Estos son los casos en los que no está justificada una baja laboral por depresión

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Una mujer padece problemas de salud mental.

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En los últimos años la salud emocional ha ido adquiriendo relevancia en los planos sanitario, social y económico, sobre todo a raíz de la pandemia de COVID de 2020. Una mala salud emocional puede evolucionar a lo largo de la vida hacia trastornos de somatización y problemas mentales como son la depresión o la ansiedad, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). 

El último informe de 2022 de la consultora IQVIA, ‘Salud mental: reto invisible’, establece que la prevalencia de este tipo de trastornos se estima que es aproximadamente, del 13% de la población española mayor de 14 años (basándose en las estadísticas que recogen el número de pacientes que acuden al Sistema Nacional de Salud por alguna alteración en relación con la ansiedad o depresión). Las cifras de este estudio indican que 5,7 millones de personas mayores de 14 años están diagnosticadas con este tipo de trastornos en España. 

«La depresión, cuando tiene intensidad moderada-grave, afecta tanto el rendimiento físico como mental de la persona», declara para OKSALUD la Dra. Ana Isabel Sanz, psiquiatra y fundadora del Instituto Psiquiátrico Ipsias. Explica que, cuando se produce esta situación, la persona no puede hacer frente a mínimas demandas laborales y, como en otras enfermedades severas, se requiere interrumpir la actividad laboral pero una vez que se inicia una recuperación suficiente, retomar la actividad laboral es un proceso lento.

«Una baja por depresión rara vez dura menos de 1-2 meses en los casos con evolución más favorable. Precipitarse en el alta suele tener resultados negativos, pues ciertos síntomas reaparecen con más intensidad y la persona afectada se siente más insegura que en la primera ocasión que interrumpió la actividad laboral», declara la experta. 

Por ello, la doctora detalla que hay que meditar serenamente cuándo es el momento adecuado para volver al ámbito laboral porque la idea es que ese retorno se produzca con una funcionalidad del 100%. «No se debe permitir una situación transitoria con menores exigencias o mayor tolerancia a la convalecencia que implica recuperar la confianza en las propias capacidades, un obstáculo frecuente cuando uno ha bajado al infierno depresivo», confirma la psiquiatra.

Sin embargo, en algunos casos, la baja por depresión no está justificada, constata la Dra. Sanz: «Hay alteraciones anímicas menores que, más que depresiones francas, son reacciones emocionales molestas, pero no auténticamente enfermizas que dificultan, pero no impiden, el desempeño laboral. Incluso, hay casos en que ese malestar emocional es una respuesta a una mala calidad del ambiente en el puesto de trabajo. Intentar responder a estas situaciones con una suspensión de la actividad laboral no resuelve el problema de base, a veces, incluso, lo agrava y lo perpetúa en el tiempo, hasta llegar a convertirlo en crónico». 

En estas circunstancias conviene valorar muy detenidamente (por parte del médico y del propio afectado) hasta qué punto es imposible continuar en el puesto de trabajo si hay posibilidad de negociar una adecuación temporal de la exigencia por parte del empleador. Y, sobre todo, la experta insiste en que «la reincorporación tras una baja que no era adecuada acarrea una gran dificultad, incluso el desarrollo de respuestas fóbico-evitativas que pueden condicionar definitivamente la historia laboral del sujeto que opta por esa ‘aparente solución’ de darse de baja». 

Si una baja laboral se otorga de forma inadecuada, más que una ayuda para resolver un problema de salud se puede convertir en una dificultad añadida que puede truncar de manera significativa la capacidad de adaptación, el rendimiento y el bienestar laboral. «Desgraciadamente, la baja laboral se ha convertido para algunas personas en una forma aparentemente indolora o sencilla de resolver conflictos vinculados al ambiente laboral. Ello implica, por una parte, una laxitud extendida en los criterios con los que se extiende una baja (algo que requiere menos tiempo por parte de los profesionales médicos que el comprender cuál es el problema subyacente) y, por otra, una tendencia a ‘inflar’ supuestos malestares emocionales. Esa actitud, que a veces más que un engaño al profesional sanitario y al sistema es un autoengaño, resulta, aparte de fraudulenta, un mal parche para una conflictividad que seguro existe, pero que debería tener otro enfoque. El que se engaña siempre es finalmente el que no es honesto», declara la Dra. Sanz.

Al no existir pruebas ‘objetivas’ que permitan confirmar la gravedad de un trastorno depresivo, existe la posibilidad de engañar a un profesional que no tiene tiempo suficiente ni quizá experiencia específica para adentrarse en un aspecto tan complejo como la veracidad de los síntomas afectivos que requiere una determinada persona. «En ocasiones, la ‘humanidad’ mal entendida puede ser otro factor que induzca a una valoración errónea de si existe realmente o no esa depresión incapacitante. En todo caso, dado que las bajas son un procedimiento que hay que reevaluar con una periodicidad bastante exigente, el supuesto engaño antes o después resulta difícil de mantener y, cuando la sinceridad no guía la relación médico-paciente, el conflicto antes o después resulta inevitable… y desagradable», constata la fundadora del Instituto Psiquiátrico Ipsios. 

«Cuando uno como profesional se encuentra ante una depresión franca difícilmente tiene dudas acerca del diagnóstico. Bien es verdad que los trastornos depresivos son variados y complejos y muchas veces su forma de manifestarse es muy paradójica y un auténtico reto para los profesionales. Tenemos herramientas suficientes a través de una buena exploración clínica y del seguimiento para dilucidar si un problema afectivo es una depresión franca o enmascarada. Lo peor siempre es no buscar ese contacto especializado y dejar pasar el tiempo como si no pasara nada», concluye la doctora Ana Isabel Sanz.

Coste del deterioro de la salud mental

El informe de la consultora IQVIA estima que cada año, entre 2017 y 2021, los trastornos de ansiedad y depresión han afectado a un rango de 1,8% y 2,0% de población adicional. Si esta tendencia continúa, el coste económico de la enfermedad mental será un 30% mayor en 2025.

Otro informe publicado en octubre de 2023, ‘Coste de oportunidad de la brecha de género en la salud emocional’ de la Asociación ClosinGap, liderado por la compañía de ciencia y tecnología Merck con el apoyo técnico de PwC, señala que el 63,1% de las bajas laborales debidas a trastornos mentales y del comportamiento en España en 2021 se produjeron en mujeres. Asimismo, éstas han sido de mayor duración en el caso de pacientes femeninas, un total de 24,4 millones de días en mujeres frente a los 13,6 millones de días para los hombres. Además, La OMS constata esta brecha por sexos en España e indica que el 7,7% de los años de vida perdidos de las mujeres son a causa de estas patologías, lo que representa 4,1 puntos más que en el caso de los hombres, que es 3,6%. 

La depresión y la ansiedad en su conjunto representaron para la economía española en 2021 una pérdida de alrededor de 18.590,4 millones de euros. De ellos, el 37% (6.872,4 millones) se debe a la brecha de género por la mayor prevalencia de dichas enfermedades en la mujer.

El estudio concluye que las mujeres manifiestan valores inferiores en el índice de bienestar emocional (54,6% frente al 67,4% en hombres) y superiores en el índice de malestar emocional (27,4% frente al 17,5% en hombres), siendo más vulnerables a sufrir problemas de salud mental como la depresión o la ansiedad.

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