Sánchez se pasa a la oposición
En una democracia las funciones del Gobierno de la nación son nítidas. En nuestra Constitución, artículo 97, «el Gobierno dirige la política interior y exterior, la Administración civil y militar y la defensa del Estado». De lo anterior se colige que desde hace dos semanas los españoles no tenemos Gobierno.
Desde las filtraciones a los medios afines sobre la pareja de Isabel Díaz Ayuso por sus pleitos con el fisco por motivos anteriores a que comenzaran su relación, Sánchez y sus ministros han dejado abandonados sus deberes constitucionales como Gobierno para centrarse enteramente en ser la oposición a la presidenta de la Comunidad de Madrid.
Que el Gobierno en su totalidad haya decidido abandonar el Palacio de La Moncloa para ocupar la bancada opositora de la Asamblea de Vallecas es una gran noticia para la mayoría de los españoles, aunque solo sea a modo de adelanto de lo que podría ocurrir en un horizonte no muy lejano en favor de España y la democracia. Es evidente que Sánchez ha decidido entrenar a los suyos contra Ayuso para cuando su partido pase a las filas de la oposición, donde ya está en la mayoría de las regiones y ciudades españolas.
Ayuso ha demostrado ser una mujer templada que nunca se ha arrugado ante los ataques institucionales, políticos, personales y familiares del sanchismo. Por eso la ofensiva del presidente y sus ministros contra Ayuso está siendo para ellos un entrenamiento muy duro, tanto que, comparado con él, el de los marines norteamericanos en Camp Pendleton parece un juego infantil en una piscina de bolas.
De ahí que estemos viendo ya en Sánchez a un consumado, y también consumido, perdedor, como lo va a ser definitivamente de aquí a poco, arrinconado además por su insostenible juego de mentiras que se bifurcan con Puigdemont y Aragonés, junto a la corrupción que anega a su propio partido y las sospechas acerca del presunto papel de conseguidora de fondos públicos de su mujer Begoña Gómez a cambio de favores empresariales.
Que Sánchez haya decidido abandonar La Moncloa para instalarse en la Asamblea de Vallecas para hacerle la oposición a Ayuso es natural. Porque nadie como Ayuso ha denunciado la grave crisis económica, política e institucional a la que nos ha empujado un Gobierno más preocupado por vampirizar las instituciones en su provecho y más atento a las oportunidades de negocio de sus tramas que al despliegue de soluciones ante las consecuencias de la pandemia y de la guerra de Ucrania.
Desde ninguna institución como la Real Casa de Correos, en la Puerta del Sol madrileña, se ha puesto tan en evidencia la destructiva ambición de Sánchez. Un político que, guiado por su incontenible bulimia de poder, ha pagado el más alto precio que pueda pagarse para mantenerlo: el de la existencia misma del Estado de derecho y de la nación española, cuarteados como en un puesto de casquería en un mercado.
Así, la igualdad ante la ley ha sido machacada por Sánchez con un amnistiazo con nombres y apellidos por un puñado de siete votos; el castigo de graves delitos como el de sedición, triturado en la máquina de picar el sometimiento de los poderes públicos a la ley; o la persecución de la malversación de fondos públicos, deshuesada para que el político ladrón pueda excusarse en que el dinero robado no es para su bolsillo de político, aunque lo sea para seguir manteniendo su bolsillo de político.
Y todas estas cesiones solo han servido para volver a empezar, con un Puigdemont crecido y dispuesto a la revancha. El primer objetivo de su venganza personal y política es Sánchez mismo. A pesar de todas las humillaciones que el prófugo ha impuesto desde Bruselas al jefe de Gobierno y a sus emisarios, Sánchez sigue representando todo lo que Puigdemont aborrece: la España de 1978, a cuyo derribo el socialista se ha entregado con pasión digna de mejor causa en una mimética sorprendente con todos sus socios, cuyo objetivo es precisamente destruirla.
Hasta el propio Sánchez se sumó la semana pasada a la comparsa desafinada, calumniadora e histérica que nos ofreció tan vergonzoso espectáculo desde los bancos azules del Gobierno en el Congreso de los Diputados. Y se atrevió a hacerlo trayendo a colación a la mujer de Alberto Núñez Feijóo sobre la base de un bulo que tardó pocas horas en ser desenmarañado y descubierto como tal.
A Sánchez le gusta, sin duda alguna, el olor a cortina de humo por las mañanas, aunque para ello tenga que caer en la utilización ilegal de los aparatos del Estado para intentar destruir a una política rival. Pero para tapar la montaña de corrupción que crece en el seno de su Gobierno va a tener que quemar toda la selva del Amazonas.
El circo de varias pistas que está ofreciendo su Gobierno con la obsesión por Ayuso empieza a ser la manifestación del fin de una época: la de un sanchismo bunkerizado, fuera de la realidad, desencajado y con el pulso tembloroso.
El sanchismo será ya para siempre el símbolo de un ansia de poder irrefrenable que hizo de todas las garantías constitucionales y legales que amparan nuestra libertad y nuestros derechos una auténtica carrera de obstáculos, pero derribándolos todos como un corredor patoso y a la vez tramposo, que ese es tal cual el papel del ínclito Bolaños.
Mientras se empeñan en atacar a Isabel Díaz Ayuso como símbolo de la nación libre y solidaria que pretenden demoler, Pedro Sánchez y su tropa parecen perdidos en el interior de la jungla legislativa extendida para asegurar el apoyo de sus socios.
Desbrozar la corrupta vegetación que han hecho crecer entre las grietas abiertas de los cimientos de España constitucional será una tarea ímproba, pero será la única que merezca la pena. Entre todos deberemos volver a levantar una sólida arquitectura que vuelva a cobijarnos, a izquierda y a derecha, bajo la garantía de la Constitución y las leyes. Y en esa tarea tendrá que seguir contando Ayuso.
Para entonces, Sánchez estará descontado, mientras que de su persecución infame contra la presidenta madrileña podrá decírsele lo que el clásico: «Los muertos que vos matáis gozan de buena salud».