El mítico bar Manolo de Sevilla cierra tras 85 años: «Es una pesadilla, detrás de mí irán muchos más»
En 1979, con apenas 15 años, Feliz Jiménez entraba a trabajar en el bar Manolo de Sevilla. El pasado domingo, 41 años después, bajaba la persiana por última vez. El negocio, situado en la plaza Alfalfa, en pleno casco histórico de la capital, no ha podido soportar más. Atrás deja 85 años de historia y ocho empleados en paro, en plena crisis, y sin plan B.
Es sólo uno de los triste ejemplos de los estragos que la pandemia está dejando en el sector hostelero. Jóvenes emprendedores que invirtieron sus ahorros en un restaurante y ahora ven que es un callejón sin salida. O locales emblemáticos como el bar Manolo que, abierto desde 1935, no puede más. Una soga que ha ido apretando, primero con un confinamiento de tres meses, y ahora con el cierre obligado a las 18 horas. Inasumible.
Feliz Jiménez nos atiende a las puertas de su local, todavía entreabierto, mientras los que hasta hace dos días eran sus empleados, recogen barriles y sillas: «No hay ingresos. Los gastos nos superan. No se puede sostener esta situación, económicamente es imposible. Es una decisión triste, que se toma en frío, pero que hay que tomar. Es inviable, las últimas restricciones han sido la puntilla. Ojalá no fuera así, pero detrás de mí irán muchos negocios más. Espero que puedan resistir, pero los que vivan al día tendrán que hacer como yo».
Jiménez es consciente de lo que deja atrás, pero no hay otra opción: «El bar Manolo es mi vida. Entré aquí con 15 años y tengo 57. Intentaré llevarme los buenos recuerdos, el cariño de la gente, y cuando eche la llave dejar dentro los malos. Haga cuentas, miles de días aquí… Son muchas horas. ¿Plan B? Quiero terminar con esta pesadilla, luego pensaré qué hacer».
«Me considero optimista, pero hay que ser realista. Miro al futuro y ahora mismo no hay esperanza. ¿Optimista sería decir que vamos a salir airosos? Imposible. Las medidas para la hostelería son prácticamente otro confinamiento», lamenta Jiménez, que no busca culpables -«se siguen viendo botellones y reuniones libremente. Es culpa de todos»-, pero que se acuerda de Sánchez: «Me gustaría que diera una vuelta con la gente de a pie y escuche a los que estamos sufriendo. Que baje al asfalto y vea los locales vacíos. La gestión no es buena, no nos han ayudado. Es indignante que en esta situación nos suban la cuota de autónomos un 1%. No es la cantidad, es la inmoralidad».
«El sector se hunde»
Dentro del bar, un antiguo empleado ultima la recogida del local vaciando de aceite las freidoras: «Cobraré el paro pero, ¿dónde voy a buscar trabajo ahora? Estamos todos igual. Llevo 14 años aquí trabajando, no me esperaba esto».
Otro empleado describe la noticia del cierre como «cuando tienes a un familiar que ves que se está muriendo poco a poco, pero no te quieres hacer a la idea». Tras 18 años trabajando en el bar Manolo, comenta que los empleados hicieron entrega al dueño de una placa como muestra de agradecimiento: «Fue muy emotivo y muy duro». Decenas de personas de acercaron a la plaza de la Alfalfa ese día para dar un último adiós al negocio, incluso clientes habituales que hace años no veían. A Sánchez le pide sólo una cosa: «Que se baje, que vea la realidad directamente, sin intermediarios».
En una terraza aledaña toma un aperitivo el dueño del local vecino, amigo de Jiménez desde hace décadas: «Se le echará de menos, nos hemos criado aquí en la plaza. Lo sé desde hace semana y media, me lo dijo Feliz personalmente. Por mucho ánimos que le dé, es difícil. Un abrazo, pero poco más se le puede decir para animarle». Sobre el futuro inmediato de su churrería, se muestra indeciso: «No sabremos cómo saldremos de ésta. Unos aguantarán más y otros menos, el tiempo dirá, pero necesitamos ayudas».
Sin cenas y sin turistas, otro camarero de un bar contiguo reconoce que sobreviven a duras penas y se teme también lo peor: «Con las nuevas restricciones, sobramos la mitad de los que estamos aquí. Somos diez empleados, pero tal y como están las cosas, no da ni para pagar a dos. El jefe dice que estemos tranquilos, pero tenemos un 25% de ingresos. El sector se está hundiendo».
El bar Manolo ya no servirá más pavías, ni calderetas de venado, ni adobos. Antes de irnos, preguntamos a Feliz Jiménez si contempla la posibilidad de una reapertura en una futura y relativa normalidad: «Si dentro de unos meses existe la posibilidad, con unas expectativas claras… Pero sería otra nueva inversión, y ahora mismo es inviable». El sector hostelero busca una salida a la crisis, pero el pozo en el que están inmersos es cada vez más hondo y uno tras otro, van cerrando bares, restaurantes y negocios, y con ellos, cientos de personas buscan cómo rehacer sus vidas.