Trump recibe a Abbas en la Casa Blanca para ofrecerle inversiones a cambio de controlar el terrorismo

Abbas
El presidente palestino, Mahmoud Abbas, estrecha la mano de Donald Trump en el despacho oval. (AFP)

Han tenido que pasar casi tres meses y un giro sobrevenido en la política exterior de Donald Trump —iniciado tras el bombardeo del ejército sirio con gases tóxicos que acabó con más de un centenar de vidas en Jan Shejun, provincia de Idlib— para que el presidente de Estados Unidos complete el mapa del eterno conflicto de Oriente Próximo. Si a mediados de febrero recibió en el despacho oval al primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, este miércoles estrecha la mano del presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas. La idea es presionar al rais palestino ofreciendo inversiones a cambio de que la ANP controle a los terroristas que atentan en Israel.

Trump cuenta con que en su mandato es altamente improbable solucionar el asunto palestino-israelí. Ni se dan las circunsntancias en el lado árabe —Cisjordania sigue bajo el poder de la ANP y Gaza de los terroristas de Hamas, ambas administraciones son un saco de corrupción y los habitantes de ambos territorios viven entre el desempleo y la desesperanza— ni se dan del lado israelí —Netanyahu bastante tiene con hacer llegar el crecimiento económico a todos sus ciudadanos y mantener seguras las fronteras siria, egipcia y con los territorios palestinos—.

Además, el verdadero problema en Oriente Próximo hoy es el ISIS en Siria e Irak y sus contagios regionales, seguido de la eterna lucha por la hegemonía entre saudíes e iraníes —sacudido por el viraje de la Administración Obama acercándose a los ayatolás y olvidando a los Al Saud—.

Así, en este escenario al que Trump no le dedicó más que una frase en campaña que aún no ha concretado, «tengo un plan para acabar con el ISIS en tres meses», el presidente se sienta con Abbas, a quien este mismo miércoles por la mañana Netanyahu ha señalado como responsable de «financiar a asesinos que derraman la sangre de isrelíes inocentes». Como para recordarle a su aliado de Washington lo que hay, como para marcar terreno.

De hecho, ni siquiera los propios palestinos aceptan a Abbas. El mandatario palestino ha viajado a Washington con unas cifras históricas de impopularidad en su tierra. Las encuestas muestran que una inmensa mayoría de los palestinos quiere que el mandatario de 82 años renuncie. Hace ya más de 10 años que no hay elecciones en los territorios palestinos —el mandato de Abbas debía expirar en 2009— y las condiciones de vida no hacen sino empeorar.

¿Un pacificador o un controlador?

¿Pretende Donald Trump ser el pacificador? Parece que no. Antes al contrario, los expertos señalan que su labor se centrará en bajar el tono de las declaraciones cruzadas entre ambas partes, y en controlar la intensidad de los enfrentamientos. Es más, se prevé que en los próximos meses, la Administración del presidente republicano se centre más en buscar una mejora de las condiciones de vida de los palestinos, como primer paso hacia una nueva realidad. Si hay esperanza, si hay trabajo, si hay expectativas, habrá menos conflicto. Ésa es la estrategia de Washington para controlar el eterno escenario que sirve de excusa para tantas matanzas en la región.

En todo caso, el discurso es el mismo que el de todos los inquilinos de la Casa Blanca desde hace décadas: «El objetivo final del presidente es establecer la paz en la región», ha dicho el secretario de prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer.

Este esfuerzo de largo alcance, que se ha escapado de las manos de los presidentes estadounidenses desde la década de 1970, tuvo un comienzo difícil en el Gobierno de Trump. De hecho, el presidente sí dedicó una frase más durante la campaña —en los últimos días, concretamente, y en los primeros tras las elecciones, antes de asumir el mandato— al enfrentamiento entre israelíes y palestinos: «Mi Administración se planteará cambiar la sede de la embajada estadounidense desde Tel Aviv a Jerusalén, la verdadera capital de Israel», dijo, provocando la ira de Abbas.

De hecho, y tras un par de meses de silencio a este respecto, incluso de declaraciones en contra de esta posibilidad, el vicepresidente Mike Pence dijo este martes que Trump seguía «considerando seriamente trasladar la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén».

Pero al mismo tiempo, Trump ha instado a Israel a detener la construcción de nuevos asentamientos en los territorios ocupados de Cisjordania, si bien defiende la permanencia de las colonias ya en pie.

Con un pie en cada lado de los fieles de la balanza, el propio Trump mantiene el silencio respecto al conflicto y deja hablar a otros miembros de su Gobierno. En un acto por el 69º aniversario de la fundación del Estado de Israel, Pence declaró que Trump está «personalmente comprometido en resolver el conflicto de israelíes y palestinos» y se está logrando un «avance valioso».

En Qatar, donde reside, el jefe del movimiento islamista palestino Hamas, Jaled Mechaal, afirmó que Trump tenía «una ocasión histórica para presionar a Israel […] para encontrar una solución equitativa para el pueblo palestino».

Hamas modificó este lunes por primera vez su programa político y, si bien su nuevo documento de bases no hace mención al Estado de Israel —en el fundacional, desde su primer punto llamaba a la destrucción del «enemigo sionista»—, ahora dice aceptar un Estado palestino limitado a las fronteras de 1967.

Los pasos sobre el terreno

Uno de los principales asesores de Trump, Jason Greenblatt, sostuvo un amplio espectro de conversaciones con israelíes y palestinos durante una gira en marzo.

Abbas y Trump hablaron por teléfono el 11 de marzo, y hay señales de que el presidente estadounidense podría visitar Oriente Próximo este mes.

En tanto, tres influyentes senadores republicanos —Marco Rubio, Tom Cotton y Lindsey Graham— han pedido a Trump que exija a Abbas que deje de financiar a los prisioneros palestinos en cárceles israelíes y a sus familias.

El grado de presión al que someta Trump a Abbas a este respecto podría suponer un gran dolor de cabeza para el rais palestino en casa, mientras lucha contra la impopularidad y los desafíos de las facciones palestinas rivales. Pero pede ser una condición sine qua non para esa posible ayuda económica que ofrezca EEUU para mejorar las condiciones de vida de los palestinos.

Sin embargo, de acuerdo al ex funcionario de la Casa Blanca Dennis Ross, citado por la AFP, Trump de alguna manera está ayudando a Abbas al invitarlo a Washington. «El presidente, de alguna manera, ya le ha dado relevancia al invitarlo a venir», dijo Ross.

Pero la mutua desconfianza entre palestinos e israelíes será una formidable, si no imposible, barrera a vencer para Trump.

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