‘Trumposos’

‘Trumposos’
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En el momento en que este artículo se escribe, los sondeos cada vez aprietan más el resultado de los aspirantes –la web especializada Real Clear Politics da una ligera ventaja de Clinton sobre Trump de dos puntos porcentuales–, en la campaña electoral más decisiva de las últimas décadas. Aún más que aquélla del Yes we can con la que se inauguró la era del marketing electoral 3.0, la oratoria de celofán y la fotopolítica de redes y hashtags.

El mundo está pendiente de unas elecciones que servirán para definir si el sistema resiste o se tambalea, si se puede hacer política outsider a costa del pensamiento y la argumentación o si asistimos definitivamente a una imparable escalada de políticos envoltorio, donde el lenguaje del argumento es sustituido por la retórica del adjetivo y los eslóganes de verbos contundentes se imponen a las ideas convertidas en programas.

Trump, digámoslo ya de una vez, no tiene estrategia, tiene un relato. Y su relato parte de alejarse de los patrones de corrección y asunción de valores y fines que políticos y medios de comunicación han admitido durante décadas. Éstos, no han sabido ver que, al igual que Reagan ganó en 1980 empujado por el cambio de una era que empezó Thatcher en Inglaterra, ahora Trump compite subido a la ola de descontento mundial que caracteriza a los desheredados de un sistema que consideran no les representa ni favorece. De izquierdas o de derechas, eso es lo de menos.

Admitimos que Trump es populista sin reparar en las connotaciones que esta no-ideología tiene cuando transversaliza sus efectos. La Europa (y la España) que ha votado populismo critica sin piedad al americano que votará lo mismo en la tierra del Tío Sam: Díganme si estas características del magnate inmobiliario no son perfectamente reconocibles y aplicables a políticos de barricada parlamentaria en el Viejo Continente: Deslenguado, irrespetuoso con las instituciones, crítico con el sistema y sus componentes, a los que presenta como problema y a sí mismo como el salvador –no olvidemos el concepto de héroe en un país como Estados Unidos–, sin más programa que un incendiado argumentario de promesas que difícilmente tienen receta de aplicación posterior. Y sobre todo, el apoyo mediático de cadenas de televisión que imponen su imagen de político sin máscara pero con careta a cada segundo, consumando la propaganda del pospensamiento que Sartori advertía que un día sería asumida con pasión por el ciudadano.

La secuencia de hechos que ha llevado a Trump a poder ser presidente (según el historiador Allan J. Lichtman de hecho es posible que lo acabe siendo) es la siguiente:

1) Primero se elige un eslogan con el que gran parte de la población pueda sentirse identificada (al fin y el cabo, en eso consiste la persuasión). Make America great again («Hacer Estados Unidos grande de nuevo») recuerda aquel que llevó a Reagan a la Casa Blanca (bajo el mismo mensaje y empujado por otro igualmente efectivo: The time is now).

2) A continuación se busca el contraste: visual y dialéctico. Apelar a la proyección en imágenes de lo que pasa en las calles americanas con la inseguridad y los inmigrantes favorece una toma de decisión mental inmediata del votante, casi siempre apegada a soluciones radicales que palien ese problema. Fue su tema troncal en los debates y lo que más repite en los mítines. Sin importar el grado de coherencia entre proclamas y acciones.

3) Por último, se gestiona el miedo a través de las emociones. Mexicanos, chinos, acuerdos comerciales, la inseguridad creciente, el nulo dominio de nuestras vidas, etc. Culpables todos de que el sueño americano haya muerto. ¿Y quién será el héroe que devolverá el orgullo frente a ese enemigo exterior? ¿Quién devolverá la tranquilidad para que no haya miedo? Cuando el miedo moviliza la campaña, el candidato convertido en mero gestor emocional será quien la gane.

Aquéllos que nos venden el peligro de Trump, a sabiendas de que no podrá hacer la mitad de lo que dice (lobbys), que no aplicará gran parte de lo que promete (lobbys) y que todo obedece a una estrategia de posicionamiento personal, sonríen ante los mismos rebeldes deslenguados que a este lado de la historia presumen de poner contra las cuerdas al sistema. Sin atender a sus causas ni al porqué de su discurso. Fobias atávicas de quienes han sido prisioneros encantados en España por un populismo de panderetas y allí se presentan como combatientes por la decencia democrática del establishment. Trumposos.

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