Cataluña no está para fiestas

Cataluña no está para fiestas

La élite independentista pretende hacer de Cataluña su fiesta particular. Mientras empujan a la comunidad autónoma hacia el abismo político, económico y social, no sienten el más mínimo pudor a la hora de exhibir sus juergas en las redes sociales. Un hedonismo casi infantil mezclado con la ostentosidad de quien, a pesar de ganarse la vida gracias al dinero de todos los contribuyentes, se cree por encima del bien y del mal. Resulta un insulto a la dignidad de los catalanes que Carles Puigdemont, sumido en plena celebración, demuestre públicamente sus dotes musicales en vez de trabajar para que la región española salga del atolladero donde la han metido tanto él como el resto de independentistas. La economía catalana es ahora mismo un despropósito calificado como ‘bono basura’ donde las inversiones huyen ante una deriva que ha llevado al Govern a enfrentarse al Estado y al Tribunal Constitucional.

Por si fuera poco, y mientras en el horizonte asoma la aplicación del artículo 155 de la Carta Magna por desobediencia, el president tendrá que someterse a una cuestión de confianza el próximo mes de septiembre debido a su incapacidad para pactar los Presupuestos con los antisistema de la CUP, compañeros de ruta en ese viaje a ninguna parte que pretende separar a España de Cataluña. A pesar de este panorama, Puigdemont ha preferido el micrófono y los Beatles al despacho. La exclusividad marítima de Cadaqués al rigor institucional de Barcelona. En definitiva: chanza frente a responsabilidad. Este lúdico encuentro transmite una lacerante desafección hacia los ciudadanos y sus problemas. Muestra la verdadera naturaleza frívola de los autoproclamados padres de la patria catalana, un grupo de privilegiados que trata de engañar a los catalanes con constantes apelaciones viscerales y que, sin embargo, viven encerrados en burbujas exclusivas como la mansión veraniega de la esquerrista Pilar Rahola. Totalmente ajenos a las estrecheces del día a día propias de la mayoría de los ciudadanos. La imagen que transmiten no puede ser peor.

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