Amedo y el doble indulto frustrado

Amedo y el doble indulto frustrado
Amedo y el doble indulto frustrado
Manuel Cerdán

José Amedo, el ex subcomisario de los GAL a quien el Gobierno de Felipe González le asignó la tarea de intermediario entre los mercenarios y los policías franceses, acaba de publicar su cuarto libro, Objetivo: Felipe. El ex policía desvela una conspiración mediática, política y judicial para echar a Felipe González de La Moncloa. Hace unas semanas me lo adelantaba en una entrevista en OKDIARIO, pero sin entrar en detalles. Me he leído el libro de un tirón -la lectura se hace apasionante- con cierta deformación profesional porque uno conoce las entrañas de los GAL desde sus inicios. Y digo desde sus comienzos porque, en noviembre de 1985, mientras grupos paramilitares seguían en activo, ya publiqué en Interviú una entrevista al sargento de la Guardia Civil, José Luis Cervero, en la que denunciaba la implicación de la cúpula del instituto armado en la guerra sucia contra ETA.

Si tuviera que poner un subtítulo a la obra de Amedo escogería el de Las mentiras del doble indulto frustrado. Los prometidos por González y Aznar. Eso sí, con una abismal diferencia: el primero creó los escuadrones de la muerte anti ETA, mientras el segundo luchó, junto a Julio Anguita, para que se descubriera la verdad. Como Amedo ya se extendió de manera profusa en sus anteriores libros sobre la indecencia de los gobiernos de González, ahora se centra en una operación en la que los populares también le prometieron su indulto cuando llegaran a La Moncloa, pero la promesa tampoco se cumplió.

El policía que más sabía de ETA y que más confidentes tenía en el sur de Francia -por eso fue elegido para convertirse en uno de los protagonistas más importantes de la guerra sucia- fue uno de los primeros en tirar de la manta para denunciar judicialmente al Gobierno de Felipe González como el responsable de la creación de los GAL. Y dio ese paso porque la cúpula de Interior -desde Barrionuevo a Belloch- le ofreció desde el primer momento un indulto si se mantenía callado y no escupía hacia arriba, pero fue traicionado tras convertirse en una cabeza de turco. La traición es una enfermedad hereditaria de la que adolecen algunos políticos.

Amedo se tiró un montón de años en la cárcel a la espera del indulto felipista que nunca llegó. Finalmente, como reconoce en su libro, se dio cuenta del fraude tras leer en El Mundo la entrevista que le hice a Luis Roldán en París, poco antes de su fuga. En ella el ex director de la Guardia Civil afirmaba: «A mí no me van a engañar como a Amedo». Y no hablaba en balde porque él también había participado en los embustes al policía de los GAL.

Amedo publica ahora una intrigante historia, basada en su propia experiencia y contrastada en una serie de grabaciones que guarda como oro en paño en una caja fuerte, sobre otra conspiración en la que, según el policía de los GAL, el juez Baltasar Garzón, el entonces secretario general del PP, Álvarez Cascos, y el periodista Pedro J. Ramírez se conjugaron para acabar con González. El policía acompaña sus revelaciones con todo tipo de detalles: fechas, horas, meses, lugares, reuniones, visitas a despachos, conversaciones privadas entrecomilladas y promesas.

Míster X

Amedo habla de complot pero, si llegó a existir entre los conjurados un objetivo común a batir, las líneas maestras estaban basadas en hechos reales: Felipe era la X de los GAL. No creo que alguien a estas alturas guarde alguna duda. Pero las formas, como recuerda el policía en su libro, fueron extralimitadas y nada ortodoxas. Los jueces están para hacer cumplir las leyes, pero desde la ley.

En el capítulo 9 (página 215) –»El Partido Popular se involucra»-, Amedo narra el encuentro secreto que mantuvo su abogado, Jorge Manrique, con Álvarez Cascos y Pedro J. Ramírez. Según el policía: «Era necesario comprobar la hipótesis que había formulado Garzón, en connivencia con Pedro J. Ramírez, en relación con nuestro indulto y ver si el partido de la calle Génova estaba dispuesto a concederlo, en el supuesto probable de que alcanzara el poder en la próxima legislatura como consecuencia de los acontecimientos que se iban a producir en la Audiencia Nacional a muy corto plazo».

Y el policía remata: «Cascos le dijo a Manrique que quien colaborase con la justicia… podría contar con la indulgencia y el perdón de los populares».

Resulta también sorprendente otra de las revelaciones de Amedo en su libro: «Aquella entrevista intentó grabarse, con micrófonos direccionales, por parte del CESID desde un montículo situado frente al despacho de Pedro. J Ramírez. No era nada extraño, los agentes mandados por el general Emilio Alonso Manglano, en cuanto detectaron los primeros escarceos de Garzón y el director de El Mundo, inicialmente en torno a Domínguez, habían alquilado también un apartamento en la calle de la Ermita de Aravaca, pared con pared con el despacho de Jorge Manrique, desde donde grabaron todas nuestras conversaciones».

A Amedo le pidieron que señalara personalmente a González como responsable del crimen de Estado y esa sugerencia le importó muy poco porque, como cuenta en el libro, estaba convencido de que era la X de los GAL. Aquellas acusaciones provocaron que el presidente del Gobierno le interpusiera una querella por calumnias e injurias que, finalmente, fue archivada tras la condena a su ministro del Interior, José Barrionuevo.

Al margen de la conspiración contra González, que Amedo denuncia en el libro, la opinión que el policía mantiene sobre el ex presidente del Gobierno también queda reflejada: «González aspiraba a que nuestros labios jamás se movieran para hablar a fondo sobre los GAL, que él había mandado crear, garantizándonos que siempre recibiríamos respaldo y protección desde la cúpula gubernamental».

Era una gran mentira como cuando González aseguró, el 2 de diciembre de 1987, que no existían pruebas, ni nunca existirían, sobre las implicaciones de funcionarios policiales en la trama de los GAL.

Las pruebas de Amedo

El ex subcomisario de Bilbao también detalla en las páginas de su libro las pruebas que dispone para dar consistencia a sus acusaciones: la conversación, el 21 de abril de 1993, de su subordinado Domínguez con Garzón, poco antes de que el juez se presentara en las listas del PSOE a las generales de aquel año; la carta que envió a Belloch, ministro de Justicia e Interior, el 2 de abril de 1994, en la que le contaba tal encuentro; el telegrama que remitió desde la cárcel de Guadalajara al juez de Guardia para denunciar que Garzón, ya de vuelta a la Audiencia Nacional tras su retirada de la política, podía hacer uso de la información confidencial de Domínguez; el dinero que había percibido por sus declaraciones periodísticas; la carta privada que le habían robado a Domínguez en Barcelona; los encuentros extrajudiciales que el magistrado mantuvo con Domínguez en la Audiencia Nacional y la declaración secreta de él mismo ante Garzón que, según Amedo, fue «forzada bajo coacciones, amenazas y presiones de todo tipo».

Amedo reproduce en el libro las 205 preguntas que Garzón le planteó durante su primer interrogatorio en la Audiencia Nacional mientras él se mantenía en silencio. Les recomiendo que lean el cuestionario porque es un verdadero incunable de la historia de las investigaciones judiciales contra los GAL y el caudal de información que manejaba el magistrado para doblegar a su reo.

El ex subcomisario también desvela que, tras sus declaraciones judiciales sobre Marey que provocó la condena de la cúpula de Interior, intermediarios del PSOE le ofrecieron 700 millones de pesetas y el indulto si se retractaba de todo.

Me resulta graciosa la confesión que hace Amedo sobre el escenario de su declaración en el Tribunal Supremo durante el juicio por el secuestro de Segundo Marey, en el que tenía detrás a Barrionuevo y Vera: «Me daba la sensación de tenerlos encima, notaba su aliento en mi nuca».

Algo parecido me sucedió a mí cuando declaré años antes como testigo en la sala de la Audiencia Nacional en el juicio contra Amedo y Domínguez por los atentados de los bares Batxoki y Consolation. Pero sucedía que el aliento que percibía en mi pescuezo era el de Amedo.

Seguro que algunos de ustedes se preguntarán por qué ahora Amedo viene con esas. Sería una objeción injusta hacia una persona que ha permanecido en prisión más de una década por servir a su Gobierno -eso sí por unos delitos deleznables- mientras sus jefes se iban de rositas. Amedo está en su derecho de escribir lo que le de la real gana. Hace tiempo que se arrepintió y pidió perdón a las víctimas, incluso, mantiene una buena relación con Pili Zabala, la hermana de unos de los etarras asesinados y enterrados en cal viva por agentes de los GAL verdes.

Los autoindultos del PSOE

A Amedo lo estafaron con los falsos indultos, a sabiendas de que González tenía potestad para ejecutarlo, pero la mieditis se lo impidió, aunque no para Barrionuevo y Vera. Los indultos son una prerrogativa de los gobiernos, según establece la Constitución. Está recogido en 32 artículos de una apolillada ley de 1870 -el año en que asesinaron a Prim- y en el artículo 62 de la Constitución de 1978. El Rey tiene la potestad de sancionar el indulto, pero quien lo decide es el Consejo de Ministros.

El Gobierno socialista no tuvo bemoles para indultar a Amedo, pero sí lo hizo con unos de los suyos con la ayuda de Aznar, que lo firmóSe beneficiaron el ministro del Interior, José Barrionuevo, y el secretario de Estado, Rafael Vera, que sólo permanecieron tres meses en la cárcel. El biministro Belloch también indultó a Jesús Gil, lo que le permitió presentarse a las elecciones municipales en Marbella, que ganó, y expandir sus tentáculos a Ceuta, lo que supuso su final. Más recientemente, Pedro Sánchez ha indultado a los golpistas catalanes sin arrepentimiento. Y no me queda tinta para relatar los beneficios de los etarras.

«Los beneficiaron con el beneplácito de la Justicia. A nosotros, a Domínguez y a mí, que tuvimos que ejercer de cabeza de turco, a los funcionarios de la Seguridad del Estado que cumplimos sus órdenes, no», se queja Amedo en su obra en referencia a Barrionuevo y Vera.

Aunque la Constitución reivindica el «interés general» para conceder un indulto y prohíbe el autoindulto, los concedidos por González a los jerarcas de los GAL -de los que no se benefició Amedo- podrían calificarse de «autoindultos» porque todos ellos sólo afectaban a los intereses socialistas y a su estrategia política, como también harán con Griñán.

El policía de los GAL se queja en su libro del engaño que tuvo que sufrir, primero, por parte de varios fiscales generales, de ministros de Justicia e Interior y del presidente del Gobierno y, después, del Partido Popular cuando estaba en la oposición y tras llegar a La Moncloa. En la primera conspiración, ocultando las miserias del Gobierno de González y, en la segunda, ninguneado por un juez, un director de periódico y un político.

El libro Objetivo: Felipe se centra en la segunda conspiración, cuando la onda expansiva de los GAL afectaba irremediablemente a míster X González y los populares querían sacar tajada de la guerra sucia. Luego Aznar se opuso a la desclasificación de los papales del CESID por ese eclecticismo que suele aplicar el PP ante los casos difíciles. Basta repasar cómo ha reaccionado la cúpula popular después en asuntos tan mediáticos y notorios como Gürtel, Púnica, Lezo, el montaje a Eduardo Zaplana, la investigación a Podemos o la fantasmagórica Operación Cataluña. Tanto Mariano Rajoy como su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, y algunos de sus ministros abandonaron el barco en un océano que previamente el PSOE había infestado de pirañas, perjudicando a algunos compañeros que eran perseguidos injustamente.

Por todos, lo expuesto en la obra de Amedo podría subtitularse La desvergüenza política y la mentira de dos indultos frustrados. Las promesas incumplidas de los dos partidos del bipartidismo en la España de los últimos 40 años, después de la caída de UCD de Adolfo Suárez, que se comió el marrón de la Transición y ahora Sánchez lo borra de la orla de la Democracia.

Por último, hay que felicitar a la editorial Cibeles Group y a su editor, Joaquín Abad, por echarle bemoles y atreverse a editar el libro. En una España adocenada por el miedo de los cobardes y las maniobras de los servicios secretos es de agradecer iniciativas de gente valiente. Sin duda alguna, Abad, que ya fue amenazado por la Mafia en Almería, tendrá que vérselas con el poder en las sombras, que intentará hacerle la vida imposible. Uno ya tiene experiencia en su trayectoria profesional cuando ha osado publicar algunas exclusivas que otros poderosos se aferraban en ocultar. La campaña desatada contra este servidor y Eduardo Inda por el CNI, Roures y Podemos en los últimos años es todo un cántico al oscurantismo y a la desvergüenza.

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