Valls y el “mal menor”

Valls y el “mal menor”

Una de las últimas luchas de poder, con un actor nuevo en liza, dio la alcaldía de Barcelona a Ada Colau, que renovó así el cargo a pesar de su obra. Obra es una palabra gruesa (y también adecuada) para calcular lo que esta señora ha hecho por la ciudad en sus cuatro años de gobierno: enemistarse, aparentemente, con los socialistas; juguetear con el independentismo; perjudicar al sector privado del turismo y la restauración; montar afectados numeritos con los militares; dar carnets a los manteros, carne de mafias; pelearse con la Guardia Urbana; hacer lacrimosas declaraciones sobre su sexualidad y vida privada, en atención a la cursilería dominante; y, dato concluyente, colocar a su gente en puestos de relevancia institucional y pecuniaria. “¡La gente!”, clamaba su socio Iglesias hace unos años. En perspectiva, y a la vista de lo ocurrido aquí y en Madrid con las fraternidades podemitas, quizás entendamos ahora el sentido verídico de aquel machacón eslogan.

El caso es que Colau retuvo la vara de mando como consecuencia de unos imprevistos, de una enrevesada situación. Hace un tiempo arribó a la Ciudad Condal un señor francés bronceado, del dorado de las galerías reales de París, aunque natural del barrio de Horta y perfecto catalán. Lo de perfecto es un decir, porque de inmediato buena parte de las elites le mostraron desconfianza. «¡Un francés va a venir aquí a solucionarnos los problemas!», he podido escuchar más de una vez en lugares predilectos de la vieja urbe. Valls, que en el camino electoral se había ya divorciado de su mentor (Ciudadanos), no ganó. Pero obtuvo el suficiente poder como para decidir quién gobernaría. El argumento de tal operación fue el de las urgencias. Una especie de ‘salvación nacional’. Parecía que estuviéramos en las terribles decisiones de los años Treinta. Ganó el “mal menor” ante la alternativa de otro Maragall, desmelenado nacionalista a las órdenes de ERC.

El imprevisto político -votos contra Colau que la mantienen en el cargo- dio lugar después a una larga serie de interpretaciones periodísticas. Quiero poner el foco en las que le eran ideológicamente más afines. Alzaron a Valls hasta una nube olímpica, en virtud de su oratoria ordenada y pulcra, moral. También por su manera de tratar al electorado, supuestamente adulto. Parecía un salvador en medio de tanta mediocridad, entre la miseria de la política catalana. En la exaltación a Valls se mezcló la deslealtad de Rivera respecto a los “principios” y a los viejos fundadores del partido. No voy a juzgar aquí el sentido de sus decisiones. Sólo pienso que el líder naranja desea, ante todo, habitar la Moncloa. Y para ello se desprenderá (ya lo ha hecho) de personas muy válidas (Giménez Barbat) y de antiguos afectos (el núcleo de intelectuales que fundaron Ciudadanos).

El desenlace de este capítulo barcelonés es un triunfo de los socialistas. El PSC vuelve a la órbita del poder en lucha abierta con Esquerra (lo que queda de CiU languidece). Y en este juego subyace un terrible y nítido mensaje. Un mensaje para los que vivimos y padecemos el azote simpar del nacionalismo y la nueva política. Traducido por la experiencia significa la salvaguarda de todas y cada una de las excepciones (competencias, política lingüística, catalanidad excluyente) que el nacionalismo pujolista estableció y Montilla y Pasqual Maragall preservaron. Un modo de volver al statu quo previo al loco procés, pero con todas las heridas abiertas. Nuestros nuevos redentores (socialistas y Colau) son los perfectos colaboradores de una Cataluña “libre y soberana”. Una suerte de triunfo de la eufemística “tercera vía”.

Lo último en Opinión

Últimas noticias