La última manipulación de los ‘Big Media’

La última manipulación de los ‘Big Media’

Esta semana los senadores ‘progres’ de EEUU nos han hecho saber durante su particular ajuste de cuentas a Donald Trump, el mal llamado ‘impeachment’, que el asalto al Capitolio se saldó con un “por lo menos 7 muertos”. Sí, ni siquiera cierran a estas alturas la cifra porque confían en aumentarla hasta aproximarla al total de bajas estadounidenses en las guerras de Irak o Afganistán. Ya que en cuatro años Donald Trump no invadió militarmente ningún país, como sí hicieron sus predecesores, hay que colgarle como sea la responsabilidad de todos los muertos del pasado 6 de enero, no ya los del Capitolio, sino los de todos los de EEUU durante aquel día. Y no cogen la cifra de fallecidos de aquel día en todo el mundo porque sería pasarse de listos.

Como pueden imaginarse, los órganos de propaganda ‘progres’ en EEUU y en medio mundo, acríticos con quienes deben serlo, braman hasta la saciedad la nueva consigna para tratar de permeabilizar en el imaginario colectivo que el disparate de un grupo de seguidores de Trump quede inmortalizado como una especie de ‘Noche de los Cuchillos Largos’ cuando tuvo momentos de gran parecido con la película “Una noche en el museo”, sobre todo cuando se ven las imágenes de parejas cogidas de la mano paseándose por los pasillos del Capitolio como si no tuvieran nada mejor que hacer ese día.

De las siete víctimas que contabilizan los demócratas estadounidenses y sus altavoces mediáticos, sólo una, repito, sólo una, falleció directamente por el enfrentamiento de los seguidores de Trump con las fuerzas del orden. Me estoy refiriendo a Ashli Babbitt la mujer asesinada por un agente del servicio secreto pese a estar desarmada y cuando no ponía en riesgo la vida de nadie. Tras lo ocurrido, no emergió ningún colectivo feminista, ni grupos denunciantes de la brutalidad policial, para llorar dicha muerte. Babbitt como otras tantas mujeres en Occidente pasó a engrosar la lista de víctimas de segunda categoría para la izquierda política por no pertenecer a su rebaño ideológico. Algo muy similar a lo que ocurre aquí en España cuando se agrede a mujeres de la Guardia Civil en Alsasua, o a políticas del PP, VOX o Ciudadanos.

Sólo otras dos muertes podrían vincularse de alguna forma con los hechos del 6 de enero. Me refiero a la del agente Brian Sicknick, que murió en el hospital al día siguiente, tras haber sido golpeado supuestamente con un extintor de incendios, y a la de Rosanne Boyland, que también falleció supuestamente pisoteada, aunque no se ha confirmado si perdió la vida antes o después de ser aplastada por la turba.

Respecto a los otros cuatro casos, tristes como los de cualquier pérdida humana, he de decir que constituyen un paradigma merecedor de ser incluidos en cualquier manual de manipulación política. Inicialmente se dijo que varios de ellos habían fallecido por “emergencias médicas”. Las “emergencias médicas” se referían a dos infartos. Kevin Greeson murió cerca del Capitolio de un paro cardíaco mientras hablaba por teléfono con su esposa. Al igual que Benjamin Philips, de 50 años. Ninguno de los dos estaba enfrentándose con nadie.

Las últimas dos víctimas de las que hablan los senadores de Biden son dos agentes de la policía que estuvieron en el Capitolio y que se quitaron la vida a la semana y a las dos semanas. Nadie les agredió el 6 de enero. Desconocemos si tenían cualquier tipo de problema personal que les llevó a tal fatídica decisión, pero a la izquierda mundial le da igual. La cuestión es cargarle la culpa de todo a Trump. Nadie le dirá a Obama que los miles de militares suicidados en Irak o Afganistán son bajas de ambos conflictos, o las de los militares que fallecieron por paros cardíacos.

Pero con lo del Capitolio, la izquierda busca víctimas de donde sea. Un verdadero ejemplo de que la narrativa del juicio político a Trump tiene más de revanchismo y ajuste de cuentas de Nancy Pelosi o de Joe Biden, que un proceso serio ajustado a la norma y a la Constitución de los EEUU. Lo más llamativo de todo es que los mismos medios tradicionales, que tanto denuncian las ‘fake news’, son los verdaderos forjadores de la más absoluta y descarnada desinformación. Insisto, la misma contra la que se jactan de estar combatiendo.

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