PRIMERA LÍNEA

Antich, un buen hombre pero también un gestor cuestionable

Antich, un buen hombre pero también un gestor cuestionable

Durante la primera legislatura de Francesc Antich como presidente del Govern (1999-2003), servidor ejercía de editor de Informativos en RNE-Baleares los fines de semana. En múltiples ocasiones entrevistándole por su cargo de secretario general del PSIB-PSOE y después, como presidente del Govern. Recuerdo que al llamarle, durante la campaña electoral de 1999, le saludé, tal que así: «Bon dia, president», y él, respondiéndome con una risa abierta y –supongo- de agradecida complicidad, porque las urnas no habían hablado todavía. Llegados a este punto debe recordarse que se producía una duplicidad circunstancial: de una parte que se enfrentaba a un Jaume Matas  elevado discutiblemente al poder como delfín de Gabriel Cañellas, cabreado como estaba con Cristòfol Soler, a quien defenestró con malas artes. Y dos, llegando al poder como sucesor de Joan March, secretario general del PSIB-PSOE (1991-1994), cuyo mérito principal fue cargarse a la vieja guardia y   consolidar Socialismo y Autonomismo, el origen de todas las derivas. 

Es necesario recordar que Francesc Antich procedía del PSM en momentos en que el nacionalismo extremo todavía era embrionario, siendo Sebastià Serra el último líder en aquel proceso con dos dedos de frente. Tal era su afabilidad que supo reconocer mi profesionalidad, no siendo de su cuerda, cuando asistió en RNE al ceremonial de la asunción del cargo de director no recuerdo quién, diciéndome en voz baja: «Pensaba que ibas a ser tú».

Cuando Francesc Antich alcanzó el liderazgo de los socialistas de Baleares, es cierto que el radicalismo del PSIB-PSOE todavía no se había disparado y, además, en sus dos legislaturas como presidente del Govern tuvo a favor el freno de Unió Mallorquina, que pese a ser un partido corrupto, al menos ejerció un papel moderador en las políticas de izquierdas. Tal es así que en la primera legislatura el conseller socialista de Turismo Celestí Alomar fue a mostrarse brabucón con la ecotasa, lo que llevó a perder las elecciones y en la segunda legislatura de Antich se optó por ceder Turismo a UM. Bien lo sé porque el llamado a ser gerente del Inestur así me lo confió.

Antich, como buen socialista influido por los ecolojetas, apenas hizo obra pública (sólo desdoblar la carretera al campus de la UIB, un poco más allá de Ocimax) y además se opuso a la elección de los terrenos de Son Espases como hospital universitario, señalado por Jaume Matas. Estuve en la rueda informativa en el Consolat de Mar, en la que Francesc Antich anunció que «con mucho dolor de mi corazón, debo reconocer que esta elección era la adecuada». Doy fe de ello. Asimismo, de que era una buena persona, que en efecto lo era. Pero incapaz de afrontar importantes obras públicas que sí hizo Jaume Matas: ampliar las autopistas de Andratx y Llucmajor, ampliar el desdoblamiento hasta el campus de la UIB, crear el Palma Arena (eso del Velòdrom Illes Balears fue una venganza de Francina Armengol), levantar el centro de tetrapléjicos en Joan Crespí dejado de la mano de Dios en los tiempos de Armengol) e incluso el disparate ese del Palacio de la Ópera en el muelle viejo de Palma, con un millón de euros pagados por la maqueta a Santiago Calatrava, anunciado incomprensiblemente en campaña electoral. Matas volvió a perder, por estúpido prepotente, acabando en prisión.

El último mal servicio prestado por Antich a la normalidad democrática, y es de suponer que por su ingenuidad o por inseguridad, fue no proceder a la proposición de una moción de confianza cuando en 2010 expulsó a UM del poder, debido a destaparse el escándalo, detenciones incluidas. No tuvo los arrestos suficientes para ejercer el liderazgo que le correspondía.

Ya como senador, también su mutismo fue discutible al apoyar decisiones a buen provecho del sanchismo. Al menos queda en su haber no tener nada  que ver con la deriva de su sucesora, Francina Armengol, que ni por asomo es buena persona y, desde luego, una gestora absolutamente cuestionable. 

Una Francina Armengol que llegaría al poder autonómico doblegándose -probablemente con gusto- a las exigencias de Més y de un Podemos que en aquellos días vivía sus mejores momentos. Fue el octenio tenebroso entre el 2015 y el 2023, donde Armengol mostró su patita ERC, la herencia de sus años universitarios en Barcelona, militando en la izquierda supremacista.

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