Biden, que figura ya por derecho propio en los anales de la bufonada.

Redondete tiene lo que se merece: la calle, en la cual le estaremos esperando para escrutar si todo lo que cuentan sobre sus negocios privados es o no verdad. Intuyo que una pequeña parte de la culpa de su adiós corresponde a Manuel Cerdán, que puso la guinda al pastel publicando en este periódico que era el personaje que más cobraba del PP en la época de Gürtel, superando con sus 207.000 eurazos anuales al mismísimo Mariano Rajoy. Lo de Carmen Calvo es un auténtico varapalo al socialismo más normal, dentro de un orden porque esto no es el transversal felipismo, y un espaldarazo al feminismo ultra y locoide de Irena Montera.

La gran noticia para el PP y pésima para el Estado es que permanece Fernando Grande-Marlaska, un individuo caracterizado por su falta de mano izquierda, su tendencia cuasipatológica a meter la pata y su maldad. Y que lo de Marruecos y el líder del Polisario fue un fiasco diplomático de primera magnitud, cuyas consecuencias las estamos viendo en el incremento exponencial del flujo de pateras, no era una obsesión de los medios fascistas de la derecha sino una realidad como la copa de un pino. La evidencia es que ha puesto a Arancha González Laya de patitas en la calle a las primeras de cambio. La salida de Ábalos, un socialista educado en ese felipismo moderado, constitucional y con sentido de Estado, es una mala noticia porque representaba la socialdemocracia, como buena es la permanencia de una Margarita Robles que se mueve por los mismos derroteros ideológicos.

Llama poderosamente la atención que el ministro que ha cocinado los indultos para que Sánchez mantenga el Falcon, el SuperPuma, el Airbus, Moncloa, Doñana, Quintos de Mora y el Palacio Real de La Mareta tenga que coger los bártulos e irse por donde vino apenas dos semanas después de consumarse esa gran traición. Pedro Sánchez ha usado a Juan Carlos Campo y lo ha tirado cual kleenex. Así se las gasta el pájaro.

Pero esta megacrisis nos trae más noticias malas y buenas. Otra de las primeras es que Podemos sigue manteniendo su cuota de poder, vamos, que el presidente del Gobierno continúa siendo rehén de los sicarios del narcodictador Maduro en España. La segunda es que el comunista que quiere imponernos qué comemos y que ha asestado una puñalada trapera a los sectores cárnico y ganadero, Alberto Garzón, se mantiene en su puesto más chulo que un ocho. Mucho afearle la conducta pero Pedro Sánchez no se ha atrevido a tocarle un pelo. La tercera es que no reduce en absoluto su megalomaniaco Ejecutivo que, con 22 carteras, es tras la caótica Italia el más grande de Europa doblando casi en tamaño al último de Mariano Rajoy (13). Continúa el derroche de dinero público. Le da igual porque tira con la pólvora del Rey que pagamos con nuestros impuestos.

Otra buena nueva es que refuerza a Nadia Calviño como vicepresidenta primera, mandando implícitamente el mensaje de que la política económica será moderada y seguirá los dictados impuestos desde Bruselas y Francfort. La prestigiosa técnico comercial del Estado gallega es, dentro de lo malo que es este Ejecutivo, lo mejor. Y eso que los guarismos no son precisamente para sacar pecho: el PIB de nuestro país fue el año pasado el número 1 en caída en la UE, el mismo puesto que ocupan los índices de destrucción de empleo.

Pero sin duda la gran buena nueva es que ya queda menos para que Pablo Casado gobierne España, lo de ayer es una muestra de debilidad de tres pares de narices y, como relataba en el primer párrafo, el reconocimiento de un fracaso. No se engañen: las cosas son lo que parecen y no parece que el presidente menos votado de la democracia vaya a durar toda la legislatura. La sentencia de muerte del Pinocho monclovita llegará el día en el que esos enemigos de España que son proetarras, golpistas y comunistas sitúen el dedo pulgar en dirección al suelo. A esta gentuza la estabilidad de nuestra nación le importa un pepino, cuanto peor, mejor para ellos. Por eso estoy convencido de que apretarán el botón nuclear más pronto que tarde. Chuparán la sangre del tonto útil que en el fondo es para ellos Pedro Sánchez y cuando esté desangrado, lo tirarán a la basura. Tiempo al tiempo. Y entonces el peor presidente de la historia tendrá lo que se merece.

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