Sí, el enemigo es esta chusma
Nos enseñaron, por lo menos a mí, en primero de democracia, que el vocablo enemigo estaba fuera de las normas; en realidad no se debería emplear nunca porque la vida pública, la política o la periodística incluso, no es una confrontación a primera sangre sino un duelo respetuoso con el contrario, a poder ser hasta ingenioso y educado. Pero no: aquí y ahora la palabra enemigo es el adecuado para calificar al que se comporta como un rufián, un mentiroso, un depredador, un miserable o eso, pura chusma. Naturalmente que me estoy refiriendo a Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
Creo, sin exageración alguna que, salvo los casos de los dictadores sanguinarios: Maduro, el coreano del Norte, el asqueroso Daniel Ortega o tres o cuatro más que en este trance se me olvidan casi a propósito, no hay en el Universo un personaje de la canalla mundial asimilable a este sujeto que estamos sufriendo las personas dignas del país. Llegado a este punto el cronista se preguntará: «Pero es que al otro lado del río, ¿no hay una sola persona decente?». Pues tengo la tentación de remedar al llorado (solo por unos cuantos) Jardiel Poncela y contestar: «Pues claro que sí, pero me asustan». Todos los líderes carismáticos -y este del que hablamos lo es para los suyos- nublan las neuronas del personal más enfervorizado (¡cómo trabajaba esta emoción Goebbels!), hasta sucede que alguno de estos fans sobreviven con una sola neurona y está más patinada que la de Yoli Díaz.
Por tanto, el enemigo es el mencionado. Y contra él hay que apuntar. No es tiempo ya de enumerar las mil fechorías que ha perpetrado Sánchez en los seis años que lleva ocupando (okupando mejor) el poder, solo mencionaré el que recoge todas las demás: ha aniquilado la Nación más antigua de Europa. Tengo un recuerdo a este respecto. A lo mejor ya he contado que en una ocasión fastuosa para mí, pude visitar en Buenos Aires a un historiador, gloria de la intelectualidad nacional: don Claudio Sánchez Albornoz. Hablaba con enorme enjundia y, de vez en vez, manejaba algún sarcasmo, por ejemplo éste: «Yo he sido y soy incompatible con la Dictadura (se refería, claro está a la de Franco) pero soy absolutamente compatible con España, nadie más que yo». Y añadía: «Ahora parece que ustedes la están reconstruyendo, ¡por Dios! No dejen que ningún otro político la dinamite». A la salida tomé rápidamente nota escrita de aquella conversación. Que ahora viene tan a cuento.
Este pasado fin de semana, dos congresos del partido de Sánchez (el PSOE ya no existe) se han caracterizado por ser un sumidero de odio, de rencor, de revancha y de venganza. Presididos ambos por el individuo en cuestión, han patrocinado a una nueva clase regional desmelenada y dispuesta a terminar por las malas, por las malísimas, con el rival político, en este caso con dos: con Alberto Núñez Feijóo y con Isabel Díaz Ayuso. ¿Han recogido los medios alguna iniciativa del Congreso ilusionante para el público en general? Ni siquiera la estrenada Morant en la tierra asolada por la reciente DANA, ha argüido una sola medida para consuelo de sus convecinos. Ni una. Todo el asco y podredumbre volcada sobre los antagonistas del Partido Popular.
Y es curioso: siendo así y tal y como lo contamos, los cronistas y columnistas (los analistas son simplemente clonadores de los anteriores) nos hemos ocupado más en escudriñar las torpezas domésticas, las trampas en las que han caído últimamente las huestes de Feijóo, que en reseñar la nueva DANA de basura fabricada por Sánchez y sus chicas y chicos. No existe un sólo escribidor confeso de la izquierda que le ponga una sola pega a lo que ordena su amado jefe, los colocados genéricamente en el centro-derecha husmean/amos la ocasión para meterle un dedo en el ojo antes a José María Aznar o Mariano Rajoy y ahora, claro, a Alberto Núñez Feijóo. A los del PP les sucede como a los poco mañosos en el bricolaje: que al menor traspiés se pinchan un dedo. El sanchismo, perito en mentiras, traiciones y trampas, se ha aprovechado en estas fechas de la irrupción extravagante de un directivo del PP en el cenagal de lo fluido, para colocar al presidente de los conservadores en un buen apuro. Como además esta peripecia ha coincidido en el tiempo con la artimaña tendida por Sánchez sobre las pensiones y el palacete del PNV, ¡para qué queremos más! Todos a una para reseñar los tropiezos del PP. Nos lo tenemos que hacer mirar.
Porque, evidentemente, el enemigo es otro; es Sánchez. Vamos a ver, este hombre malhadado se ha pasado todo su triunfal fin de semana amenazando a periódicos, radios y televisiones, desde luego a los periodistas y tertulianos (yo prefiero denominarme contertulio) con la del pulpo irritado. Nos ha insultado llamándonos «pseudomedios», ha alborozado a sus hooligans asegurando que a todos nos subvenciona el PP y que todos cobramos del oro, sin aranceles, de Trump, o de los fondos reservados de alguna empresa dadivosa del IBEX. Asco da. Para nosotros, los cronistas no afectos al Régimen de Sánchez, los improperios, las amenazas, la censura de Sánchez se descuentan. Tal parece que hemos entregado la cuchara. Si no contribuimos a la hazaña de que esta pesadilla nacional se clausure cuanto antes, día puede llegar en que se apaguen nuestras cámaras, se cierren nuestros micrófonos, o se topen nuestros periódicos. ¿Es que no se cree que esto pueda ocurrir? Como diría un paleto especialmente avisado: ¿Estamos tontos o qué? Eso ya está pasando. No se nos pida más independencia cuando por aquí pululan matarifes que pretenden asesinarnos por reclamarla y ejercerla. Sí, decididamente el enemigo es esta chusma, esta cuadrilla de cuatreros que nos están robando España, el lugar donde hasta ahora hemos venido ejerciendo el periodismo. Lo demás, los trompicones de la oposición, sus patadas en el propio tafanario, son caza menor.