Todo el poder a los soviets… ¡Un siglo después!
La “entrega del poder a los soviets” supone, como indicó Lenin, un proceso mediante el cual las clases revolucionarias pasan a ser las dueñas de la situación en el país. El poder pasa al proletariado, “al pueblo”, no siendo suficiente un simple cambio de gobierno porque lo esencial es realizar una depuración en todo aquello que contradiga “lo revolucionario” con el fin de colocar a aquellos que les son fieles. Esa depuración radical alcanza todas las instituciones oficiales, desde la base hasta la cúspide. Es la consecución final de la dictadura del proletariado. Un siglo después de aquel proceso nos encontramos con que Pablo Iglesias pretende llevar a cabo el idéntico mecanismo para “asaltar los cielos”. Se trata, menudos progresistas, de un proceso donde las “purgas” son la base del mismo. En Podemos, donde Iglesias es en sí mismo un monolito de poder, se llevarán a cabo más pronto que tarde tras Vistalegre II. Y tomado el “poder por los soviets”, por los círculos más radicales triunfantes en dicho congreso, la primera purga recaerá sobre Iñigo Errejón. No quedará únicamente en “laminarlo” como portavoz parlamentario, sino en opacarlo de todo teatro público.
Como buen leninista, Iglesias parodiará el destino de personajes como Kamenev, Trotski, Bujarin y todos los miembros del Buró Político que fueron laminados por osar competir con el líder supremo. Y como antaño, no será por motivos ideológicos, sino por afrentas personales y de afán protagonista. Iglesias, como Lenin, tiene la idea de que todo el sistema — Parlamento, medios de comunicación, así como los representantes del Estado y de los ciudadanos— está corrompido por el capitalismo, el imperialismo y la casta, y su objetivo y el de sus “soviets” es conquistar el poder para limpiarlo. No es una idea nueva en la izquierda. La tesis de Iglesias se alimenta de lo más ortodoxo de Lenin, quien elaboró el concepto de revolución proletaria con el que destruir el Estado capitalista mediante los medios que fueran necesarios, incluida la agitación social y la violencia.
El medio más práctico para ello es utilizar de forma constante el término “democracia”, santa palabra para deslumbrar a incautos. Como el propio Iglesias manifestó: “La palabra que hay que disputar es democracia». Se trata, por lo tanto, de sustituir “dictadura” por “democracia” y utilizar ésta como una mera artimaña retórica, donde, desde sus postulados políticos, no pretenden presentarse a unas elecciones y ganarlas, sino que buscan como objetivo final, en términos del intelectual marxista Laclau, “radicalizar la democracia” y su misión. Según órdenes del Comandante Chávez: alcanzar “la hegemonía”. En su ‘Tesis de abril’, escrita en 1917, Lenin explicó que el capitalismo estaba en “fase de putrefacción” y que la burguesía era la culpable. Semejantes argumentos los predica hoy Iglesias para su asalto a los cielos… ¡Un siglo después¡ Pero con una versión mucho más caricaturesca, aunque igual de peligrosa. Y el purgado Errejón ha bebido su propio veneno sin darse cuenta. Pobre ingenuo que no supo ver que los caudillos revolucionarios no quieren cuadros ni intermediarios sino únicamente sumisión incondicional.
El leninismo, la plasmación política que supone una lista de más de 100 millones de muertos, es pura estrategia. Es la búsqueda del poder por medios violentos. En su eufemismo: “Medios revolucionarios”. Iglesias y Errejón han buscado —el primero continúa— fórmulas para conquistar el poder y lo hacen mediante nuevas estrategias. Pero, con permiso del marxista Laclau, sus medios y estrategias son pura demagogia. Utilizar en las actuales “sociedades modernas” movimientos antisistema y monopolizar falsos conceptos como el ecologismo, el feminismo, el antimilitarismo, el movimiento antinuclear o las iniciativas progays y lesbianas no pueden velar o simular una ideología marxista escondida que rabia contra el verdadero progreso y la auténtica libertad. Pulsiones asentadas todas en la nación, en la familia, en el trabajo, en la propiedad privada y en el Estado de Derecho. Es la burda apelación al “pueblo”. Pero como dijo Hegel: “El pueblo es aquella parte del Estado que no sabe lo que quiere”.