Todólogos del odio
Sale en tropel la izquierda mediática, consultora y tribunera, a esputar su bilis totalitaria contra la decisión de una mujer libre que ha decidido ser madre y abuela sin pedir permiso a las matronas de la moral. Y eso, ya saben, es pecado en la España inquisidora, donde la progresía dicta las normas de lo correcto e incorrecto tras las siniestras cortinas de su ética caviar. Porque la mujer debe decidir lo que hace con su cuerpo mientras pase por el plácet del rebaño de Igualdad y de los promotores de la turra cotidiana. Ahora, los comentaristas censores abren las tertulias dictando nacionalidades a la carta y prohibiendo a las mujeres que no son de izquierdas hacer lo que quieran con su vida. En su conciencia tontorrona y agarbanzada, consideran que la bula inquisidora tiene pase VIP en la España reaccionaria instaurada por el sanchismo armenio, que con prisa y sin pausa, se encamina a unas elecciones en las que estará todo atado y bien atado.
Desde que Fukuyama advirtiera del fin de la historia y su maestro Huntington le replicara poco después con su imperdible choque de civilizaciones, asistimos a un mundo bipolar donde la izquierda moderada aceptó el entramado capitalista siempre y cuando la derecha abdicara de cualquier batalla cultural o moral. Desde entonces, seguimos diferenciando acciones políticas según su pedigrí doctrinal. Un pedigrí que el biempensante rojerío, que no ha leído a Laclau, pero sigue sus dogmas, aplica, en su purulenta cotidianeidad, segmentando y dividiendo a la sociedad como única forma de conseguir réditos de poder: políticos, mediáticos y económicos.
En esa lógica de construcción del lenguaje, éste deviene en la palanca que mueve toda polea ideológica. Pinker ya nos hablaba de instintos y de la consciencia de ser conscientes cuando nos referimos a dicho lenguaje, que no es innato, sino que sufre un proceso de adecuación evolutiva a nuestro entorno. El pensamiento siempre es más complejo que las palabras, y la política actual lo adapta de manera lineal para usar expresiones sencillas que faciliten el entendimiento y la comunicación. La actual guerra de eslóganes, zascas y titulares que inundan parlamentos y platós confirma el sesgo: pensar requiere algo más.
La derecha en España, como de costumbre, se ausenta de la realidad de las palabras y su fuerza semántica. Por el contrario, la izquierda siempre se ha sentido cómoda en la guerra de significantes. En su versión actual hipócrita y neocomunista, se afana tanto en controlar el pensamiento ajeno, a pesar de su complejidad, como en emitir sonidos que busquen la repetición colectiva. Palabras que resuenen y de las que se adueñan para imponer una visión del mundo determinada. De ahí la obsesión por la etiqueta y calificar al adversario según si apoya o no sus delirios autoritarios. Así, lo que defiende la oposición son delitos, lo que abandera la izquierda, derechos. Vestidos, eso sí, de Gucci y en vuelo high class, porque al clima se le combate en business.
Sin importar la verdad de lo que dicen, basta que su clientela lo crea y defienda para que las calles ardan a conciencia según la coyuntura política del momento y la subvención oportuna y precisa. Han hecho suyos términos como igualdad, justicia, progreso, feminismo o solidaridad, sospechosos en manos ideológicas diferentes. En esta tesitura, los todólogos del odio imparten doctrina social de su iglesia. La prueba más palpable de lo que digo la tenemos con el enésimo intento de asesinato de una madre hacia su hija en Avilés. Deliberado. Planificado. Los datos oficiales demuestran que hay más violencia de las madres hacia sus propios hijos que la ejercida por los padres. ¿Respuesta del feminismo chiringuitero? Silencio unánime, negarlo todo y a seguir pastoreando. La subvención no admite coherencias, sino trifulcas con la razón.
Por eso, cuando su marco buenista escapa al libre albedrío de la acción humana, es preciso alterar la atención emocional del pensamiento cautivo, potenciando su prejuicio acrítico. Una de sus estrategias más sibilinas, pero efectivas, es la creación de un foco alternativo de despiste, consistente en introducir un tema igual de polémico que el que les afecta con objeto de desviar la atención y centrar el debate social y mediático en otra cuestión. Por ello, cada semana hay un menú diferente en los escándalos salseados que la autocracia sanchista ofrece al pueblo. Y ahora, le ha tocado a esa señora que no es de izquierdas que ha hecho algo que a la izquierda no le gusta. Y en su coherencia histórica, se dedica a banalizar el verdadero mal para erigirse como portadora del incorrecto bien, basándose en los presuntos instintos del ser humano. La masa, sumisa bajo eslóganes biempensantes, corre a abrazar al salvador paternalista que le ofrezca sensaciones de seguridad personal, bajo palio de subvención o prestación, dádivas modernas que esconden el clientelismo moral que persigue los protectores del pensamiento ajeno. El nuevo mesías de la izquierda redentora parece ser una mujer que sonríe como única muesca intelectual ante el rebaño ordenado, que sólo busca un nuevo cobijo con el que seguir disfrutando del parné ajeno.
En manos de los todólogos del odio, el lenguaje no es una herramienta de comunicación, sino un arma política, como la concibe también, por cierto, el nacionalismo, con la que adultera y cohíbe cualquier juicio crítico de la persona. Si el lenguaje, como sostiene Gould, es un subproducto de la supervivencia humana, una vía por la que penetrar en el mundo de las emociones que nos rodea, la izquierda siempre ha sabido descifrar el perfecto código que permite el control y manipulación de masas. Por eso sobrevive tan bien. La democracia en España se juega hoy en el umbral de la tolerancia que la izquierda ha diseñado, donde igual te imponen felicidad que te matan de hambre, por el bien de la humanidad.