Treinta segundos en cada cumbre acaban haciendo una bilateral

Treinta segundos en cada cumbre acaban haciendo una bilateral

El ridículo del famoso paseíllo entre Pedro Sánchez y Joe Biden en la cumbre de la OTAN celebrada en verano en Londres, ha provocado que Moncloa rebaje las expectativas a cualquier tipo de encuentro entre ambos líderes. Hasta el extremo de que el propio presidente español, en rueda de prensa, afirmara que una reunión entre él y Biden ni está ni se le espera. Me temo que en primavera tendremos que viajar a Washington para que Sánchez tenga por fin su ansiado encuentro en la Casa Blanca. Más que nada porque Madrid es la sede de la próxima cumbre de la OTAN, y suele ser habitual que el presidente estadounidense reciba al anfitrión. Del contrario sí deberían saltar las alarmas.

Desde su llegada al poder, el pasado mes de enero, Joe Biden ha coincidido con Sánchez en tres cumbres. Además el jefe del Ejecutivo ha viajado a Estados Unidos pero sin pisar la capital, para evitar el bochorno de no ser recibido por el presidente. Moncloa llegó a decir que ni lo habían intentado. Algo similar a cuando ahora el líder socialista, que a menudo pone como ejemplo a Biden del triunfo de la socialdemocracia en el mundo, dice que un encuentro a dos “no está en la agenda”. Pero además de todo eso el líder norteamericano ha hecho dos giras por Europa en las que no ha parado en nuestro país, al que solo ha recurrido cuando le ha interesado, como durante la crisis de Afganistán. La necesidad de usar las bases militares de Morón de la Frontera y Rota para hacer escala en el traslado de los refugiados le hizo descolgar el teléfono y hablar alrededor de veinticinco minutos de madrugada con Sánchez. Moncloa se encargó de difundir la foto con un mensaje: “Acuerdan cooperar para la evacuación de Afganistán de ciudadanos vulnerables, prueba de la excelente colaboración entre los dos países”.

Una llamada por puro interés y dos saludos de treinta segundos en dos cumbres son lo máximo que de momento ha logrado Sánchez de Biden. Algo muy distinto a lo que han conseguido Ángela Merkel, recibida en el despacho oval y en el G20; Mario Draghi, que le recibió en su residencia de Roma; Emmanuel Macron, con quien se reunió este fin de semana; Boris Johnson,con quien se vio en Londres en verano; o los presidentes de la Comisión y el Consejo Europeo Úrsula Von der Leyen y Charles Michel, que se vieron en privado con Joe Biden en verano y ahora.  Sánchez es seguramente uno de los presidentes del Gobierno que mejor se mueve a nivel internacional, entre otras cosas, porque logró llegar al poder cuando el socialismo en Europa estaba muy tocado y se erigió como líder, y en segundo lugar por su dominio del inglés, que le evita ir con un intérprete. Su obsesión con compartir sofá con Biden es total. Algo así como cuando un niño salta al terreno de juego para conocer a su ídolo. O como cuando un fan hace cola durante 48 horas para estar en la primera fila del concierto de su cantante favorito.

Y es que en Roma, aunque Moncloa editase las imágenes para que no nos quedase la duda, fue Pedro Sánchez quien fue a buscar a un Joe Biden ya sentado en su silla para saludarle. Y al norteamericano no le quedó otra que levantarse, incluso sin la mascarilla, y ser simpático. Que dista mucho de la complicidad. No sabemos lo que se dijeron, porque el gabinete presidencial lo redujo a un “saludo cordial típico en estas cumbres entre dos presidentes” y Sánchez no quiso aportar mucho más que “un encuentro entre dos aliados”. Pero como quería la foto, por si acaso las cámaras no le captaban, su gurú económico Manuel de la Rocha sacó su teléfono móvil para coger el momento desde distintas perspectivas. 102.000 euros de sueldo para eso. No hizo lo mismo cuando, por cortesía al sentarse al lado de Biden, tuvo que saludar a Recep Tayyip Erdoğan. Ahí De la Rocha escondió el móvil. Lo dicho, aunque me temo que finalmente habrá reunión en la Casa Blanca en unos meses -si no sería un escándalo-, de treinta segundos en treinta segundos, al final sumará el tiempo que Biden dedica a otros líderes en las bilaterales. Cumbre tras cumbre, tendrán que acordarse en qué punto dejaron la conversación. Y si de ellas saldrá alguna cosa positiva para España. O solo un amplio álbum de fotos a mayor ego de su sanchidad.

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