Juegos Olímpicos: Boxeo

«¡Bórrale esa sonrisa de la cara, a Cuba se le respeta!»

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Emmanuel Reyes Pla no pudo convertirse en el Profeta del boxeo español. El púgil tenía el desafió de traer de vuelta a nuestro país una medalla 21 años después en esta disciplina, pero los árbitros y un ‘ilegal’ público presente en el Kokugikan hicieron imposible que el hispano-cubano saliese indemne de su encuentro de cuartos de final con el campeón olímpico Julio César la Cruz.

El ruido que la hinchada cubana generó desde las gradas pudo influenciar en cierta medida en la ceguera de los árbitros en momentos puntuales, puesto que cada golpe de La Cruz era jadeado como un gol y el silencio se hacía cada vez que Reyes Pla conectaba un golpe. Sin duda, los técnicos y púgiles cubanos allí reunidos tenían una cuenta pendiente con el esquirol Reyes Pla, quien admitió públicamente a este periódico que «me marche de Cuba para vivir una vida mejor».

«¡A Cuba se le respeta!», espetaron en varias ocasiones desde la grada al boxeador La Cruz para motivarle mientras saltaba al ring y durante el combate. Los isleños animaron a su púgil diciéndole que se acordase de su familia y hasta espetándole que tenía «más huevos», pero pasaron algunas líneas en sus habladurías.

En los primeros compases, los cubanos se vieron superiores por la defensa con los brazos bajados de La Cruz y se vinieron arriba con sus comentarios. «¡Bórrale esa sonrisa de la cara!», «¡enséñale modales!», «¡él no sabe que hacer, es un huevón!», «¡dale a ese farsante!», «¡te lo comes!» o «¡Profeta, eres un pasivo!» fueron algunas de las frases que se pudieron escuchar en un Kokugikan que parecía un gimnasio de La Habana más que una sede olímpica con ese griterío cuando se presupone que el público está prohibido.

Cuba, al contar con una gran delegación de boxeadores en diversas categorías, sí consiguió colar a muchos en las gradas y claro la unión hizo la fuerza para que terminasen el combate al grito de «¡Julio, Julio, Julio!». Mientras los árbitros hacían pública su decisión tras el tercer asalto, la grada cantaba al unísono «¡Cuba, Cuba, Cuba!». Por mucho que Reyes Pla gesticulase sobre el ring diciendo que era el ganador, la decisión ya estaba tomada por la mera sensación ambiental. El Profeta se quedó sin medalla y España con la sensación de que les habían hecho una encerrona.

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