Malos tiempos para el bipartidismo

El reciente acuerdo presupuestario en Baleares no es simplemente una cuestión de números, es una manifestación clara de que el modelo bipartidista tradicional está perdiendo su hegemonía. Durante décadas, el Partido Popular y el Partido Socialista han alternado en el poder, ofreciendo soluciones que, en muchos casos, han resultado insuficientes para abordar los desafíos reales de la sociedad balear.
La entrada de Vox en el escenario político autonómico ha alterado esa inercia. No como un actor de reparto, sino como una fuerza decisiva, capaz de condicionar el rumbo de las políticas públicas y de introducir temas que durante años habían sido cuidadosamente apartados del debate institucional.
La última encuesta del Instituto Balear de Estudios Sociales (IBES) confirma esta transformación en marcha. El Partido Popular alcanzaría el 38,6% de los votos, mientras que el Partido Socialista quedaría en un 25,4%. Pero lo más llamativo es el ascenso sostenido de otras fuerzas que no forman parte del eje tradicional. El crecimiento de estas opciones muestra que cada vez más ciudadanos buscan representaciones más firmes, menos acomodadas al consenso y más conectadas con sus prioridades reales.
Este movimiento no es superficial, ni coyuntural. Responde a demandas concretas: recuperar la libertad de elección lingüística, frenar el abuso ideológico en las aulas, aplicar criterios claros para ayudas públicas, proteger el sector agrario frente a normativas asfixiantes, derogar leyes de memoria divisivas y abordar la política de vivienda desde la realidad. En este último punto, se empieza a priorizar el acceso a la vivienda para residentes legales de largo recorrido, dejando atrás el reparto indiscriminado que ha generado desigualdad y frustración.
Estas medidas no son gestos simbólicos. Son el resultado de negociaciones firmes y de una visión política distinta, más alineada con lo que muchos ciudadanos llevan años pidiendo sin ser escuchados.
La fidelidad del electorado hacia opciones como la de Santiago Abascal es reveladora. Según la misma encuesta, sus votantes muestran una intención de voto más sólida que quienes optan por las opciones tradicionales. Esa fidelidad no es solo ideológica: es cultural, generacional y profundamente política. Es la expresión de una ruptura con un sistema que dejó de representar a muchos.
Pero ningún cambio real se logra sin resistencias. Hay quienes atacan desde fuera con campañas de desprestigio y también quienes desde dentro temen perder el control de una maquinaria que funcionaba por inercias. Las ideas firmes no sólo incomodan al adversario: a veces descolocan a quienes aún no han entendido que el tiempo del cálculo ha terminado.
La política balear entra así en una etapa distinta. El bipartidismo ya no basta, no por falta de escaños, sino por falta de respuestas. Lo que antes se resolvía entre dos siglas ahora exige nuevas mayorías, más exigencia ideológica y menos silencio táctico. Las otras voces ya no pueden ser ignoradas.
En definitiva, estos son malos tiempos para el bipartidismo, pero buenos tiempos para la representación real. La fragmentación no es debilidad cuando hay principios y la pluralidad no es caos cuando hay claridad de rumbo. Baleares avanza hacia una política más firme, más honesta y más libre.
En ese escenario, Vox no es un actor marginal, sino uno de los protagonistas del cambio. Lo es pese a las presiones, los ataques externos y las traiciones internas. Lo es porque ha elegido incomodar en lugar de conformar. Y eso, guste o no, marca un antes y un después.
- David Gil es portavoz adjunto de Vox en el Consell de Mallorca.