De verdad, sólo nos queda el Rey

Rey
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

El Día de la Fiesta Nacional fue la prueba del nueve de que si no es por la Corona y su protagonista, este país ya estaría sumido en la basura republicana de Pedro Sánchez. En la conmemoración de la fecha, el susodicho perpetró los siguientes desmanes: primero, ordenó un desfile militar alejado lo más posible del público patriota que quiso ovacionar a sus soldados; segundo, estableció por su cuenta y con la ayuda de su cuadra de asesores, un protocolo, ya en el Palacio Real, destinado a impedir que los periodistas charlaran con los suyos, que eran muy pocos, y con los ajenos, con los del PP que resultaron literalmente secuestrados en una salita cercana; tercero, huyó, apenas terminada su plática propagandística, con un grupo mínimo de cronistas, y abandonó el Palacio de Oriente antes, mucho antes, de que lo hicieran Felipe VI y su Familia. En otra Monarquía parlamentaria, la británica, tan democrática como la nuestra, este desmán sería considerado, porque lo es, un deleznable desprecio a la Corona.

Aquí pasamos de todo, pero como una vez, hace muchos años, manifestó tibiamente la Reina Doña Sofía con ocasión de un acontecimiento quizá luctuoso: «Nosotros no somos de piedra, guardamos estas cosas en el corazón».

Fíjense: las agresiones sistemáticas a todas las instituciones del Estado realizadas por Sánchez y sus cuates han sido metabolizadas tanto por el común del pueblo español, que nosotros, pueblo referido, ya hemos digerido que, incluso la Monarquía inscrita en la Constitución, está en el aire, que, como diría un castizo: «Puede estar más p’allá que pac’á». Lo hablaba así un periodista de toda la vida, jubilado ya, que, por primera en años abandonó esta semana su residencia de Marbella para acudir a la recepción: «He venido no vaya a ser que sea la última». Dos mil personas, de etiología muy diversa, engrosaron el gran contingente de invitados al festejo Real, quizá menos asistentes que años pasados. Aparte del calor sofocante proveniente del patio de armas de Palacio, quizá la nota de color más relevante fue la multitud -escribo multitud- de militares presentes en el sarao. Tanto es así que uno de estos militares, brillante en su uniforme de gala, confesó lo siguiente en tono burlón: “Parece que los militares estamos ganando a los civiles”.

Aunque los militares nunca dicen nada y menos en recepciones como éstas. Son como los integrantes de la Casa del Rey: grandes oyentes y silente habladores. Lo más que un cronista cotilla puede lograr de lo que puede sentir ahora mismo la escasa grey que rodea a Felipe VI es esto: «Están muy preocupados». En la recepción, un monarca extraordinariamente simpático, hasta el punto -esto es un chascarrillo personal- de que parecía de verdad un Borbón, tras ofrecer detalles de la avería osteológica que sufre (una fractura del escafoides) ofreció unas mínimas pinceladas de cómo será el día 31 la Jura de la Constitución por parte de la princesa doña Leonor.

Anunció que su hija sí intervendrá tras, otra vez en el Palacio Real, recibir el Gran Collar de la Orden de Carlos III, y que es inevitable (el adjetivo lo pone el cronista) que hable también Pedro Sánchez. «Yo -anticipó- no creo que diga nada». El apoyo popular manifestado por las gentes que acudieron a aplaudirle, contrasta desde luego con la monumental bronca que recibió Pedro Sánchez en Neptuno. Con el desgarro de un hortera de bolera, Sánchez responsabilizó al Partido Popular del coro de pitos y abucheos que tuvo que sufrir con las mandíbulas rompiéndole en la cara.

Una percepción personal: los periodistas que encaramos la actualidad política del país tenemos pocas posibilidades de comprobar cómo se maneja el Rey en los pequeños y grandes ambientes. En la recepción este cronista se lo decía así de una forma jocosa, claro, a dos colegas. “Desde luego a Sánchez y sus cómplices les va a costar mucho echar a este hombre”. En el desfile al aire libre la adhesión a la Corona ha sido este jueves multitudinaria pero, ya dentro del Palacio Real, lo que se respiraba, casi unánimemente, era un respeto evidente a jerarquía de Felipe.

A este respecto un periodista deportivo, de esos que siempre metaforizan la vida pública con su lenguaje exclusivo, comparaba ante el cronista: «Este jugador que tenemos como Rey es como Bellingham; nunca comete un error». No está mal articulado el símil. No lo está sobre todo para los que en más de una ocasión hemos sugerido, o hasta pedido formalmente que el Rey «haga algo más» ante lo que está sucediendo. La misma mañana de la recepción un enorme intelectual, abogado del Estado y qué se yo cuántas cosas más, me aseguraba: «Si el Rey no estuvieran haciendo escrupulosamente lo que está haciendo ya estaría fuera» y me añadía: «Le están esperando con la escopeta cargada para ver si comete el más mínimo fallo».

Muy probablemente tenemos que detenernos en esta aseveración. Dentro de unos días, apenas más de quince, el Rey y toda su Familia, especialmente la Heredera, van a tener que soportar la humillación que van a perpetrar contra la Corona entera los socios de Sánchez, los comunistas enrabietados viejos como el bicarbonato, los independentistas en caída libre a los que Sánchez está manteniendo en pie y, desde luego, los etarras, que no solo no acudirán al Parlamento a presenciar en vivo y en directo el Juramento de Doña Leonor, sino que, según noticias fidedignas quieren montarle un espectáculo en los aledaños del Congreso.

Con estas figuras de la revolución pendiente -en realidad unos piernas, la cosa no da para mejores adjetivos- trata Sánchez de mantenerse en el machito que le depara viajes por la jeta y sillones a nuestra costa. Eso sí, arrasando contra todo lo que molesta sus pérfidos fines; ya no queda nada, aunque alguien sugería este jueves que Sánchez y su amnistía se van a encontrar muchas sorpresas en los juzgados y naturalmente en el Tribunal Supremo. Todas las instituciones han sido bombardeadas por lo que la gente ya no las ve, no sabe donde están, casi como si fueran un edificio de Ucrania. Queda la Corona. Será menester que, pese a los apremios que algunos le hemos venido largando, hartos de aguantar a este psicópata narcisista que acaudilla una facción de España, los congelemos mientras España no consigue librarse de la pesadilla nacional que pretende, con toda consciencia y todo rencor, terminar con la Nación más antigua de Europa.

De verdad: sólo nos queda el Rey.

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