El Oviedo se impone al Sporting por la mínima y pinta de azul el derbi asturiano
La víspera de la final de un Mundial, con todo el planeta pendiente de noventa minutos, con dos países, Argentina y Francia, que difícilmente podrán conciliar el sueño imaginándose campeones, varios cientos de miles de personas estaban a otra cosa. Este sábado se ha jugado ‘el derby’. El asturiano, el del Real Oviedo-Sporting de Gijón. Casi 100 años de rivalidad descarnada y familiar donde la gloria es escasa pero el padecimiento, si dejas escapar el partido, dura seis meses. Por lo menos. Y ganó el Real Oviedo, alargando su reinado en el Principado. Otra vez: de los últimos diez, ha ganado 7, empatado 3 y perdido sólo uno.
No fue un partido brillante en términos deportivos. Ni futbolísticos, como nunca acostumbran a ser los derbis y como es menester en la segunda división del barro. Oviedo vibró desde primera hora de la mañana en espera de los suyos, y Gijón hizo lo mismo. Apenas hubo desplazamiento de la afición rival, tras años de enfrentamiento con la Delegación del Gobierno por las leoninas normas de seguridad que se imponen a la pasión del fútbol. Incomprensible.
Sea como fuere, los casi 25.000 espectadores que ocuparon las gradas del Carlos Tartiere, engalanado para la ocasión, estuvieron acompañados de alrededor de medio centenar de sportinguistas a los que no les dolió prendas tener que ocupar su asiento tres horas antes del partido.
Minutos antes del choque, la única concesión a la hermandad. En una región como Asturias, con apenas un millón de habitantes y un territorio exiguo en extensión, los símbolos son muy importantes. Y lo es el himno, el Asturias Patria Querida, que la Banda de Gaitas de la Ciudad de Oviedo interpretó en el centro del campo, con las 25.000 gargantas azules y rojiblancas poniéndole letra al aire. Apenas un minuto de tregua entre ambos y comenzó el partido. Noventa minutos en las que quedan en suspenso las amistades tranfronterizas.
El Sporting de Abelardo salió muy enchufado y las tuvo. La primera, en las botas de Joni tras pelotazo de Djurdjevic, apenas a los 30 segundos. Avisaron los gijoneses pero no amedrentaron al Oviedo. Idas y venidas sin demasiado peligro, con mucha tensión y más pasión desde la grada, hasta que el árbitro pitó el descanso.
En la segunda parte, con la noche asturiana ya cerrada sobre el Tartiere, el partido se reanudó con la misma intensidad que en los 45 minutos previos. El Sporting siguió llegando más, pero como dice esa leyenda en el fútbol, quien perdona lo paga. Y así fue. El árbitro cobró la pena máxima en la recta final del partido. El infractor, el argentino Cali Izquierdoz, que llegó a Gijón este verano con la vitola de capitán del Boca Juniors. Quizás tenía la cabeza en otro sitio, en otro país, en otro partido y en otro día. Pero Borja Bastón no, y convirtió el penal en alegría para la grada local. Éxtasis azul en Oviedo.
El final, bronco, caluroso, cargado de tanganas, llegó pronto. El balón se quedó atrancado en una esquina, con media docena de futbolistas pateándose unos a otros sin pensar en la pelota, bajo una lluvia de papeles que lanzaba la grada reclamando los tres pitidos del árbitro, más entregado a enseñar amarillas que a mirar el reloj.
Y ahí murió el partido. Pero ahí empezó, de nuevo, la salsa de todo esto. La que se juega en el desayuno, en las oficinas, en las barras de bar y, pronto, en las cenas de Navidad. Que Dios libre a un sportinguista de tener un cuñado oviedista, porque una semana no es suficiente para olvidar el derbi asturiano. Y los turrones se pueden atragantar con la cantinela, que ya va sonando a letania: Asturias sigue siendo azul.