Dos propuestas singulares en sí mismas en el tercer concierto de abono de la Sinfónica de Baleares
Se interpretó 'Raise the Roof' de Daugherty, con el percusionista solista Javier Eguillor, y el 'Concierto para orquesta' de Lutoslawsky
El tercer concierto de abono de nuestra Orquesta Sinfónica (OSIB), que ha tenido lugar el pasado 4 de diciembre, no deja de ser un descubrimiento en cierta manera novedoso, ante el hecho de acercarnos a una práctica iniciada a mediados del siglo XX llevando la percusión al nivel de ser instrumento solista en concierto sinfónico.
De eso iba Raise the Roff (2003), concierto para timbales y orquesta que es una modalidad ajena a los oídos del público en general. Asimismo, el programa contemplaba Concierto para orquesta (1954) del compositor polaco Witold Lutoslawski, considerado el mejor de Polonia, después de Chopin, y precisamente con este estreno alcanzó fama internacional. Dos propuestas singulares, en sí mismas, que además iban de la mano en el uso recurrente de melodías propias de sus nacionalidades.
En la primera parte nos disponíamos a conocer una práctica, relativamente reciente, en el formato compositivo para concierto de solista y orquesta al incorporar en primer plano los timbales, herencia de los escarceos entre las décadas de 1950 y 1960 empleando la percusión como instrumento solista.
El precedente remoto reconocido se remonta a 1929, Concert pour batterie et petit orchestre, del francés Darius Milhaud, considerado pionero en usar el repertorio de percusión (desde el barroco unos instrumentos gregarios) y en este sentido, abriendo la puerta a la percusión moderna, cuyo repertorio se consolidará a finales del siglo XX. Precisamente, Raise the Roof, data de 2003, en pleno proceso de consolidación. Daugherty bebe en fuentes del romanticismo y el posmodernismo; también influido por la música popular americana y de ahí la conexión con la segunda parte, puesto que el llamado de los grandes maestros de la edad de oro del musical de Broadway aparece intermitentemente durante el desarrollo del concierto, dejándose constancia de las raíces del folklore americano que ha interiorizado el público nativo.
Desde luego entrar en la sala y encontrarse los timbales en primer plano era la incógnita a despejar, por el público inexperto en tales causas. Asimismo, el hecho de contar con Javier Eguillor como solista, uno de los mejores en la especialidad, era garantía suficiente y, en efecto, el público cayó en sus redes virtuosas empleándose a fondo con las cuatro baquetas, las escobillas e incluso percutiendo con las manos desnudas. El colorismo en permanente presencia hacía muy digerible vivir la experiencia. Aunque me llamaría la atención que finalizado el concierto, ilustres percusionistas de aquí negasen la presumible maestría de la partitura, algo habitual en los egos del gremio. Aunque el público sí recibió con satisfacción esta suerte de provocación.
Raise the Roof, en traducción literal Levantar el techo, en efecto era todo en este concierto: un esfuerzo de Daugherty por superar los inconvenientes en esta nueva modalidad, pues hablamos del «magistral hacedor de iconos» como le definió The Times, y la prueba de su preocupación para cuadrar el modelo más adecuado, está en su composición de 1999, Ufo, para solista de percusión y orquesta (indefinida), elevado el 2000 a Sinfónica.
Vayamos con la segunda parte. Si en el caso de Daugherty hablamos de un «sentido estructural intrépido», refiriéndonos a Lutoslawski, lo suyo eran «ricas texturas atmosféricas» y, en efecto, desde el comienzo la melancolía parece ser leitmotiv a lo largo de su Concierto para orquesta. No es casual puesto que respondía al encargo del director artístico de la Filarmónica Nacional de Varsovia, Witold Rowicki, quien en 1950, para dotarse de una pieza de repertorio, propia, le encargó este concierto con la intención de ir a celebrar la música folklórica polaca.
¿Qué hizo entonces Lutoslawski? Pues acudir al repertorio de un coro folklórico del XIX conectando con las raíces culturales de Polonia, en un momento de posguerra. Este concierto, por lo tanto, conecta con un momento profundamente convulso, marcado por el ruido de la Segunda Guerra Mundial y el presente de la Guerra de Corea. De ahí esa melancolía que recorre permanentemente el desarrollo de este vibrante concierto, que elevó a Lutoslawski al olimpo de los grandes.
La Sala Gran del Auditórium de Palma no se llenó, aunque la ocasión sí lo merecía, porque la propuesta era consecuente en una temporada de abono.