El nuevo primer ministro Naftali Bennett: un abanderado de los colonos de Israel con experiencia militar
El nuevo primer ministro de Israel, Naftali Bennett, ha obtenido el poder a cambio de un gran compromiso ideológico, y nada lo describe como una frase que pronunció a principios de este mes. «Todo el mundo va a tener que aplazar algunos de sus sueños»; las palabras de un líder de un movimiento de nacionalista, religioso y defensor de los colonos israelíes, convertido ahora en cabeza visible de una amplia coalición que abarca la práctica totalidad del espectro político, incluida la representación árabe-israelí.
Buena parte de los 15 años de vida política de Bennett han estado marcados por una ambición principal: impedir a toda costa la creación de un Estado palestino aunque ello signifique «soportar el conflicto como una pieza de metralla en el trasero», tal y como llegó a decir el antiguo comando israelí, y por su relación con su predecesor, Benjamin Netanyahu, con el que ha roto años de relación política e incluso amistad personal. De hecho, su hijo mayor se llama Yoni en honor al hermano del ahora ex primer ministro, fallecido durante el asalto israelí a un avión secuestrado en el aeropuerto ugandés de Entebbe, en 1976.
En Bennett se combinan muchas facetas: la religiosa, la política, la secular y la militar; una, esta última, que le ha dado bastantes quebraderos de cabeza. Su historial en los comandos militares Sayeret Matkal y Maglan ha sido una fuente de polémico debate público en Israel. En abril de 1996 participó en un ataque de artillería israelí contra la aldea libanesa de Qana. Algunos de los proyectiles acabaron impactando en un recinto de la ONU, y murieron aproximadamente 106 civiles.
Un periodista del Canal 10 de la televisión israelí, Raviv Drucker, reveló que un investigador israelí achacó buena parte de lo ocurrido a las acciones de «un joven e histérico Bennett» y aseguró que «su estrés contribuyó significativamente al terrible accidente». Por contra, las acciones de Bennett fueron defendidas en 2015 por el jefe del Mando Norte, Amiram Levin, y por el propio Bennett.
«Soy responsable de mis actos, tanto en política como en el servicio militar, y no voy a disculparme por ellas porque estaba haciendo lo correcto», señaló. «Recuerdo bien dónde estaba esa noche de 1996. Estaba con mis soldados, en lo más profundo de Líbano, enfrentándome con el enemigo».
A la sombra de Netanyahu
Ya en la arena política, el mensaje de Bennett sido, en muchos aspectos, una extensión de las políticas de Netanyahu, aunque con un cariz mucho más orientado hacia la defensa de la población colonial israelí, sobre todo a partir del desencuentro que protagonizaron en 2008, cuando Netanyahu le cesó en el cargo de jefe de gabinete –por motivos realmente no muy bien conocidos, que algunos expertos achacan a la influencia de la mujer de Netanyahu, Sara–, poniendo fin al desempeño de Bennett a las órdenes del ahora ex primer ministro, que también se extendió a varias de sus carteras (Educación y Economía).
Un año después de su ruptura con Netanyahu, Bennett comenzó a construir su identidad como abanderado de los colonos israelíes, empezando con su condena a la decisión de Netanyahu de ralentizar la construcción de asentamientos en territorio ocupado para reimpulsar las conversaciones de paz con los palestinos, en cumplimiento de una iniciativa liderada por el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
A partir de ahí, Bennett estrechó todavía más sus lazos con el movimiento de los colonos judíos con su incorporación al partido Hogar Judío –previamente había sido el jefe del consejo de los colonos judíos en Cisjordania, la Yesha– en 2013, y al que rescató de la extinción parlamentaria al tiempo que fue radicalizando su discurso. «Aquí había un Estado judío cuando vosotros todavía os colgábais de los árboles», llegó a decir al diputado árabe Ahmad Tibi.
Así, a Bennett se le atribuye la reconstrucción del partido en la forma que se le conoce actualmente, el Movimiento Yamina, concebido inicialmente como una alianza de partidos colonialistas que ahora se mantiene en pie casi por sí mismo y ha sobrevivido a la ristra de elecciones de los últimos dos años que han bloqueado la política israelí hasta convertirse en el engranaje que ha posibilitado la concepción de esta amplia coalición de Gobierno.
Un cambio de perspectiva
El motivo por el que un partido con solo siete diputados en la Knesset (el Parlamento israelí) en las últimas elecciones ha alcanzado semejante influencia tiene mucho que ver con un carácter escondido y profundamente flexible de un hombre que durante mucho tiempo ha comparecido ante la luz pública como un defensor del antiarabismo y de la ortodoxia judía. «La gente piensa que es un fanático. No lo es», explica a ‘The New York Times’ la asesora política Ayelet Frish, a quien Bennett le dijo una vez que había crecido en una casa de «padres de Woodstock», rodeado de una cultura secular.
Bennett, de 49 años, es hijo de padres que vivieron en Estados Unidos (San Francisco, concretamente) y habla un inglés fluido con acento estadounidense debido a que pasó parte de su infancia allí. Trabajó en un sector profundamente secular como es el tecnológico, donde levantó su propia compañía de software, Cyota, que posteriormente vendió a la firma de seguridad estadounidense RSA por 145 millones de dólares en 2005, en el prolegómeno inmediato a su entrada en política.
Este carácter ha facilitado la transformación de su imagen política que comenzó a exhibir aproximadamente en torno a los comienzos de la pandemia de coronavirus, la causa de fuerza mayor que le ha llevado a enfatizar algunas de sus propuestas menos conservadoras –Bennett, por ejemplo, se proclama como un defensor de la igualdad de derechos para la comunidad LGTBQ– y a anteponer la restauración política y económica de Israel por delante de cualquier otra cuestión.
«Tenemos que controlar la pandemia, sanar la economía y curar las brechas internas», explicó en noviembre a la Radio del Ejército israelí. En el terreno económico, sin embargo, hace pocas concesiones: es un desregulador declarado y némesis de los sindicatos «que están estrangulando la economía».
Con todo, esta nueva pirámide de prioridades le ha servido para alcanzar un acuerdo extraordinario con el centrista Yesh Atid, de Yair Lapid –su sucesor previsto dentro de dos años, dentro del sistema rotatorio que forma parte de su pacto de Gobierno– y a recibir el beneplácito a regañadientes del resto de partidos de la nueva coalición, incluida, en un gesto sin precedentes, la Lista Árabe Unida, que parece haber atendido su mensaje de «compromiso». «Nos centraremos en lo que se puede hacer, en lugar de discutir sobre lo que es imposible», declaró Bennett.
«Este será un gobierno de ‘statu quo’», estimó Isaui Freij, un parlamentario árabe-israelí del partido de izquierda Meretz, a la Radio del Ejército de Israel la semana pasada. «No espero que se cree un estado palestino y todos nos pongamos a bailar en las calles, pero tampoco nos volveremos locos con los asentamientos», afirmó.
Bennett es ahora el líder de una heterogénea «coalición del cambio» y queda por ver hasta dónde llegará este propósito de compromiso –y cómo lidia con los colonos, el sector en cuyos hombros se ha aupado para llegar a este punto–. Sin embargo, por el momento Bennett se da por satisfecho con haber puesto fin a la era de Netanyahu. «Porque había dos caminos, o volver a convocar elecciones, o poner fin de una vez por todas a esta locura», aseveró.
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