Fiesta en una de las casas más delirantes de Mallorca
En una de las casas más delirantes y excéntricas de Mallorca, una casa discreta suspendida sobre un acantilado, mitad templo ibicenco, mitad laberinto surrealista, creada por una pareja de nivel importantísimo que lleva en la isla pasando sus temporadas de asueto desde hace décadas, y que muchos quisieran conocer, tuvo la gentileza de invitar a exactamente 163 invitados. Ni uno más, ni uno menos.
La lista es un poema de excentricidad: celebridades discretas, ésas que sólo conocen quienes han viajado lo suficiente, leído demasiado o vivido intensamente. Nadie de vida normal y mucho menos aspecto común. Se trataba de la elegancia en grado máximo, en un entorno precioso y en una casa lo suficientemente local para que les fascine a todos. Llegué sabiendo que no podría fotografiar a ninguno de esos personajes fascinantes que llegaron para honrar la generosidad de sus anfitriones y a la isla que la mayoría adora.
Todos tienen anécdotas que contar de este trozo de paraíso que en alguna ocasión les regaló la felicidad que necesitaban sentir tras un gran éxito o un gran fracaso. Llegaron en su mayoría en avión privado, se alojaron en casas amigas o en hoteles buenos pero discretos, dispuestos a verse de nuevo en lugar neutro y seguro, del que también es fácil salir huyendo si la cosa se complica. Todos tienen mucho en común, incluso maridos o mujeres que en algún momento formaron matrimonio con el otro. Matrimonio o noche de pasión sincera que nunca más volvió a repetirse. Lo contaban entre risas y copazo en mano. El servicio, por cierto, es el mismo que los anfitriones usan en sus otras casas repartidas por el mundo. Eché de menos, muchísimo, a quien nos presentó, que habría disfrutado de la noche más que nadie. Los señores de X disfrutan organizando fiestas performance, pero exigen discreción máxima.

La noche empieza con una procesión luminosa de faroles flotantes escoltando a los invitados hasta la entrada, donde un mayordomo vestido como un sacerdote renacentista ofrecía de manera solemne un sorbo de un licor azul que nadie identifica, pero todos aceptan. El ambiente vibra entre lo sagrado y lo canalla. Es una fórmula perfecta para comenzar una fiesta dedicada al hedonismo y la libertad.
Dentro, las estancias cambian de música y temperatura según se atraviesan. En el Salón de los Espejos Hablantes, una actriz casi incógnita, famosa por rechazar todos los premios, además de guapa y cariñosa, improvisa poemas mientras un DJ anónimo mezcla vinilos imposibles. sigue la fiesta. En la Galería Submarina, cuyos ventanales dan a un acuario de 20 metros, un director de cine invisible, porque nunca sale en fotos, conversa con un filósofo pop que sólo se comunica con notas adhesivas fluorescentes. Un pesado, vamos, al menos para mí que sin gafas no puedo leer, pero sí guardar para después. He de decir que al leerlos en casa recibí mensajes, al parecer, del otro mundo.
En la Terraza de los Vientos, modelos retiradas, que me conocían de mis años en París, me preguntaban por otras modelos españolas, que como ellas dejaron huella. Hackers reformados y aristócratas fugitivos de su entorno para vivir bailaban barefoot sobre alfombras persas como si fuera una coreografía telepática. La más bella de las alfombras fue regalo de bodas de la emperatriz de Irán. Las señoras vestían de largo, túnicas alegradas con joyas fabulosas. Los señores de esmoquin.
163 participantes y nadie sabría decir qué fue real y qué fue teatro
La comida no se sirve, aparece. Platos diminutos pero perfectos que llegan en bandejas levitantes. Cócteles que cambian de sabor según quien los sostenga. Dulces que se derriten en el aire antes de llegar a la boca, porque el exceso también es espectáculo. Y estábamos celebrando el exceso, pero también la creatividad de los artistas de la cocina que, como en la época de Luis XVI, crean para los que apenas comen para no engordar, pero han sido tan inteligentes como para seguir siendo necesarios. Como crear espectáculo con un canapé que se abre cuando vas a cogerlo. Entonces siempre sucede algo, suena la canción de tu vida, por ejemplo. Trabajan junto a técnicos de todo tipo, no sólo los informáticos.
A medianoche exacta, la piscina, una lámina de agua negra, se ilumina desde dentro. De ella emergen figuras con máscaras venecianas hechas de cristal líquido. No hablan, pero conducen a los invitados a un patio interior donde un músico que «ya no existe» (así figura en sus contratos) interpreta una pieza que sólo se tocará una vez en la historia. La noche fría no obliga a usar los abrigos porque la temperatura se ha modificado gracias a un sistema ecológico que todavía no está en el mercado.
Y cuando el reloj marca las 4:04, los 163 participantes somos guiados a una cúpula transparente donde empieza el ritual final: cada invitado escribe un deseo en una hoja dorada y la deja caer en un brasero de fuego frío. Las palabras se elevan como humo plateado y la fiesta termina sin despedidas, simplemente, se disuelve.
Una party tan yo, que nadie sabría decir qué fue real y qué fue teatro… y por eso, exactamente, todos quieren volver, porque fue ambas cosas, como en todas las grandes fiestas, un ejercicio de creación sublime.