La irreversible herencia del octenio armengolino

La irreversible herencia del octenio armengolino

En una reciente entrevista de Diario de Mallorca a la presidenta de los hoteleros mallorquines, María Frontera no dudaba en señalar algunas asignaturas pendientes desatendidas durante el octenio armengolino. No hay que olvidar que la FEHM fue uno de los principales y sorprendentes puntales de Francina Armengol durante todo su mandato, una alianza de circunstancias pero no del todo descabellada en vista de las tendencias proteccionistas de socialistas y hoteleros en materia económica. La relevancia de las opiniones de Frontera no lo son tanto por lo que dice como por quién lo dice.

En la entrevista Frontera echa en cara al Pacte de Armengol con la que tanto se fotografió, con o sin mascarilla, su incapacidad de mejorar el transporte interurbano y el servicio del taxi, recordando que la población balear en los últimos 20 años ha aumentado un 40% (sin contar la población flotante) mientras algunos servicios todavía siguen dimensionados para temporadas de seis meses cuando ahora son de una duración de entre ocho y diez meses.

En segundo lugar, Frontera señala la falta de personal capacitado para trabajar en el sector turístico, una carencia agudizada por la dificultad de alquilar vivienda por parte de sus trabajadores. En tercer lugar, Frontera apunta a una ley turística demasiado ambigua y poco rigurosa que se aprobó de forma muy rápida y sin profundidad (de cara a la galería y buscando réditos electorales a corto plazo), abundando en la proverbial mala calidad legislativa del parlamento balear.

En cuarto lugar, señalaba la falta de inversiones públicas del tripartito en las zonas que se quieren recuperar al turismo de borrachera. Frontera afirmaba que los fondos europeos no habían llegado al tejido productivo y que no se habían aprovechado para transformar los destinos maduros. «Todavía no hemos visto ejecutado ningún proyecto transformador», remataba la presidenta de la FEHM.

Finalmente, Frontera se quejaba de que el Pacte no había invertido siquiera en el ciclo de agua, uno de los recursos naturales más afectados tanto por los millones de turistas que cada año nos visitan como por el crecimiento de la población residente. En la entrevista, como ven, Frontera da un repaso en toda regla al octenio de Francina Armengol.

Sólo por entrar en la última de sus críticas, Frontera le enmienda la plana al Pacte: faltan desaladoras, los acuíferos están sobreexplotados por miles de pozos diseminados sin control, hay municipios que pierden hasta el 37% del agua por fugas de agua en las redes de abastecimiento, la gestión en la reutilización del agua depurada deja mucho que desear, la dirección general de Recursos Hídricos está colapsada con más de 5.000 expedientes sin resolver.

Esta es la herencia recibida por el tripartito de Armengol en una de las asignaturas, el ciclo del agua, que deberían ser primordiales para quienes no nos dejan de dar la matraca con su alarmismo climático. Y sólo es un ejemplo entre muchos. PP y Vox deberían insistir hasta aburrirse en el calamitoso legado armengolino. Recordar herencias envenenadas es algo que hace muy bien la izquierda, insistir en un pasado «negro y siniestro» que previamente ha tergiversado con sus implacables y efectivas campañas de propaganda hasta el punto de que sus víctimas políticas se las acaban creyendo. El PP deber ser el único partido en el mundo que se cree las críticas que le hacen sus adversarios a quienes concede una superioridad moral. A estas alturas la izquierda balear sigue hablando todavía de la etapa de Matas a la que identifican como la quintaesencia de la corrupción, cuando en realidad fue también la legislatura más fecunda y brillante en inversiones e infraestructuras que han dado de sí los 40 años de autonomía balear. Así escriben la historia los vencedores del relato.

Decía el periodista Antonio Alemany que la izquierda sólo tendría que gobernar una vez cada 40 años y sólo para desatascar las cloacas de la derecha, permitiendo así la imprescindible circulación de sus élites. Los ocho años de Francina Armengol al frente del Govern han sido un calco corregido y agravado de lo que ya fueron los nefastos dos cuatrienios de Xisco Antich. Nada nuevo en la vida del señor. Sin apenas inversiones en infraestructuras más allá de terminar el Palacio de Congresos y el tramo de la autovía de Campos, encima Armengol y sus secuaces no dejaron de poner palos en las ruedas a ampliaciones tan necesarias como la del aeropuerto por parte de AENA. Con su inacción el tripartito dejó pudrir el problema de la movilidad de Palma y sus accesos.

El octenio armengolino engordó la Administración en miles de funcionarios y empleados públicos sin que de momento se haya notado ningún aumento de la productividad pese a la creciente digitalización de las tramitaciones administrativas. La Administración se comporta como un agujero negro donde, a diferencia de la empresa privada, los aumentos de recursos y los avances tecnológicos se traducen en peores servicios y productos, es decir, en una constante pérdida de productividad.

El tripartito armengolino dejó la educación pública hecha unos zorros y con unos niveles académicos paupérrimos como indica el último informe PISA 2022. No tenían otro objetivo que maquillar las cifras de abandono y fracaso escolar (según datos recientes de 2023, hemos vuelto donde solíamos: Baleares vuelve a ser la primera autonomía en abandono escolar temprano) mientras dejaban caer a pedazos los colegios sin llegar a disminuir el número de barracones, tal como se habían comprometido.

Legislaron como si no hubiera un mañana con un sinfín de regulaciones que no han hecho otra cosa que lastrar la actividad económica. Gastaron a espuertas en gastos inútiles e improductivos, dedicando incluso los fondos de la ecotasa a un concierto de la cadena SER, la radio amiga. Ignoramos todavía a qué dedicaron los miles de millones de euros que llegaron de Europa a través de los fondos Next Generation que gestionaron sin tener las manos atadas tras rechazar la pretensión del Parlamento balear de ejercer un cierto control. Cerraron los ojos a la delincuencia, al vandalismo y a la degradación de barrios enteros, derivados de una inmigración ilegal, masiva y descontrolada, una realidad que siguen negando y que, a ojos del multiculti Lluís Apesteguia, hay que tratar por todos los medios de «integrar a los menas por humanidad» porque «afortunadamente» somos una «sociedad multiétnica». Hincharon el gasto en rentas mínimas garantizadas que por lo visto en una quinta parte eran un fraude.

El digital The Objective acaba de publicar el milagro del desempleo balear: sólo tiene 31.127 parados registrados mientras los perceptores de prestaciones por desempleo ascienden a más del doble, 72.147. De sus políticas de vivienda mejor no hablar. De cómo han dejado la Atención Primaria, tampoco. Y de los constantes atascos de las administraciones públicas hablaremos otro día.

Lo dicho, los armengoles, claderas, negueruelas, yllanes, hilas, truyols y garridos sólo deberían gobernar una vez cada 40 años y con una única función: higienizar las cloacas de la derecha. La oferta programática de la izquierda balear nada tiene que ver con la gestión de los problemas reales del pueblo balear al margen de despilfarrar, extender sus redes clientelares, crear pobres para después asistirlos con sus resogas y sobre todo reeducarnos en el Bien y contra el Mal, un Mal que debemos encarnar todos estos seres ridículos, obtusos y antiguos que como un servidor todavía no hemos perdido el sentido de la realidad amenazada por la distopía woke identitaria que niega la verdad, la objetividad, la racionalidad, la ciencia y que percibe misteriosas redes jerárquicas y de poder en todas partes gracias a su extraordinaria suspicacia a la hora de escrutar de forma exhaustiva el lenguaje que empleamos los privilegiados heteroblancos occidentales con el único objetivo de someter a nuestras víctimas identitarias preferidas: mujeres, homosexuales, transexuales, hombres no blancos, hablantes de lenguas marginalizadas, gordos, discapacitados y demás víctimas interseccionales. El programa electoral de la izquierda es pura y netamente educativo, es convencernos de las bondades y las creencias del posmodernismo woke, poco más.

Destejer la telaraña heredada, una misión imposible

La madre del cordero no estriba en que no hagan nada de provecho, algo que se da por supuesto dada la proverbial inutilidad, el fanatismo ideológico, la indolencia gestora y la ineficacia manifiesta que adorna al zurderío balear, cuyo trabajo termina en cuanto ganan los comicios electorales, fruto de su abrumadora hegemonía en los medios, en las aulas, en la universidad y en todos los centros de concienciación ideológica donde los graduados que evacuan las facultades de ciencias sociales, en las que el posmodernismo es la nueva ortodoxia, se han instalado de forma abrumadora.

La cuestión no reside en que sean una calamidad cuando gobiernan, algo que después de cuatro legislaturas (dos de Antich y dos de Armengol) ya va de soi y que cualquier ciudadano medianamente consciente y leído debería dar por hecho. Si no es así, si la derecha balear es incapaz de trasladar este mensaje, es que tiene un problema serio, muy serio de comunicación que debería resolver cuanto antes. El quid de la cuestión no es que sean un desastre cuando gobiernan, como decía, sino en la destartalada herencia que dejan. La izquierda balear deja las cosas de tal modo que deshacer el embrollo heredado es una tarea heroica sólo al alcance de titanes y audaces.
Lo verdaderamente complicado es destejer tal telaraña de intereses creados, regulaciones, planes plurianuales, funcionarios de su cuerda colocados en puestos clave de la Administración (como las docenas de cargos socialistas de libre designación, sean jefes de departamento o de servicio, que aún se resisten a irse por su propio pie y amenazan con denunciar a sus actuales jefes si les despiden), miles de empleados públicos en principio interinos o laborales que se acaban convirtiendo en un gasto permanente como los internalizados de IB3 o los estabilizados en Educación, chiringuitos como la Oficina Anticorrupción que todavía no se ha podido disolver, compromisos envenenados con terceros que hay que cumplir, facturas contraídas a devengar (como los autobuses de hidrógeno que ha tenido que pagar Cort a sabiendas de que no podrá utilizarlos), concesiones de servicios externalizados que se han prorrogado por defecto sin actualizar el precio y que a cambio siguen dando una contraprestación acorde a un precio desfasado, creación de «nuevos derechos» que obedecen a dar respuesta a cualquier «necesidad» que se presente después de crear el consabido pánico moral, «nuevos derechos» que luego hay que pagar y que además nos someten a la voluntad de políticos y burócratas, empequeñeciendo todavía más nuestra esfera de libertades frente al empuje de las intromisiones del Gran Leviatán.

En fin, por donde pasa la izquierda balear no vuelve a crecer la hierba como se decía de Atila. Muy difícil lo van a tener Marga Prohens y Jaime Martínez no para hacerlo mejor, no es complicado superar el listón, ciertamente, pero sí para darle la vuelta a una herencia tan desastrosa.

Este es el legado y el resultado de la política de tierra quemada que practica la izquierda cuando deja el poder. La cuestión no reside tanto en cómo deja las cuentas y los números como en si el centroderecha será capaz de destejer la maraña inextricable e imbricada de derechos adquiridos e intereses creados que hacen prácticamente imposible volver a la situación anterior a menos que se apueste sin temor hacia un presupuesto de base cero o una revolución al modo Milei que lo cuestione todo. Lo tienen complicado Prohens y Martínez, muy complicado. No les arriendo la ganancia.

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