Salvador Dalí jamás llevaba ni un duro en los bolsillos y nombró al Estado heredero universal
“¡Morirás solo y morirás pobre!”, es una de las frases que el padre de Salvador Dalí le espetó en una ocasión. Esta afirmación, según los conocidos del pintor, marcaría su vida de angustia durante mucho tiempo. Esta semana se han cumplido 113 años del nacimiento de un creador genial, un artista que vino al mundo a sustituir a un hermano muerto, también llamado Salvador, y a no pasar calamidades económicas. Su vida era una auténtica performance en la que no cabía la pobreza, ni siquiera parecerlo. Eso sí, jamás llevaba ni un duro en el bolsillo.
Al llegar a Portlligat (Cadaqués) en los años 80, el matrimonio Gala-Dalí tenía un patrimonio nada despreciable que, además, más tarde sería dejado en manos del Estado, Figueres y también su propia fundación. Excepto una parte de la colección de la esposa del pintor que fue a parar a manos de Cecile Eluard, hija de Gala.
Poseían más de 2.000 obras de arte, esculturas y objetos valorados en 20.000 millones de las antiguas pesetas. Algunas cuentas en el extranjero como Nueva York y otras en Gerona con más de 6 millones de dólares, así como acciones y bienes inmuebles. Sin embargo, el patrimonio fue mermando poco a poco por las donaciones que hacía a las instituciones públicas, todas ellas en obras de arte, nada de cash. Realmente, a excepción de la casa de Portlligat, el castillo de Púbol y otra casa en el centro de Cadaqués, Dalí no ha invertido su dinero en operaciones financieras.
Dalí nombró al Estado español heredero universal
Seguramente porque al pintor no le interesaba el dinero ni sabía cómo manejarlo. “Era un ser de gran generosidad, no dejaba pagar jamás”, comenta Oscar Tusquets, arquitecto y amigo de Dalí. Sin embargo, los que conocen bien la historia del catalán, reconocen que una de las razones que le hicieron inmensamente adinerado fue el control férreo de Gala.
En una entrevista en L’Express, Dalí reconocía que todo el dinero que había ganado había sido gracias a su esposa. En esa misma charla, contradictorio como era él, reconocía también, que en orden de cosas “la idea que prima es siempre el dinero”. Según él, esta es la razón por la cual creó el Museo Dalí en Figueras con los huevos esculpidos en lo alto de la Torre Galatea.
Mientras la Historia del Arte ha estado atomizada de artistas que morían sin un duro en los bolsillos, Dalí remaba y remaba para llenar sus arcas. Montse Aguer, directora del Centro de Estudios Gala-Salvador Dalí, me comentó en una ocasión que el surrealista no concebía el arquetipo del artista pobre, le gustaba vivir muy bien y no poseer dinero le parecía una indignidad.
Al llegar al pequeño lugar de Portlligat la cartera del matrimonio no estaba en sus horas más altas, sin embargo, Gala siempre orgullosa le decía que “nunca debemos causar piedad, debemos llevar una vida de cara a la galería, si no es así, la vida puede llegar a ser muy mediocre”. Ella, comentan los conocidos del matrimonio, era mucho menos generosa que su marido en lo que a riqueza se refiere.
Tusquets recuerda que, a veces, Dalí regalaba los visitantes algún dibujo o alguna obra pequeña y eso a Gala no le gustaba. En este sentido, relata que ella esperaba en la puerta y pedía el dinero de la obra a aquel a quien se lo había regalado el mismo Dalí. El arquitecto catalán no se aguanta la risa cuando lo recuerda.
Según Tusquets, Dalí solamente “hacía un show con el dinero, pero con los amigos era generosísimo. Le importaba en función de lo que le permitía hacer, pero no tenía interés en atesorarlo, eso sí, Gala era otro mundo”. Y añade: “Era agarrada, discutía las facturas y siempre tuvo complejo de rusa exiliada”. Frente a esta manera casi enfermiza de relacionarse con el dinero, estaba el de Figueras: Dalí, hijo de notario y nacido en una familia acomodada, nunca jamás tuvo dificultades económicas. El tándem era, de esta manera, complementario porque ella llevaba la gestión de todo. Gala era la realista, mientras Dalí era el imaginativo.
Jamás llevaba ni un duro encima
Dalí tenía (y sigue teniendo) la clara e inmensa capacidad de no causar indiferencia y el dinero no iba a ser un aspecto menor. ¿Le gustaba o no ganar dinero a manos llenas? ¿Le importaba o no le importaba el dinero? ¿Se merecía o no se merecía el apodo de Avida Dollars que le pusieron los surrealistas de André Breton?
Simplemente, él no tenía consciencia del dinero: “Hacía negocios ruinosos”, rememora Tusquets. Un día, relata, le preguntaron cuánto valía un cuadro concreto y él contestó: “500.000 dólares”. Su receptor, extrañado, le dijo: “Pero señor Dalí, eso es muy poco”. Él, ni corto ni perezoso, contestó: “¡Ah! ¡Entonces 5 millones de dólares!”. Un cero más o menos, igual daba. Sólo pensar en la fascinación de ser criticado hacía que fuera más y más exagerado dando sus cifras. No le importaba lo que los demás pensaran de su relación con la riqueza: “Hablaban de él como un loco y eso, no le podía producir más placer”, explica Tusquets.
Al provocador artista le divertía muchísimo que los demás le juzgaran por su supuesta obsesión por el dinero, es más, se empeñó en que el sobrenombre de ‘Avida Dollars’ no cayese en el olvido, fue su carta de presentación en sociedad en EEUU. Dalí le dio las gracias a Bretón, el líder surrealista, y tomó el despectivo nombre como un halago, entre los americanos “ganar dinero es lo mejor que hay. Voy a triunfar con ese nombre”, explicaba sin pudor.
Dalí: «Triunfaré en EEUU con el nombre de ‘Avida Dollars’»
“Sólo he creado un museo para aumentar de una forma segura mi fortuna y la de mi país”, decía en sus intervenciones públicas. La ambigüedad era una de sus mejores bazas: tener contentos a unos y a otros, tener contentos a todos.
Quienes le conocieron, asegura Aguer, decían que desconocía el valor del dinero, jamás llevaba dinero encima, siempre mandaba pagar a alguien que le acompañara. “Solamente he visto a Dalí llevar dinero una vez”, relata el diseñador catalán, “un día que fuimos al misterio de Elche, llegamos al hotel y llevaba en los pantalones un paquetito con una goma elástica con un montón de billetes de 1.000 pesetas”.
De hecho, ha sido el mismo Dalí quien contaba siempre muy divertido y animoso que un día en un taxi con el gobernador de Nueva York, Nelson Rockefeller, llegaron a un hotel y al pagar ninguno de los dos llevaba ni un duro encima. “Pero, ¿cómo es posible? ¿Tú tampoco llevas dinero?”, parece ser que se dijeron el uno al otro. Finalmente, tuvieron que pedir dinero prestado al personal de recepción.
Dalí nombró al Estado español como heredero universal de su obra. Hoy, la Fundación Gala-Salvador Dalí se encarga de la gestión de su legado y en EEUU lo hace la Artist Rights Society.