¿En qué nos afecta nuestro pasado paleolítico?
¿Tenían nuestros antepasados las mismas enfermedades que nosotros tenemos en la actualidad? ¿Cómo nos afecta nuestro pasado paleolítico?
En las civilizaciones antiguas ya estaba presente la idea de que estudiar el pasado nos permite no solo aprender sobre el presente, sino también hacer predicciones relevantes para el futuro. Una mirada más profunda en nuestro pasado paleolítico es importante para entender nuestra evolución como especie y seres sociales. Desde los cambios que nuestro organismo fue experimentando, con el paso de los años, hasta cómo llegamos a organizarnos colectivamente en ello que, hoy, entendemos como sociedad.
Entendiendo un poco mejor nuestro pasado paleolítico
El paleolítico, popularmente conocido como “Antigua Edad de la Piedra”, constituye el periodo más extenso de la existencia del ser humano. De hecho, se calcula que 99% de nuestro ciclo de vida en la Tierra se comprende en este periodo.
Nuestro pasado paleolítico comenzó hace unos 2.6 millones de años en el continente africano, extendiéndose hasta hace unos 12 000 años. No obstante, la especie Homo sapiens, de la cual se reconoce que evolucionamos tanto en términos morfológicos como de comportamiento social, solo surgiría hace unos 200.000 años.
En este momento, nuestros ancestros mantenían comportamientos mayormente nómadas y utilizaban herramientas rudimentarias, hechas principalmente con piedras talladas. Aunque también solían emplear materias primas orgánicas (huesos, madera, astas, piel de animales) para fabricar diferentes artefactos.
Ello suponía, entre otras cosas, un impacto ambiental prácticamente nulo, como se considera a los días de hoy. Lógicamente, en comparación con la huella ecológica generada por el hombre a partir del desarrollo de la agricultura y, sobre todo, después de las Revoluciones Industriales.
El pasado paleolítico y las enfermedades “modernas”
Uno de los aspectos más intrigantes de estudiar el cuerpo y el comportamiento de nuestros ancestros es pensar en qué medida podemos o no parecernos a ellos. En este sentido, poner atención a la salud y al desarrollo de las enfermedades puede darnos algunos rastros relevantes.
Por un lado, es interesante observar cómo afecciones que tienden a considerarse “modernas” podrían hacer parte de nuestro pasado paleolítico. Por ejemplo, se han encontrado dientes con caries en el cráneo del hombre de Neanderthal de Gibraltar. Esta podría ser una evidencia de que, si bien el consumo excesivo de azúcares y alimentos procesados representan un factor de riesgo para las enfermedades bucales, no son sus únicas causas.
Caso contrario, estos homininos del paleolítico, cuya alimentación se basaba en la capacidad de caza y recolección, jamás tendrían caries. Algo interesante de plantearnos, en este sentido, es si el desarrollo de ciertas patologías consideradas “modernas” no puede haber sido retrasado por la corta esperanza de vida de nuestros antepasados.
¿Volver a un estilo de vida paleolítico puede ser la clave de una buena salud?
Si hablamos de la salud y alimentación de nuestros ancestros, es inevitable hacer referencia al estilo de vida “paleo” que se ha convertido en tendencia en los últimos años. Este movimiento propone, en términos sencillos, retomar principalmente los hábitos alimentares de nuestro pasado paleolítico.
Según ello, sería necesario volver a poner las carnes y las grasas de origen animal es primer plano dentro de la dieta. Al mismo tiempo en que se excluyen los alimentos procesados y se reduce significativamente la ingesta de carbohidratos.
La llamada “dieta paleo” ha ido ganando una infinidad de adeptos alrededor del mundo, quienes afirman haber adelgazado y mejorado su estado de salud. No obstante, la historia misma apunta para ciertos riesgos de seguir “a rajatabla” la alimentación de nuestros ancestros.
Quizás, la evidencia más relevante sea la prevalencia de enfermedades relacionadas a déficits nutricionales. Numerosos esqueletos confirman que patologías como escorbuto (deficiencia de vitamina C), anemia (hierro) y raquitismo (vitamina D) nos acompañan desde nuestro pasado paleolítico.