Lo que hacen todos los días los padres con hijos con inteligencia emocional superior al resto

Sin lugar a dudas, gestionar las rabietas infantiles es uno de los mayores retos a los que los padre deben enfrentarse a diario. Los niños lloran y gritan, y los padres, frustrados, sobre todo si se encuentran en espacios públicos como el supermercado, les regañan. Pero, ¿realmente es la forma más efectiva de abordar la situación? Según la psicóloga Caroline Fleck, profesora clínica adjunta en la Universidad de Stanford, existe un gesto mucho más eficaz para que los niños desarrollen la inteligencia emocional: validar sus emociones antes de corregir su conducta.
La experta, autora del libro «Validation», explica que cuando un niño se siente comprendido, su cerebro deja de reaccionar desde la rabia o la frustración y está dispuesto a aprender. «Los niños están experimentando emociones que aún no entienden ni saben gestionar. Si solo los regañamos, no aprenderán nada; si validamos lo que sienten y después explicamos qué hicieron mal, el resultado cambia por completo», señala Fleck.
¿Qué hacen los padres con hijos con gran inteligencia emocional?
En primer lugar, cabe señalar que validar no significa aprobar cualquier comportamiento. La psicóloga insiste en que escuchar y reconocer lo que siente un niño no equivale a justificar que grite, golpee o desobedezca. «Validar es aceptar la emoción, no la acción», resume.
Por ejemplo, si un niño se enfada porque tiene que dejar de jugar para irse a dormir, un padre puede decir: «Entiendo que te moleste, a mí también me cuesta dejar algo que me gusta», antes de recordarle que es hora de descansar. Ese pequeño gesto, explica Fleck, reduce la tensión.
Cuando los padres sólo señalan lo que está mal, el mensaje que el niño recibe es que sentir está mal, y eso bloquea su capacidad de autorregularse. «La validación ayuda a los hijos a poner nombre a lo que sienten y a entender que sus emociones no son peligrosas, solo necesitan aprender a gestionarlas», añade.
En su libro, Caroline Fleck comparte un episodio con su hija adolescente. «Le pedí que vaciara el lavavajillas y se enfadó muchísimo. Me dio una versión completamente inexacta de lo ocurrido, como si yo hubiera gritado o exigido algo injusto», relata.
En lugar de regañarla o discutir, Fleck decidió aplicar su propio método. Escuchó con atención, reconoció su frustración y después explicó con calma por qué era importante cumplir con las tareas domésticas. «Cuando eliminamos los juicios y validamos sus sentimientos, los niños están más abiertos a cambiar su comportamiento», afirma.
El resultado fue una conversación más tranquila y una reacción más receptiva. «Si sólo la hubiera castigado, habría aprendido que sus emociones son un problema, no una herramienta para entenderse mejor», añade.
La ciencia detrás de la validación emocional
El enfoque de Fleck se apoya en décadas de estudios sobre inteligencia emocional y desarrollo infantil. Diversas investigaciones en psicología evolutiva señalan que los niños que crecen en entornos donde sus emociones son escuchadas y respetadas desarrollan mayor empatía, resiliencia y capacidad de autocontrol.
El sociólogo Adam Galinsky, profesor de la Escuela de Negocios de Columbia University, complementa esta idea al advertir que la vergüenza bloquea el aprendizaje. En una entrevista con CNBC Make It, explicaba que la vergüenza «es debilitante y desestabilizadora», mientras que la culpa constructiva, acompañada de reflexión, sí impulsa el pensamiento crítico y la reparación.
«Si queremos que nuestros hijos aprendan de sus errores, debemos enseñarles cómo hacerlo mejor en el futuro, no solo señalar lo que hicieron mal», asegura Galinsky.
El método paso a paso
Caroline Fleck propone un sencillo protocolo que puede aplicarse en casa o en cualquier contexto cotidiano:
- Detener la reacción inmediata. Antes de regañar o imponer un castigo, el adulto debe respirar y observar lo que ocurre.
- Nombrar la emoción del niño. Frases como «Parece que estás enfadado» ayudan a poner palabras a lo que está sintiendo.
- Mostrar empatía. Reconocer que el enfado o la tristeza tienen sentido, aunque no se justifique el comportamiento.
- Guiar hacia la reflexión. Una vez calmado, preguntar: «¿qué podrías hacer diferente la próxima vez?»
- Reforzar la reparación. Valorar el esfuerzo por mejorar, no solo el resultado.
La validación emocional no elimina los límites ni la disciplina. «Los niños necesitan estructura, pero también comprensión. El equilibrio entre ambas cosas es lo que construye la verdadera educación emocional. Durante décadas se pensó que el respeto se imponía, cuando en realidad se gana a través de la conexión», resume Fleck.
El mensaje de Caroline Fleck resume una filosofía cada vez más respaldada por la psicología contemporánea: los niños no necesitan padres perfectos, sino padres presentes. Como señala Adam Galinsky, «la vergüenza bloquea el crecimiento; la comprensión lo impulsa». Validar no es rendirse ante el mal comportamiento, sino convertir cada error en una oportunidad de aprendizaje. Validar a un niño hoy es enseñarle que sus emociones importan y que puede aprender a manejarlas.