El Capitán América y los Vengadores: Trump reúne un equipo de película
"El Kennedy renegado entrará a saco en la salud de los norteamericanos"
Hay un toque de irrealidad, de inverosimilitud en lo que estamos viendo desde la extraordinaria vuelta de Donald Trump al poder en Norteamérica y, de rebote, en el mundo libre. Se está proponiendo todo lo que no se podía proponer, anunciando lo que apenas se podía decir en voz baja. No sé si Trump hará a América Grande de Nuevo, pero por ahora la está haciendo muy entretenida. Empezando por los primeros nombramientos. Ya había en su extraordinaria campaña un eco de la motley crew de tantas películas de Hollywood, esa cuadrilla formada por miembros de diversa procedencia unidos para una misión, los Doce del Patíbulo, los Siete Magníficos, los Vengadores.
En este caso, los arrepentidos de la progresía y del Partido Demócrata enloquecido, y no faltaba ni la chica, Tulsi Gabbard. Tenía y tiene al prototipo de víctima de la globalización al que se dirige el mensaje trumpista, el pronto vicepresidente J.D. Vance, hijo de una familia desestructurada del Medio Oeste, del Cinturón del Óxido, que empezó odiando a Trump.
Tenía y tiene al multimillonario excéntrico, genial y probablemente neurodivergente Elon Musk, con el detalle cinematográfico de haber abierto los ojos por un motivo personal, el alejamiento de su hijo devenido hija por obra y gracia del adoctrinamiento de género.
Tenía y tiene al vástago de un linaje político adorado en Washington, hijo de un hombre asesinado y de purísima sangre demócrata, Robert F. Kennedy Jr. Al empresario de origen indio que ha hecho cruzada de su oposición al wokismo, Vivek Ramaswamy. Al periodista más seguido del mundo, El Hombre que Entrevistó a Putin, Tucker Carlson. Y a la ya mencionada joven teniente coronel indosamoana de Hawái que ha pasado de presentarse a las primarias demócratas para la candidatura presidencial a figurar en una lista negra del FBI para ser espiada y controlada, Tulsi Gabbard.
Pero ahora hay que repartirse los cargos y completar el Equipo A, y aquí las decisiones de Trump han llevado a la «prensa del régimen» al paroxismo del Síndrome de Delirio Antitrumpista. Los dos empresarios -Musk y Ramaswamy, Batman y Robin- se ocuparán de controlar las cuentas de la Administración para que no se malgaste un solo dólar del contribuyente y meter el hacha en la burocracia, que ya tiembla previendo despidos masivos.
El Kennedy renegado entrará a saco en la salud de los norteamericanos, gordos y ultramedicados, como responsable de Sanidad, con la industria farmacéutica como némesis.
Gabbard pasará a dirigir los mismos servicios que la han incluido en la lista negra de ciudadanos sospechosos al poder woke, como responsable de los servicios de Inteligencia, en el más puro espíritu de la «retribution» trumpista. Y los primeros nombramientos fuera del Círculo Sagrado no han sido menos de cómic. ¿Qué me dicen de darle la organización del mayor ejército del mundo a un veterano, tertuliano de televisión, que lleva tatuado en su bíceps derecho el lema de los cruzados, «Deus Vult» (Dios lo quiere)?
Por no hablar de Tom Homan, el nuevo zar de la frontera, un tipo que uno espera encontrarse como sheriff en algún pueblecito perdido de la América profunda. Homan es un hombre duro, de pocas palabras y una determinación de hierro. Preguntado hace algún tiempo en televisión si no hay alguna solución, cuando empiecen las deportaciones de ilegales, para evitar la separación de las familias en el proceso, respondió: «Claro que la hay: deportarles juntos».
Pero probablemente ningún nombramiento ha provocado tal mezcla de terror e indignación en la bancada demócrata como el ascenso de Matt Gaetz, el enfant terrible de la Cámara de Representantes, sin un solo pelo en la lengua, a la Fiscalía General. A John Ratcliffe, que ya fuera director de Inteligencia Nacional con Trump, se le da la peliaguda misión de destruir al Estado Profundo en el seno de la inteligencia estadounidense como nuevo director de la CIA.
Hay otros nombres más aburridos, incluso preocupantes para los más anti-intervencionistas, como el senador Marco Rubio en el puesto clave de secretario de Estado. Pero, por ahora, queda digerir un equipo revolucionario al frente de la primera potencia mundial.