Votantes y ‘votontos’

Votantes y ‘votontos’

Ya nada importa en Sanchilandia. De hecho, hay que empezar a comparar a este Gobierno y a su autócrata líder con aquello que más les duele en su alma ponzoñosa, que es cuando se retrata verdaderamente a un impostor. Su gusto por las cartas a la ciudadanía, como hacía Franco, y todo dictador que se precie, no es nada en comparación con el discurso populista y demagogo que ejercen con cada apertura de telediario e intervenciones ladradoras sus portavoces con pedigrí. La última boutade socialista es escuchar a la trumpista candidata y cabeza de lista del PSOE al Parlamento Europeo, la pluriempleada Teresa Ribera, defender que la imputación a Begoña Gómez de Kirchner pone en solfa al Estado democrático, como si no lo hubiera conculcado ya veces el sanchismo obediente a la que ella pertenece. Precisamente porque España sigue siendo -de momento- un Estado de derecho, la mujer de Sánchez, a pesar de todos los indicios y pruebas que apuntan contra ella, posee la presunción de inocencia. Hasta que un juez diga y dicte lo contrario.

La escenografía política creada en torno a la cónyuge del presidente para tapar sus presuntos delitos y ocultar que está de guano hasta las cejas socialistas ha resultado tan esperpéntica como graciosa. Ver al votante feligrés corear en los mítines su nombre como hicieron hace unos días los grupies del Bernabéu con Taylor Swift le dota al asunto de una dimensión aún más kafkiana. Porque ya nada importa en Sanchilandia.

Cada vez que se avecina un escenario electoral, los diferentes partidos políticos que representan a la ciudadanía se esfuerzan en demostrar diferencias en sus programas, ideas y mensajes, cuando en realidad las semejanzas de palabra y acción son más frecuentes de lo que el pueblo imagina. Sobre todo cuando de Europa se trata.

En ese ecosistema de permanente campaña y movilización social están los votantes, tantos los críticos y reflexivos, que priorizan el dato al relato, como los más apasionados y viscerales, tendentes a comprar el eslogan antes que el programa y el mantra por encima de las ideas. Y luego existen los votontos, que si bien coinciden con ese tipo de votante emocional en algunas cuestiones, basan sus decisiones en la anulación de todo intelecto que circule a su alrededor, y compran cada mercancía que les llega por muy defectuosa que esté. Como el cerebro ciudadano es binario y elige por contraste, basta que se les plantee una alternativa que le infunda miedo y pavor para que aplaudan el pescado caducado que les suministra el domador de focas.

Porque de eso se alimenta el votonto, de veneno argumental, que le nubla el juicio y le inhibe las facultades de la visión -ni leen ni se informan- de la audición -no escuchan ni entienden- y del gusto -consumen con gusto mensajería putrefacta porque es la de su partido y secta-. No buscan unas siglas que se adecuen cien por cien a su filosofía de vida, sino un acomodo apesebrado con el que justificar su cuento y renta.

Mientras el votante ejerce un derecho, el votonto actúa por decreto (de quien maneja su nómina, cargo o subsidio). Admite que vota como si su partido fuera una suerte de nueva religión que viene a traer esperanza y prosperidad al mundo, y aunque la realidad le quiera despertar cada día a golpe de corrupción, saqueo y mentiras, el votonto seguirá teniendo fe en la redención buenista. Porque es de esos que considera que el socialismo no ha triunfado nunca porque no se ha aplicado realmente y que ahora sí que le ha llegado su momento. Y a medida que se traga esa milonga, la gente sigue muriendo de hambre bajo el socialismo, perdiendo su libertad por el socialismo y exiliándose para no ser un esclavo perpetuo, gracias al socialismo.

A nadie extrañaría que la siguiente carta de Pedro a la ciudadanía sea perfumada y con beso impregnado. Y el votonto seguirá votándole con fruición, creyendo que lo hace por su bien y que su autocracia golpista es culpa de la fachosfera, que le obligó a imponerla sin remedio. No hay mesías sin feligresía, ni pesebre sin votonto.

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