Sánchez, el déspota
El británico Herbert Spencer se preguntaba en el s XIX: «Si el pueblo elige por un plebiscito a un déspota para gobernarlo, ¿sigue siendo libre por el hecho de que el despotismo ha sido su propia obra?». Unas décadas más tarde, tras la Gran Depresión de principios del siglo pasado, el Partido Nazi se convirtió en primera fuerza política y en 1933 Hitler fue democráticamente nombrado canciller de Alemania.
Pedro Sánchez perdió las últimas elecciones generales de julio, no obstante, incumpliendo todas sus promesas electorales y cediendo al chantaje de los comunistas españoles, de los golpistas catalanes y de los herederos de ETA, logró ser investido como el presidente del Gobierno con menos respaldo electoral e inferior número de diputados de la historia democrática de España. Sánchez gobierna sólo con el respaldo de los 121 escaños conseguidos por el PSOE, frente a los 172 apoyos que Alberto Núñez Feijóo sumó en su fallida sesión de investidura.
En los nueve meses transcurridos desde el inicio de legistalura, Pedro Sánchez sólo ha conseguido aprobar cinco Reales Decretos que son normas con rango de ley, que aprueba el Gobierno exclusivamente «en casos de urgente necesidad», habiéndose convertido en el presidente que más ha abusado de esta figura legislativa que elude su sometimiento a debate en las Cortes.
Sánchez está obligado a gobernar sin Presupuestos Generales del Estado (PGE), porque no logra que el Congreso se los apruebe. Sólo en la última semana, el PSOE ha acumulado 6 derrotas en el Pleno del Congreso, incluida su proposición de ley contra el proxenetismo. Y en los nueve meses que van de legislatura son ya 12 las votaciones que han perdido los socialistas, que la semana pasada se vieron obligados a retirar la reforma de la Ley del Suelo, ante su falta de apoyos, del mismo modo que se resignaron a no presentar su propuesta de PGE.
Y con esta debilidad manifiesta, sin contar con nadie, despreciando el consenso y hasta el debate con la oposición, Pedro Sánchez ha decidido por su cuenta y riesgo enfrentar a España contra Israel, que es la única democracia prooccidental de todo oriente medio y era nuestro mejor aliado en la lucha contra el terrorismo; igual que antes nos ha enemistado con nuestro país hermano, Argentina y aún antes, con nuestro principal suministrador de gas, Argelia. Todo porque le sale a él de las narices, para tapar sus corruptelas y quitarle votos a lo poco que queda a su cada vez más extrema izquierda.
La política internacional, que cualquier gobernante medianamente serio debería entender que ha ser consensuada por la mayoría de fuerzas políticas de sus países y no sometida a los caprichos del que ocupe el poder en un momento dado, es manejada por Pedro Sánchez sin consenso ni debate. Ayer el presidente del Gobierno anunció que él solito, sin que las Cámaras españolas puedan estudiarlo y votarlo, había decidido entregar a Ucrania nada más y nada menos que 1.000 millones de euros que suponen casi el 10% de nuestro gasto anual en Defensa y un tercio de lo que costaría ese AVE que nunca llega a Extremadura.
Sin entrar a debatir si es correcto ayudar a Ucrania mientras se compra el gas ruso porque Argelia no se lo quiere vender a España, ni siquiera si es el momento de reconocer el inexistente Estado palestino, como premio a la masacre de judíos; hay que resaltar que Sánchez toma decisiones trascendentales de una manera absolutamente despótica y tiránica, sin consensuarlas ni con sus propios socios y sin permitir que la oposición opine sobre ellas en el Congreso. Al más puro estilo de Luis XIV de Francia, el Rey Sol, Sánchez piensa que el Estado es él… y Begoña la reina consorte.