Para cartelito, ¿el de Las Ventas?
Sentados en una taberna de la calle de Alcalá, ante un plato de alcachofas con langostinos y otro de rabo de toro estofado, doña Lógica charlaba con don Torista y don Toreo Puro. Caras de estupor en ambos cuando la primera dijo que el cartel de la Semana Santa de Sevilla había sido un éxito rotundo, pues había cumplido a la perfección con su labor. A modo de apunte rápido, ésta empezó recordando que el cartel es una obra publicitaria, cuya ejecución está orientada a la obtención de la máxima capacidad de atracción y de síntesis conceptual. «Aunque el cartel que estamos tratando no es estrictamente comercial, sino informativo, pueden aplicársele estas premisas. No hay que olvidar que el destinatario de estas obras es un público reticente a las novedades estéticas, que entiende sus fiestas como costumbres cargadas de tradición», dijo sin creerse demasiado importante.
Don Torista aprovechó la ocasión, sentenciando con fervor: «Para cartel, el que presentaron el jueves en Las Ventas, ¡qué cosa más bonita y más bien hecha!». Doña Lógica, apoyada en su espléndida coherencia, dio paso a la esperada embestida. «¿Cartel? ¿Ese pastiche anacrónico, más cursi que un mirlo, emplazado en el centro del redondel de las obviedades más ridículas y al que no hay manera de acercarle al burladero para que tome los primeros capotazos al hilo de las tablas? Parece que ha pasado por el feroz castigo de los picadores de ahora, dejando cada uno de ellos su rastro de cursilería, en posición firme, sin decaer ni por un instante». Don Torista, indignado, dijo que ese cartel era la perfección pura, que ¡hasta salía Ayuso saludando! «Ese cartel es el non plus ultra del toreo y del mérito». En ese momento, Don Toreo Puro, que había estado callado hasta entonces, preguntó con voz ronca: «¿De qué cartel habláis? Yo no me he enterado de nada».
Doña Lógica decretó que no había toreo ni arte donde sólo había payasada. Si del polémico cartel de la Semana Santa sevillana se ha oído hablar hasta en Nueva Zelanda, de ese que anuncia la Feria de San Isidro ni siquiera ese redentor de la torería que era don Toreo Puro, ese sabio del trapo rojo, ese torerista empedernido, tenía el más mínimo conocimiento. Con guasa, doña Lógica continuó: «Misión cumplida la del cartel, ¿no?». Don Torista, sin mando ni temple, contestó que ese cartel era la más alta expresión de la tauromaquia viva, que es el arte de llevar al toro pegado a la muleta el máximo tiempo posible y, sin escamotear, ¡en la catedral del toreo!, que se llama Las Ventas. Eso le dolió a don Toreo Puro, que saltó inmediatamente diciendo que la catedral del toreo era La Maestranza de Sevilla, a pesar de los maestrantes actuales, cuyas luces parece que se esconden a favor de las de los trajes de los maestros: no hay manera de apreciarlas. Ahí siguen sin mostrar cansancio alguno en su veterana incapacidad.
En esta marcha a favor del enemigo astado, iba quedando claro que la modalidad artística del cartel desempeña una importante función como espejo social de los comportamientos colectivos. Los carteles de cada época son un documento de primer orden que nos informan de los límites de permisividad tolerada en las imágenes públicas en cada período histórico, de los criterios estéticos y de la naturaleza de los valores e ilusiones de una comunidad. No hace falta subrayar hasta qué punto estas exigencias imponen límites a la inventiva, al inconformismo o a la originalidad del cartel. Y guardo ya la muleta, no sin antes felicitar a Salustiano por su enorme éxito, así como a la niña del cartel de Las Ventas. No ha habido embestida que haya podido con doña Lógica, quien se ha divertido a más no poder, consciente de su responsabilidad histórica.