Aún queda molestar

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Una amiga me recordó hace unos días la pintada ácrata que apareció, allá por los años setenta, en la pared de un colegio de Rubí: “Aunque todo esté perdido, aún queda molestar”, lo que, a mi modo de ver, es toda una llamada a la acción.

No nos podemos rendir. En un momento especialmente delicado para las libertades y particularmente crítico para la salud y el bienestar de los españoles, es más necesario que nunca dar la batalla de las ideas. Lo que está ocurriendo en España no es producto de la casualidad, ni siquiera es consecuencia de la incapacidad y el sectarismo de nuestros gobernantes. Su actitud y su falta de principios ayuda, naturalmente; pero todo lo que nos pasa obedece a una estrategia diseñada y fielmente ejecutada por los propagandistas que llevaron al caudillo Sánchez a obtener la Presidencia del Gobierno de España. Claro que la ausencia de escrúpulos del impostor que habita en la Moncloa es imprescindible para tejer y acometer un plan de estas características; pero estamos ante una función milimétricamente diseñada para pervertir el orden constitucional con el último y único objetivo de apalancarse en el poder.

Frente al oscurantismo decretado por el Gobierno y convenido con sus terminales mediáticas, hay que levantar la voz. Frente a la estrategia goebbelsiana de superposición de noticias, de ruido blanco para tapar con cada nuevo escándalo el escándalo anterior, es preciso tomarse la molestia de señalar cada uno de los actos y a cada uno de los protagonistas que están convirtiendo a España en el país más arruinado y más enfermo de la UE, en la anomalía democrática de Europa.

“Recordar es un deber”, proclamó Primo Levi mientras daba la batalla contra el olvido dando conferencias en las universidades de todo el mundo. Él se estaba refiriendo a una época terrible de la historia europea en la que el sistema propagandístico hitleriano organizó la mayor masacre contra la humanidad –sólo comparable con la perpetrada por los admirados líderes comunistas de los socios de Gobierno del caudillo Sánchez- y pretendía eludir su responsabilidad a base de propaganda y ruido blanco incluso una vez desvelados todos sus horrendos crímenes.

Es verdad que las consecuencias –la aniquilación física del adversario, borrar su historia, tratarlo como si no fuera un ser humano… – de la política nazi no son equiparables con la situación por la que atraviesa España. Pero, como explico en mi nuevo libro ‘La Demolición’ (el 27 en librerías, editado por @esferalibros), ambos episodios tienen en común la táctica utilizada para conseguir su objetivo de ostentar un poder absoluto. Baste fijarse en que los principios de propaganda diseñados por Goebbels  -que llevaron a la población alemana a la alienación primero y a la autojustificación después- se han convertido en la guía aplicada por Sánchez para eludir su responsabilidad sobre lo que ocurre en nuestro país y para que la superposición de escándalos nos impida ver la magnitud de la tragedia.

El virus de la desinformación para combatir la verdad se nos ha venido inoculando desde que Sánchez  llegó al Gobierno con una performance diseñada para que pareciera que su moción de censura tenia como objetivo regenerar la democracia. España tardará muchos tiempo en conseguir la inmunidad de rebaño frente al Covid-19, pero Sánchez ha conseguido su impunidad tratándonos a todos los españoles como si fuéramos un rebaño adocenado y silencioso dispuesto a recibir la buena nueva de cada una de sus soflamas. Y así, encerrados, con nuestras libertades mermadas, con un férreo control sobre la información libre, hemos ido quemando etapas y asumiendo en cada momento lo que el Gobierno necesitaba que creyéramos para seguir eludiendo su responsabilidad: que el virus era una gripe; que no había peligro de contagio cuando se producían altas concentraciones humanas, que no se iban a dar apenas casos en España; que los test era innecesarios; que las mascarillas eran contraproducentes; que las mascarillas FP2 eran “egoístas”; que habría vacunas para todos en tiempo récord; que había un plan de vacunación nacional; que el virus estaba vencido; que podíamos salir a la calle a consumir y a recuperar la vida en la “nueva normalidad”; que la economía apenas se iba a resentir; que ningún español se iba a quedar atrás…

A Sánchez la pandemia le ha proporcionado las coartadas que necesita para acelerar su objetivo de pervertir el orden constitucional. Pero no todo está perdido, nos queda algo más que molestar…. aunque molestar sea siempre una buena opción frente a quienes nos desprecian como ciudadanos. El activismo democrático y ciudadano puede impedir que Sánchez consiga su objetivo de ser el caudillo español del siglo XXI. Empecemos por contar la verdad sin cansarnos de repetirla y por no asumir que estamos sufriendo una maldición bíblica contra la que no tenemos nada que hacer.

Somos una inmensa mayoría quienes estamos a favor de la democracia y la convivencia entre españoles, quienes creemos que ya tuvimos bastante con un caudillo. Hagamos que se sepa.

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