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Putin y Xi Jinping fantasean con la inmortalidad: ¿pueden los trasplantes continuos vencer a la biología?

Los trasplantes actuales permiten prolongar vidas, pero no interrumpen el envejecimiento sistémico

Putin y Xi Jinping inmortalidad
Putin y Xi Jinping.
Diego Buenosvinos

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Durante un reciente desfile en Pekín con motivo del gran marcha militar para conmemorar la victoria sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial, un micrófono abierto captó una conversación que ya se trasmitía más allá del rumor: Vladimir Putin afirmó que «los órganos humanos pueden trasplantarse continuamente; uno envejece hacia lo joven y podría incluso volverse inmortal». Por su parte, Xi Jinping, replicó con cierta ligereza que «se especula que en este siglo los humanos podrían vivir hasta los 150 años». Detrás del gesto, sin embargo, se asoma una realidad mucho más compleja, que exige someter el discurso a un escrutinio científico riguroso.

Expertos en epidemiología, como S. Jay Olshansky, señalan que la idea de vivir hasta 150 años supone una transformación radical: sería necesario revertir el envejecimiento celular y molecular, como si un adulto mayor se volviese un joven saludable de 50–70 años, sostenido durante décadas.

Raphael Cuomo, investigador biomédico, remite a la precisión genética, epigenética y la eliminación simultánea de enfermedades cardiovasculares, neurodegenerativas, infecciones o insuficiencia renal como condiciones necesarias y, por ahora, está fuera del alcance.

Trasplantes de órganos como reemplazo mecánico

La idea de reemplazar continuamente órganos envejecidos encierra enormes limitaciones prácticas y biológicas. Los trasplantes actuales permiten prolongar vidas, pero no interrumpen el envejecimiento sistémico: el sistema inmunitario envejece, el cerebro sigue deteriorándose, y las enfermedades no afectan sólo a un órgano aislado.

En paralelo, los avances más prometedores en el campo de la xenotrasplantación, como órganos editados genéticamente de cerdos, han logrado supervivencias en primates, pero aún enfrentan desafíos como rechazo inmunológico, zoonosis y diferencia en envejecimiento del tejido animal versus humano.

Sangre joven, parabiosis y el espejismo científico

Desde los primeros experimentos en roedores con parabiosis —unión circulatoria entre animales jóvenes y viejos— se observó cierto rejuvenecimiento, especialmente en cerebro, hígado y músculo. Estudios posteriores identificaron en el plasma factores reparadores (como GDF-11 y oxitocina), aunque sin consenso unánime.

En humanos, los ensayos clínicos son escasos y preliminares: inyección de concentrados de plasma de cordón umbilical redujo el «edad epigenética» en menos de un año; otros intentos en Alzheimer o Parkinson apuntan a mejoras cognitivas leves y cambios inflamatorios modestos

Mediante redes sociales científicas, se destaca que «no hay evidencia de que esto funcione en humanos» y que se trabaja más en aislar factores moléculares clave que en transfundir sangre per se.

Capitalismo de la longevidad

El interés creciente por prolongar la vida genera tensiones éticas profundas: acceso restringido a terapias, desigualdad biomédica y riesgos sanitarios. Ensayos como los promovidos por startups (Ambrosia, Alkahest) fueron detenidos o cuestionados por la FDA por falta de respaldo riguroso.

En los debates bioéticos, se plantea si debería ser un deber prolongar una vida sana, pero se insiste en que, sin equidad, podría derivar en una inmortalidad de élite.

Hacia una longevidad saludable y realista

En contraste con la quimera de la inmortalidad, la ciencia actual vislumbra avances reales: reprogramación epigenética, drogas senolíticas o moduladores de daño celular (rapamicina, GLP-1) que han mostrado eficacia en modelos animales.

Su propósito no es eliminar la muerte, sino ampliar los años saludables, con impacto real en calidad de vida. Como recuerda New York Post, agregando entre 10 y 20 años a través de detección temprana, estilo de vida saludable y wearables biomédicos ya resulta tangible.

Lo afirmado por Putin y Xi Jinping,—trasplantes continuos para alcanzar la inmortalidad— pertenece al ámbito de la retórica apocalíptica más que al campo de la ciencia biomedicalmente viable. La edad avanzada sigue dominada por procesos complejos, múltiples y sistémicos. La genética, la epigenética y la medicina regenerativa avanzan; pero sus resultados prácticos, por ahora, buscan prolongar una existencia saludable, no detener el reloj biológico indefinidamente. Lo que se ha captado es más bien el eco de una fantasía de poder que de sustento empírico.

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