Bienvenidos al barrio de Lamine Yamal

Lamine Yamal

El apuñalamiento del padre de Lamine Yamal pone de manifiesto que Rocafonda, el barrio de Mataró en el que se crió el jugador, no es un barrio multicultural donde reina una perfecta convivencia.

Estuve en el 2013. Hace más de una década. Me propuse visitar algunas zonas de Cataluña que ya despuntaban en presencia de población extranjera. Fui a Ca n’Anglada (Tarrasa), a Salt (Gerona) y a Llefià (Badalona).

A Rocafonda fui por recomendación del periodista Manuel Cuyàs (1952-2020). Cuyàs fue el redactor -el negro que decíamos entonces- de las memorias de Jordi Pujol. El ex presidente le hizo la putada de no contárselo todo.

Tuve buena relación personal con él hasta que, con el proceso, se enfrió. Paradójicamente, me lo había presentado el cuñado del ex presidente, el consejero Antoni Subirà, un día en los pasillos del Parlament. Cuando todavía me dejaban entrar. Ahora estoy vetado. Esperando que Josep Rull lo arregle.

«¿Os conocéis?», inquirió Subirà. Yo no le conocía personalmente, pero por supuesto seguía sus columnas en el Avui. Durante un tiempo, el citado Manuel Cuyàs, Manuel Trallero, Arturo San Agustín y Gregorio Morán fueron mi canon periodístico particular. No necesariamente por este orden.

La última vez que comimos juntos ya estaba desengañado con el procés. «Me invitan menos a TV3″, me confesó. “Sólo quieren a jóvenes hiperventilados», añadió. Luego le pilló la enfermedad. Me enteré tarde y mal.

Pues sí, fue él el que me dijo: «Ves a Rocafonda». Lo que vi no coincide con la imagen que han transmitido la mayoría de medios de comunicación tras el éxito de su ciudadano más ilustre. En el reportaje que hicieron en TV3 encontraron hasta a una señora autóctona. Sobre el tema de la inmigración todos pasaban de puntillas.

En realidad, Rocafonda es casi un gueto islámico. Como ca n’Anglada y otros. Si ya lo era cuando estuve, imaginen transcurridos más de diez años sin que nadie haya hecho nada en inmigración.

Recuerdo que azuzó mi curiosidad el comentario de una colega en la sala de prensa del mencionado Parlament. Tenía un tío mosso d’Esquadra. Y ya me dijo que preferían no tener que ir.

Más recientemente, un alcalde convergente, ahora en Junts, me confesó que su colega de Mataró le había dicho que la Policía Local tampoco quería ir a Rocafonda. A Rocafonda y a Cerdanyola, el barrio de al lado.

Hace dos años, ya fue noticia porque multaron un coche en doble fila y se les abalanzó una multitud. Los agentes tuvieron que salir de estampida. Lo que confirmaría también que es una zona no-go, donde la autoridad que representa el Estado -la Policía- tiene dificultades incluso para poner una sanción de tráfico.

Desde luego hay muchas más en Cataluña y en el resto de España. Aunque la mayoría de nuestros políticos no quieran verlo.

Basta recordar, por ejemplo, a las dos mujeres asesinadas en Tarrasa porque querían salir con chicos occidentales, no casarse por obligación con un pariente lejano. Todo ello ocurría no en una remota aldea de Pakistán sino en Tarrasa (Barcelona).

A la hora de escribir este artículo no sé si el intento de homicidio es una discusión de vecinos que fue a más. Yo, la verdad, tampoco pondría la mano en el fuego por el padre de Lamine Yamal.

En las elecciones municipales de mayo, intentó agredir a la alcaldable de Vox Mónica Lora, también diputada autonómica. Lo impidió un compañero del partido. Al final fue alejado por cuatro mossos. Dos de ellos, mujeres. Nadie condenó la agresión. Claro, eran de Vox.

O, como ha publicado este diario, algo peor: «Mensajes de odio de marroquíes» porque su hijo juega con España. Pensaba que los racistas éramos sólo los blancos.

En fin, durante mi visita hablé con un señor ya mayor que había vivido toda la vida en el barrio. Pero que estaba harto de los problemas generados por una inmigración descontrolada.

Ahora ya no podía abandonarlo -su mujer estaba en un precario estado de salud- porque el precio de los pisos se había devaluado. «Esto es Rocamora», me dijo. En efecto, es como es conocido este barrio en Mataró.

Sin embargo, hice lo que tiene que hacer todo periodista: hablar con las dos partes. Incluso encontré a un converso que me trató estupendamente. Y en una de las tiendas magrebíes en las que entré, hasta me regalaron un Corán que tengo leído a medias.

Por cierto, su traducción no tiene nada que ver con la traducción que publicó hace años una reputada arabista catalana.

Bienvenidos a la realidad, pero me temo que no es sólo Cataluña. Ni siquiera el resto de España sino toda Europa. Basta ver lo que ha pasado en el Reino Unido o lo que pasó hace unos meses en Francia. El otro día, en X, vi un post que decía que en la ciudad sueca de Malmö publicidad en la calle es ya en árabe.

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