Yolanda como el PSG: suma cero en Galicia

Yolanda como el PSG: suma cero en Galicia

Basta imaginarse lo que dirían hoy todos los medios recogiendo el estado de ánimo de millones de españoles -y no todos de derechas- si ayer el PP hubiese perdido el Gobierno de la Xunta de Galicia en favor del separatismo del BNG junto con el PSOE. Eso, teniendo en cuenta que ayer esa posibilidad podía haberse hecho realidad tras cuatro mayorías absolutas consecutivas, sin el candidato que obtuvo esas victorias y con el PSOE en el Gobierno.

Hoy el sanchismo, con Sánchez y la gallega Yolanda Díaz al frente como referentes indiscutibles, serían las fulgurantes estrellas del momento, junto a la debacle popular. Pues bien, lo dice todo que entre ambas formaciones, PSOE y Sumar -las formaciones políticas que conforman el Gobierno Frankenstein de España-, sumen 9 diputados en el Parlamento autonómico de un total de 75. Y, por cierto, con la vicepresidenta del Frankenstein obteniendo suma cero en su tierra con un muy notable incremento de la participación, lo que refuerza su éxito popular, si cabe.

Sánchez comenzó su campaña utilizando una tribuna institucional para anunciar una importante inversión para Galicia desde Ferrol, como si estuviera participando en un mitin, lo que le valió una nueva sanción de la Junta Electoral. No es una mera anécdota, sino una imagen de la okupación de instancias y organismos diversos del Estado por su parte. De ello, quizás una de las más significativas es la del CIS, organismo de reconocido prestigio en su ámbito durante décadas, y ahora sometido a ser considerada la agencia demoscópica de Ferraz, en manos de quien era precisamente el responsable de esa función en la ejecutiva socialista, haciendo sondeos a medida para crear estados de opinión favorables a sus intereses.

Menos mal que con 84 diputados Sánchez -apoyado en comunistas, populistas, separatistas, golpistas y Otegi- llegó a La Moncloa hace ya casi seis años para «luchar contra la corrupción» y ante todo «salvar la calidad de nuestra democracia», que dijo «se encuentra en peligro por el PP». Hoy puede afirmarse que su paso por La Moncloa explica rotundamente el porqué de aquel 1-O de 2016 (preludio del 1-O de 2017) en el que el Comité Federal del PSOE le apartó de la Secretaría General, precisamente para que no hiciera lo que viene haciendo desde que, meses después y apoyado en las bases más radicales de su partido, retomó el poder del mismo. Hoy el PSOE está en esas manos, y lo grave es que en ellas está también España.

El pasado 28 de mayo tuvo un revolcón considerable, perdiendo gran parte de su poder territorial, hoy en mínimos históricos. Apenas dos meses después, el 23J, perdió las elecciones -la primera vez en ser derrotado el Gobierno en las urnas en unas elecciones generales- y compró los siete votos del muy progresista Puigdemont por su amnistía integral y redactada por él mismo, para poder seguir en La Moncloa. El PSOE que le cesó aquel 1 de octubre ya no existe, y el actual desaparecerá con él, ya convertido en una marioneta suya. La cuestión ahora es que no arrastre en su irrefrenable caída al mismo sistema constitucional, y con él lo que sus progresistas socios y aliados desearían, que es nuestra forma de Estado como antesala de su anhelada Tercera República de España.

Este domingo pasado 18 de febrero, los gallegos se han movilizado y, con una notable participación de más de dos tercios de los titulares del derecho a voto, han frenado la posibilidad de la continuidad de una etapa de desesperanza y declive de España. El acreditado sentido del humor e ironía de los españoles no ha desaprovechado la ocasión para comentar la semana horribilis del PSG: «Pierden a Mbappé, y 9 diputados en Galicia». Sólo queda felicitar al PP de Galicia y a su magnífico candidato y presidente, Alfonso Rueda, y por supuesto a Alberto Nuñez Feijóo, que ha consolidado su liderazgo nacional. Confiamos verle nuevamente fortalecido el próximo 9 de junio en las elecciones al Parlamento Europeo. Y que esta agónica prueba del actual Sanchezstein sea efectivamente una «mala noche en una mala posada» para una gran parte de los españoles.

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