ENTREVISTA

Fernando Savater, filósofo: «Éste es el peor Gobierno desde que se puso en marcha la democracia»

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«Éste es el peor Gobierno desde que se inició la democracia. Se están poniendo en riesgo muchas cosas que van a ser difíciles de recuperar cuando acabe», asevera el conocido filósofo Fernando Savater, cuyos libros han ayudado a gran parte de los españoles a pensar. Quizá recuerde Ética para Amador, Política para Amador, Las preguntas de la vida, El valor de elegir y más y más, entre los que se encuentra Carne gobernada, publicado el pasado enero. En él habla de su vida, especialmente de Sara Torres –su mujer, fallecida en 2015–, de sus inquietudes, del caudillaje, de la deriva de España y, también, en gran medida, del periódico El País, en el que ha escrito durante casi cuarenta y ocho años, desde su fundación en mayo de 1976, y del que fue despedido por escribir lo que veía y pensaba.

Confiesa sentirse como George Borrow –don Jorgito el inglés, uno de los enamorados de España más pintorescos del siglo XIX–, en su peregrinar misionero con La Biblia en España cuando ahora él intenta hablar de política con sus conciudadanos. «Basta que alguien diga que es de izquierdas para que se le mire con simpatía, aunque sea antropófago», afirma discurriendo sobre los estigmas de las derechas y las bondades atribuidas a las izquierdas –con razón o sin ella, ése es otro asunto–.

Nada como asignarse la intelectualidad, el progreso económico, la prosperidad social, el feminismo y la sostenibilidad –que sea verdad es otro asunto que pocos de la cuerda parecen querer comprobar–. «La derecha representa irremediablemente el error y el mal», concluye Savater. Parece que la cosa va de disfraces, muy a lo carnaval. Si es que siempre le fue muy bien al que supo vender.

En esta entrevista, Fernando Savater explica con claridad que «en España existe el mito de que cualquier cosa es mejor con tal de que no gobierne la derecha». Uno de los grandes problemas: el sectarismo, ese aposentarse en un lado, arraigar, y, como si las venas se prolongasen cuan raíces hasta el suelo, no moverse, aunque allí mismo se abra la tierra y los dragones lo devoren a uno. Posturas sin reflexiones, apesebramientos, a veces por desconocimiento; otras, por encontrar una razón a la vida (ya sabe eso de volcar la felicidad propia y basar el existir en ideologías, tan frecuentes en estos días); otras veces, por intereses y beneficios. Si no un poco de todo. Parece que de aquella aserción de Miguel de Unamuno de que «hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento» una parte de la ciudadanía dejó de leer, escuchar o caminar en la palabra «sentir» y se quedó con el mero «hay que sentir».

Savater explica que «el sectario es aquel que elige un lado del mundo y le da igual lo que haga ese lado, se queda ahí». Añade: «Los partidos se adoptan como se adoptan las religiones», y ya sabe usted que donde entra la pasión no cabe razón alguna. Borrow concluyó haber descubierto que los españoles son tan feligreses cuando creen como cuando no creen. Ahí nos lo dejó…

Para Fernando Savater «el error principal de la derecha en España es que pretende agradar a la izquierda», le resulta absurdo. «Parece que la izquierda es quien tiene que decidir si la derecha es buena o no». Grotesco disparate en el que andamos.

Dice haber conocido «comunistas millonarios a tropel que no dejan de vociferar consignas radicales mientras sacan sus pasajes a Maldivas. Abundan entre ellos los actores y actrices, y los llamados intelectuales cuyas opiniones se orientan a mejorar su caché y aumentar su clientela».

Como de costumbre, habla y escribe con un toque de humor, dando levedad al sentimiento trágico de la vida. Quitándole aquel peso de Unamuno, tan pensador, acicate de la atonía española, apesadumbrado ante España que, cuan Quijote, dijo aquello de «vencerán pero no convencerán», olvidando que no todo es poder coercitivo; que como muy bien explicó Michel Foucault, años más tarde, el poder se puede ejercer mediante una educación dirigida. Añado: y promesas que no se ejecutarán. Qué oportuno viene ahora Francisco de Quevedo con su «nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir». Si es que todo está dicho. Y acaecido.

Con su ironía, Savater aborda esta política de hoy reducida al agravio. Mira al ruedo y, con la voz alzada, apuntala que un país democrático gobernado por imbéciles y desaprensivos puede asegurar que tiene al pueblo bien representado. «Los políticos somos todos. Si los políticos son malos, peor somos nosotros que les elegimos». Con este axioma, resume a modo de epílogo que «en una democracia los ciudadanos son los que tienen la culpa de lo que pasa, por lo que no tienen mucho derecho a quejarse».

De Pedro Sánchez dice que «es un personaje de una audacia extraordinaria porque puede cambiar de opinión en una misma semana cuatro veces sin inmutarse. Eso es una falta de escrúpulos que ayuda a la política».

Para Fernando Savater, lo que ha impedido que España se ponga a la altura de otros países europeos es el carlismo –la mezcla de religión y separatismo–. Dominados por las creencias y las pasiones, marginamos el juicio y la reflexión política y económica. Y así nos va.

Sobre el periódico El País habla sin tapujos. «He sido muy crítico con él porque se ha convertido en un instrumento de apoyo al Gobierno. La verdadera dirección de El País está en el Ministerio del Interior», aclara, mientras cuenta que esa disidencia suya levantaba en algunos compañeros ampollas que no se molestaban en disimular. Diremos que él no podía ser más claro. Y, por si acaso con los artículos lo era poco, remató con Carne gobernada. Dirige la vista allí y, sin dudar, el origen del fin del periodismo en El País lo señala en Zapatero. «Fue cuando ganó las elecciones».

Habla también de su Pelo cohete, Sara Torres, su gran amor. Cómo con su ida partió también su mejor interlocutora dejándolo sin ganas de vivir; no por ello con ganas de morir. Lúcido, irónico; vive. Incluso ha conocido de nuevo la ilusión. Se llama K. Nos cuenta que la conoció durante el confinamiento a través de un zoom –su primera videollamada–. Y aquí está, viviendo el presente; asumiendo su edad. Lo hace con resignación. La alternativa es peor, dice entre risas.

Y así nos quedamos. Riendo. Y pensando.

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