El candidato a tirano

El candidato a tirano

La última intervención televisiva de Pablo Iglesias ha puesto de manifiesto sus nuevas tácticas de seducción. A estas alturas es algo histórico afirmar que su llegada al poder fue el resultado de la acuciante debilidad del sistema democrático en la que estamos inmersos. Demasiado habituado a las maniobras de pasillos, su propio lenguaje le juega malas pasadas, a pesar de las horas y horas que debe deleitarse delante del espejo preparándose sus comparecencias. Tras su estudiado parloteo, dejó entrever su objetivo, que no es otro que terminar de destruir el enfermizo sistema vigente. “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Este individuo inundado de odio y rencor se instaura, a pesar de la rebuscada suavidad de sus formas, en el reino de la violencia.

Un pueblo psicológicamente agotado, hundido por la apremiante crisis económica, con las tentativas de combate a flor de piel, desesperado y anhelante es el que va a salir a la calle la semana que viene a decidir el rumbo político que va a tomar la capital de España. Con tanta desolación en el ambiente, se agudiza la necesidad de una autoridad en la que confiar, que encarne la voluntad general o, al menos, que lo parezca. El caldo de cultivo es la situación de minusvalía extrema de un pueblo con poca fe en las instituciones, con resquemor por lo pasado en este largo año pandémico. Estas elecciones no se pueden desvincular de esta realidad tan dramática, que es además la necesaria para que un tirano se aúpe en el poder.

Cuando los equilibrios emocionales y, por tanto, sociales están tan perjudicados, los individuos están más expuestos a caer en las redes de los grandes demagogos y los candidatos a tirano, por encima incluso de sus referencias morales. El tirano promete lidiar y solucionar los problemas de todos, uno por uno. Ante el enorme peso de la desesperanza reinante, la población pasiva espera ese milagro y quiere creer de forma casi mística que ese nuevo líder va a eliminar tanta injusticia y garantizar la prosperidad eterna. En otras palabras, la tiranía no es una realidad que surja al azar, es necesario un ambiente como el descrito para que sea posible. El hombre común, es decir, el apolítico ve en el aspirante a líder un medio de salvación para aliviar tanta tensión.

Es casi cansino insistir en el zócalo psicológico de todo el mensaje electoral de este hombre andrajoso. De todos es ya sabido que su fuerza se basa en el resentimiento, pero hay que insistir porque él exige un reconocimiento total de inefabilidad. La víctima designada es inabarcable, porque somos todos, son nuestras costumbres, es nuestra tierra, son nuestros valores y nuestros refugios espirituales. Este hombre sabe jugar con la alienación de la identidad individual, su pieza maestra es el análisis de la psicología de masas, que se recrea en la idea y el culto al líder supremo. Sabe alzarse en figura central y en árbitro del juego de alianzas políticas. Ofrece una imagen de moderación y alimenta una esperanza legalista que no son nada reales, pero sus maniobras tienen éxito. Se impone su violento oleaje cíclico como un ciclón autoritario. En este sentido, la ceguera de las élites socialistas, tal como ya se ha demostrado, es la inminencia de un desastre social. En su apogeo es capaz de razonar, pero su gobierno será el de un terrorista absoluto, que exigirá la devoción y la sumisión total de todos, y de manera insaciable.

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