Crítica de ‘La zona de interés’, nominada a mejor película en los Oscar 2024
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No es nada sencillo seguir generando interés en un género tan sobreexplotado, como son los drama sobre el holocausto. El genocidio contra los judíos por parte de los nazis se ha adaptado a la gran pantalla de formas completamente diferentes. Ya sea a través de la emoción de Steven Spielberg con La lista de Schindler, el horror de El pianista de Roman Polanski o con el intimismo claustrofóbico del debut cinematográfico de László Nemes, El hijo de Saúl. Ahora, parecía que nadie podría volver a sorprender al espectador, con otra mirada sobre el acto más cruel y vil cometido nunca por el ser humano. Pero apareció el cineasta Jonathan Glazer, una década después de su última acercamiento al cine y, con La zona de interés, ha sacudido a la cinefilia a través de una fría distancia, marcada por el horror de la nada.
Glazer, quien debutó en el audiovisual realizando videoclips para Massive Attack, Blur, Radiohead o Jamiroquai, tardó bastante en enfrentarse a su primer largometraje de ficción. Tomándose siempre una periodo de tiempo considerable entre sus proyectos, el británico filmó Sexy Beast en el 2000, Reencarnación en 2004 y Under the Skin en 2013. Desde entonces, el realizador se había centrado en el mundo del cortometraje hasta que su autoría sideral le ha devuelto a estos Oscar 2024 con una adaptación de la novela homónima de Martin Amis. La zona de interés está nominada a 5 premios de la Academia, entre los que se incluyen las categorías de Mejor dirección, película internacional, guion adaptado, sonido y Mejor película. Un reconocimiento que supone un auténtico milagro, pues este tipo de cine complejo y arriesgado para el espectador, no suele tener ese nivel de atención por parte de los académicos.
¿De qué trata ‘La zona de interés’?
En múltiples ocasiones, hemos visto historias que reflejan el punto de vista de la víctimas en el Holocausto. Sin embargo, en La zona de interés la mirada se centra en los verdugos, mediante unos planos generales que rara vez pasan se acercan a la bucólica tranquilidad de esta familia afincada a escasos metros de Auschwitz. Rudolf Höss, director del campo de concentración, es precisamente quien trata de construir esa vida familiar idílica al lado del matadero antisemita. No obstante, todo comienza a complicarse cuando Höss, comienza a sospechar de que su mujer le es infiel.
Protagonizando el proyecto tenemos a Christian Friedel, Ralp Herfoth, Max Beck y a una Sandra Hüller a la que también hemos podido ver en Anatomía de una caída, otra de las grandes propuestas en estos Oscar 2024. El guion está adaptado por el propio Glazer, quien antes de rodar visitó la casa real de los protagonistas, sintiendo auténtico miedo: “Visité la casa y el jardín, que no es exactamente como era entonces. Pero todavía existe. Y estando allí, en ese espacio, lo que llamó la atención fue su proximidad al campamento. La casa compartía pared con Auschwitz. Todo estaba sucediendo allí mismo, al otro lado de ese muro. Y el hecho de que un hombre viviese allí y criará a su familia…¿cómo haces eso? Qué oscura debe ser tu alma”, reflexionaba en una entrevista a principios de año para la Rolling Stone.
La vigilancia constante
A la hora de rodar La zona de interés, Glazer ordenó al equipo artístico crear decorados de 360º, instalando múltiples cámaras, para después editar en postprodución y provocar una sensación de vigilancia incansable y desconcertante. No encontramos en el filme, ni un primer plano que nos permita acercarnos a aquellos que continuan con sus vidas, independientemente de la maldad que se comete a escasa distancia del lugar. Y es que precisamente la normalidad y banalidad de la maldad, uno de los puntos más angustiosos de la tremenda calma que respira su historia.
No hay sofisticación ni regocijo que intente mínimamente conmovernos. El melodrama no tiene cabida en el jardín de Glazer, dentro del desagradable contraste de la felicidad familiar de sus protagonistas. Es en ese sentido, donde radica la singularidad de este retrato sin víctimas, ni sufrimiento, ni violencia. La aterradora nada, hace pie en la obra del cineasta anglosajón. Una filmación amparada en el minimalismo de unos encuadres a veces al acecho, a veces al borde de de la escenografía. Nada es visualmente agresivo en La zona de interés, ni siquiera el ángulo de sus planos, combinados entre ligeros picados y contrapicados. Una calma insultante y depravada, porque nunca nadie antes había reflejado lo malévolo, desde la bucólica alegría de unos verdugos creyentes de su inocencia.