Sí al protocolo y sí al amor

Sí al protocolo y sí al amor

Una copa de champaña tibio, un nudo de corbata mal hecho, una cuveé equivocada, podrían pasar desapercibidos para la gran mayoría. No sólo escribo para aquellos a los que estos detalles les parecen fallos imperdonables, esos que solamente andan sobre alfombras, junto a muros tapizados, tras ventanales de espesos cortinajes. Sirva este escrito como piedra de toque para que la chabacanería reinante vaya arrinconándose al fondo de la escena, como crítica sin piedad al deterioro reinante de las formas en las relaciones sociales.

La etiqueta mínima -reglamento de cortesía y formalidad- que rige históricamente la convivencia de la sociedad civilizada se entiende cada vez más como un código rancio e innecesario. La malentendida cercanía, la familiaridad y la falta de jerarquía se asimilan a la modernidad y al progreso. Uno puede pensar lo que le venga en gana, pero hay unas fronteras insalvables en los gestos, palabras y comportamientos que hacen que las relaciones no se deterioren hasta hacerse inviables.

Cada uno de nosotros entiende esta realidad de una manera. Normalmente, conectamos mejor con los que la ven como nosotros. Por ejemplo, si estoy en una reunión y el de enfrente me suelta una fresca que a mí me parece de una grosería, impertinencia y mala educación insoportables, probablemente en el momento no considere contestar, pues no deja de ser ponerse a su altura; pero en mi interior esa persona ha cavado su tumba, y tan alegremente. Estas actuaciones agitanadas demuestran incultura y rigidez mental, y se dan normalmente en cerebros escasos de luces y de sombras, como carreteras planas de muy aburrido recorrido.

La falta de protocolo en el trato entre personas está conllevando espectáculos lamentables que vemos a diario en los debates políticos. El dichoso tuteo continuo en relaciones que no están al mismo nivel es quizás el ejemplo más común. Hablar de usted a alguien es marcar una distancia muy necesaria en la mayoría de los casos. Los ingleses nos han hecho mucho daño en este sentido, pues en su idioma esta diferenciación no existe aparentemente; aunque los de alta cuna saben muy bien cómo esgrimir sus misivas para que dicho respeto esté presente.

Igualmente, me parecen tan prescindibles como poco higiénicos los dos besos instaurados como saludo habitual. Dar la mano mirando a los ojos es más adecuado y revelador de lo que uno tiene enfrente. Habría que revisar paulatinamente nuestras costumbres en este sentido, pues ni la pandemia nos ha librado de este vicio insolente y caricaturesco. Si en el Congreso, en las aulas, en las casas y en las relaciones de pareja volviera a valorarse el protocolo como un bien necesario, muchos de los problemas que nos acechan se irían evaporando. La pretensión de que todos estamos a la misma altura, igualados por abajo, sin jerarquía, sin distinción, está hundiendo el bisturí hasta llegar a la carne viva.

Una sociedad que pretende vivir sin jerarquías es una sociedad abocada al fracaso, bajo los efectos de la inmadurez ambiental. Las formas sí importan. Hay que darle a cada momento el carácter de alhaja pasajera que merece, entender como un arte la manera que cada uno escoge de vivir y de amar. Dicen que cuando uno está enamorado empieza engañándose a sí mismo y termina engañando a los demás. No sé qué pensará el alcalde de Madrid ante esta clásica cita, pero sí sé que yo también me casé un 6 de abril y, gracias a la ceguera que da el enamoramiento y al haber mantenido en todo momento el protocolo justo y necesario, mi matrimonio goza de veintidós años de saludable vida.

Finalizo recordando otra cita ineludible en este texto, comprendan que una no puede evitar la provocación: «Entre dos enamorados es improbable el casamiento de éxito». No olviden fomentar a su alrededor la elegancia y el refinamiento, si es que están a tiempo de escapar del charco excesivamente abigarrado de la chabacanería. Comprendo que esto no está al alcance de todos, «para compensar un exceso de elegancia es preciso un exceso de espíritu», ya saben que no se me dan bien los términos medios.

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