Crónica de la nueva España

Borrell, Solana y… Pizarro para una «emergencia nacional»

Borrell, Solana y… Pizarro para una «emergencia nacional»
Manuel Pizarro, Josep Borrell y Javier Solana.

La nueva España es la surgida de este convulso 10 de noviembre en la que la derecha excesiva ha sustituido al artificioso centro liberal. La nueva España que ha liquidado a dos líderes (uno ya ha caído) egocéntricos, ufanos, bastante estultos: Rivera y Sánchez. La nueva España que se acostó este domingo con una constancia terrible: la inconsistencia de un orate como el aún presidente ha reforzado a nuestros enemigos comunes: los sediciosos separatistas. La nueva España, en fin, que la definía ayer mismo un socialista especialmente templado de esta guisa: «Hemos pasado del bloqueo a la esclerosis». Con este panorama desde el puente español ya se divisan tres conclusiones: Una, que regresar al Gobierno «Frankestein» de Rubalcaba sería poco menos que la definitiva ruptura de la Nación milenaria; otra, que el Ejecutivo progresista que ya anunció Sánchez desde su chiringuito triste de Ferraz no es posible sin que el comunista Iglesias sea vicepresidente; y la tercera, que sólo -y esto es definitivo, radical- con Sánchez fuera de la política, apartado del poder, el segundo partido del país podría, a su vez, contemplar dos opciones: o una coalición bipartita, escenario poco posible, o un Gobierno de transición con una figura socialista (o en sus aledaños) respetada que tuviera como gran objetivo la recuperación del Estado y el embridamiento total del separatismo.

Esta segunda opción ni es arbitraria, ni es fruto de una apresurada ingeniosidad. Incluso antes de conocerse los resultados electorales en círculos socialistas no especialmente afectos a Sánchez, y también dentro del PP, algunos «barones» lo manifestaban así; se especulaba con que un dictamen en las urnas como el acaecido este domingo no debería resolverse con el continuismo del «Gobierno progresista» en el que Sánchez insiste desde el mismo momento de conocer la magnitud de su derrota, pero tampoco con un Ejecutivo «a lo Iglesias» en que los comunistas, también Errejón, completaran una gabinete volcado casi a la extrema izquierda. Esa alternativa sería -y es- claramente gravosa para el el porvenir de nuestra Nación. Un futuro que es ya  presente en el que la guerra territorial que han empezado los separatistas en Cataluña, y la crisis económica que se avecina no puede encararse desde posiciones afines o al madurismo o, con toda nostalgia, al frentepopulismo guerracivilista.

De aquí que en estos ambientes y ya desde ahora mismo se haya comenzado a trabajar con estas posibilidades, una vez además que se ha conocido la absoluta negativa del Partido Popular a integrarse o en un gobierno de coalición con Sánchez, o a apoyar su candidatura en una sesión parlamentaria en la que VOX se quedaría como único referente de la oposición. Lo que han dejado atisbar los dirigentes del PP, también el propio Casado, es más o menos esto: «Con Sánchez, ni a recoger una herencia; con algún otro… veríamos». Y ¿quién o quiénes encarnan ese «otro»?. Bien: el nombre que ya se ha comenzado a manejar con mayor insistencia es el de Josep Borrell, con el que el PP mantiene una relación no digamos afable pero por lo menos aceptable. No es fácil sin embargo que el ya designado «Míster Europa» pudiera aceptar el endoso en una situación como la española de extrema gravedad. El segundo de los nombres constituye una apelación segura a nuestros ancestros democráticos: Javier Solana, un político al borde de cerrar su septentena pero que, aún plena forma, podría encabezar una solución de emergencia nacional posiblemente consentida por casi todos. Con una condición básica: que la tal solución durara solo lo indispensable para regenerar el país y  conducir a unas elecciones excepcionales. Solana cuenta de antemano con la aquiescencia de gran parte de la sociedad civil española y, por decirlo más concretamente, supondría un respiro para el clima de preocupación enorme que hoy existe en La Zarzuela. Aún puede discurrirse con otro candidato, Manuel Pizarro, pero éste tendría más dificultades para ser soportado en la izquierda nacional.

Naturalmente que no hay que esperar que Sánchez, tras su fracaso dominical y la visualización estúpida que ha hecho del fiasco, resigne su primogenitura. No lo hará salvo que, de nuevo, el PSOE regrese a la sensatez y constante que con este individuo alzado sobre su propia soberbia no habrá paz en la política española. Sánchez ya está de nuevo en el trampantojo del Gobierno «progresista» y según noticias que han llegado a este cronista, va  a intentar como primera providencia quedarse con los despojos de Ciudadanos, una aspiración creciente en la que, sin embargo, contará con la negativa  de la inequívoca sucesora del fugado  Rivera, una Inés Arrimadas que sabe que, sólo entendiéndose con el PP puede conservar su poder autonómico y que, con gran agudeza según sugieren en sus proximidades, ya piensa que la fusión Casado es la única forma de su permanecer en la política.

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