Una Stasi lingüística en los recreos de Cataluña
El independentismo catalán y vasco, lejos de interpretarse como un signo de modernidad y de emancipación, como habitualmente sucede en ciertos ambientes izquierdistas, es, por el contrario, un fenómeno reaccionario en extremo, que porta en su ADN constitutivo –el nacionalismo– una de las principales causas de las dos guerras mundiales que asolaron Europa, además de ser fuente de interminables conflictos, dentro y fuera del continente.
El nacionalismo es, en esencia, una religión sustitutiva que aporta, al igual que las religiones tradicionales, un significado de totalidad. Con la diferencia sustancial que los grandes sistemas religiosos sitúan esta totalidad en la trascendencia, mientras que los nacionalismos lo inmanentizan para hacer del Estado-nación una suerte de dios mortal. La experiencia del siglo XX nos ilustra perfectamente hacia dónde desembocó este camino: en los regímenes fascistas surgidos en Europa entre 1918 y 1945.
Las políticas lingüísticas que los partidos nacionalistas tratan de imponer, cada vez más a las claras, en los territorios donde son fuerzas mayoritarias muestra las tendencias totalitarias, de corte fascista, que son congénitas a este movimiento. Esto es lo que rezuma cada una de las páginas del ‘Documento para la organización y gestión de los centros’ que el Gobierno de la Generalitat, liderado por Quim Torra, quiere implantar para el próximo curso. Su objetivo es que la lengua catalana no sea únicamente «objeto de aprendizaje» sino que sea el idioma utilizado en cualquier ámbito: aulas, recreos y comedores.
Los nacionalistas tienen claro que tendrán que crear e imponer un personal extra, cuya función será estar a cargo de la gestión de actividades no educativas. Es decir, montar una especie de Stasi lingüística que se inmiscuya en los procesos de socialización de los alumnos para vigilarlos e imponerles el uso de un único idioma. Esto tiene un nombre muy claro: fascismo.