Aquel embajador en la India, una inspiración para mí
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Es un recuerdo grande de mi infancia, ver a un hombre de semblante grave acompañado de una suerte de ayuda de cámara, imagino que un sij, todo él un guardián elegantemente vestido, de forma inusual, tocado con turbante y botines de media caña. Imagino que eso ocurrió, una tarde, volviendo del colegio de los Jesuitas, invitado por mi amigo Juan Manuel a su casa donde lo habitual era, en aquella hora, que su madre Mariuca nos invitase a pasar a su amplia cocina para tomar el té de las cinco. Mariuca era hermana de ese hombre –Guillermo- de semblante grave y de tan distinguida presencia.
Creo no haber vuelto a tomar el té con tan apuesta anfitriona; es más, el té ya lo detestaba entonces y lo sigo haciendo ahora. Qué le vamos a hacer.
Le vi solamente un instante, pero fue suficiente para alimentar mi fantasía. Por aquellos días mi asombro desconocía el hecho de encontrarme ante el embajador de España en la India, en tiempos de mi inocencia, y de ver por primera vez en su casa algo llamado la televisión. Eran los 50 o sea.
Un tiempo después, algo más crecido, acabando ya el bachillerato, es decir, lo que hoy se conoce como la EGB, Juan Manuel marchó a la India para descubrir un mundo nuevo y estudiar parte del sexto curso con sus tutores, mientras vivía una experiencia regalada que también compartió su hermano Gonzalo y después Felipe, el pequeño de los tres. Eran aquellos días, en la lejanía de la dictadura puede que allá por el año 1966 y tan ingenuos como cargados de felices recuerdos infantiles, incluso siendo adolescentes.
La vida siguió su curso, alejando poco a poco las vivencias compartidas; él un curtido diplomático de carrera, yo un simple plumilla de provincias, que por encima de todo amaba las artes escénicas. Hasta que días atrás, llegaba el anuncio de la presentación del libro Memoria del curso en el extranjero de los aspirantes a la carrera diplomática, que narra el viaje a Alemania el año 1933 -Hitler llegado al poder- de los alumnos de la única promoción de la II República. Entre ellos Guillermo Nadal Blanes, tío carnal de mi amigo de la infancia. El texto fue encontrado casualmente en una carpeta olvidada y Juan Manuel lo editó, dejando aparte presentar su libro Indo Pacífico, un ensayo sobre el eje de la geopolítica actual, escrito los últimos dos años.
Es un trabajo que tal vez debería tomar en consideración este Gobierno de extrema izquierda que preside Pedro Sánchez. Un imposible metafísico, al priorizar la inutilidad intelectual de todos y cada uno de sus integrantes, al margen por completo de la enriquecedora trayectoria de Juan Manuel, a su paso por cancillerías que le han permitido conocer de primera mano de qué va el mundo de ahora mismo y tan bien recogido en Indo Pacífico.
Dejando aparte que en los primeros 70 le hice llegar papeles del PS francés, recibidos a petición mía durante el tardofranquismo, subversivos por tanto, y cierto que nos hemos distanciando, ideológicamente, a través del tiempo.
Pero sigue siendo mi hermano y él asimismo lo siente a pesar de que hoy en día se sienta identificado con Sumar, mientras yo soy un facha, a ojos del wokismo –Sumar está en ello- que tan profundamente desprecio.
Con amigos de la infancia no se discute porque las fuentes son tan genuinas que no caben divergencias capaces de distanciarnos. Sí puedo, en cambio, ir al recuerdo de los tiempos pasados y recordar su mediación, por encargo de la Embajada de los EEUU en Túnez para conseguir que Yasser Arafat fuera a los acuerdos de Camp David, siendo un joven diplomático sin currículum. Y vaya si lo hizo, a pesar de las enormes dificultades de aquel tiempo.
En el primer Govern del Pacte de Progrés, presidido por Francesc Antich, a inicios del siglo XXI, se le encargó la Dirección General de Relaciones con Europa y las Regiones Mediterráneas, un proyecto que sigue vigente, y fue asimismo en esa etapa que volvimos a contactar para acudir a toda prisa al objeto de despedir a nuestro común amigo de la infancia, en fase terminal.
Su libro, Indo Pacífico, Juan Manuel López Nadal lo ha escrito justo con la experiencia y la dedicación de un diplomático curtido en los escenarios vividos en lugares tales como Pekín, Nueva Delhi, Yakarta, Sri Lanka, así como Bangkok y Hong Kong en las postrimerías del protectorado inglés.
Me lo voy a leer detenidamente, pasando por alto el congreso de Sumar, en marzo en Madrid. Pues su tío, Guillermo, fue para mí una inspiración.
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