Dos orejas para Morante en la Maestranza por una lección de valor y de maestría

El diestro sevillano Morante de la Puebla paseó este jueves por el ruedo de la Maestranza dos orejas solicitadas con absoluta unanimidad para premiar la deslumbrante lección de valor, calidad y maestría lidiadora que dio ante el cuarto toro de la tarde, uno de los mansos de la mal presentada corrida de Domingo Hernández que estuvo a punto de echar por tierra uno de los mejores carteles de la feria.
Pero esa mansedumbre no fue problema para un torero tan singular como es el de Puebla del Río, considerado, sí, como uno de los grandes artistas de la historia del toreo, pero que además reúne otras virtudes mucho menos cantadas o evidentes: el enorme valor y la más clásica maestría que son base, y quedan ocultas por ella, de su deslumbrante puesta en escena.
Solo así puede entenderse que a ese manso y terciado cuarto toro acabara haciéndole una faena tan sólida e insospechada como la que le valió el doble premio y que comenzó ya de capote con todo un alarde de torerísima improvisación cuando, abriéndose el manso en las embestidas, optó por fijarlo con unas largas a una mano cargadas de solera… y de eficacia.
Se dolió el toro luego en los primeros muletazos, afligido por su escasa raza, y Morante, sin perder la tranquilidad, dio con la que sería la clave de lo que llegaría después, al llevárselo andando, sin más probaturas y con la más sobrada facilidad, hasta el tercio de chiqueros, donde el acobardado animal se iba a sentir más refugiado.
Y a esa decisiva elección de terrenos siguió otra nueva lección lidiadora, pues allí, en el terreno idóneo, Morante desplegó una precisa gama de recursos a la hora de los cites, tanto en la altura a la que presentar la muleta como en el trazo de los pases, poniendo así fácil el esfuerzo al manso a la vez que daba importancia a los embroques con la planta asentada y pasándose los pitones con el más apurado ajuste.
La técnica perfecta y la emoción más sincera se dieron así la mano para que la faena creciera a cada una de las solo cuatro tandas de pases, una de ellas con la mano izquierda, de que se compuso y que le bastaron al genio sevillano para poner la plaza en pie, cargado de moral y de torería, sin buscar nada más que la esencia del toreo.
Y para que nada faltara se volcó allí mismo en la estocada, hasta salir incluso tropezado por el pecho de tanto como puso para que, más allá de la colocación de la espada, el animal terminara cayendo y en los tendidos se desatara una fuerte pañolada en pos de esas dos orejas que Morante paseó visiblemente emocionado.
Ya con el primero de la tarde, manejable pero sin fondo para romper hacia adelante, el maestro de la Puebla resumió, con la más absoluta economía de movimientos, el toreo fundamental con alguna verónica mecida de salida y en el quite y varios muletazos salpicados, entre ellos un soberbio natural, sin que hubiera para más.
Aun así, además de la gran tarde de Morante, el cartel de más expectativas de la feria, y a pesar de la mansedumbre de la corrida, dejó ver el buen momento tanto de Juan Ortega como de Pablo Aguado, seguidores de la filosofía del buen toreo sevillano.
Ortega no dudó nunca ante las raras reacciones del segundo, incierto en su mansedumbre y en la forma de mirar a los engaños, ante los que lo mismo se dormía sin celo que se cruzaba o se paraba con recelo, mientras que no pudo abundar mucho ante un quinto muy sangrado en varas que se apagó a las primeras de cambio.
De todas formas, con ese segundo de su lote dejó Ortega un precioso y airoso quite por chicuelinas al que respondió Pablo Aguado por el mismo palo, aunque el animal ya no diera más de sí en ese solo atisbado duelo capotero, lo mismo que sucedería con el vació sexto, al que Iván García «asó» con las banderillas.
Una hora antes, Aguado se había afianzado mucho ante las no menos extrañas oleadas del tercero, que también perdía la vista, pero al que sujetó perfectamente rodilla en tierra y aún desengañó de su intención constante de huir de la pelea manteniéndolo fijo en los vuelos de la tela con precisión y no menos valor, incluso adornándose incluso con habilidad y gusto a favor de la querencia del manso.
Ficha del festejo
Seis toros de Domingo Hernández, de escasa presencia, muy dispares de alzadas y casi todos de poco remate. En general, corrida muy descastada, incluso con toros de acusada mansedumbre en los primeros tercios, parados y sin fondo en la muleta, o desarrollando incluso extrañas y complejas reacciones.
- Morante de la Puebla, de verde botella y oro: pinchazo, estocada corta y tres descabellos (ovación tras aviso); estocada delantera desprendida (dos orejas).
- Juan Ortega, de celeste y plata: estocada (ovación); estocada caída (ovación).
- Pablo Aguado, de negro y oro: dos pinchazos y estocada (ovación); pinchazo y estocada atravesada (silencio).
Entre las cuadrillas destacaron las bregas de Miguel Ángel Sánchez a Iván García, que también saludó por dos grandes pares de banderillas al sexto. El también banderillero Jorge Fuentes fue atendido de una contusión leve el gemelo izquierdo.
Sexto festejo de abono de la feria de Abril de Sevilla, con cartel de «no hay billetes» en las taquillas (12.500 espectadores), en tarde calurosa.